Historia de mi primera cesárea. Una cesárea deshumanizada

Historia de mi primera cesárea. Una cesárea deshumanizada
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Cuando nos quedamos embarazadas uno de nuestros pensamientos más recurrentes es el nacimiento de nuestro bebé. Soñamos con un parto respetado, ansiamos que todo marche bien y pensamos en lo que estará en nuestra mano hacer llegado el momento.

Pero de pronto, llega un día en que el médico comienza a hablarte de la posibilidad de una cesárea porque el bebé no está correctamente colocado y aunque aún quedan semanas para el parto, la palabra retumba con fuerza cada vez que acudes a una nueva revisión.

El embarazo de mi hijo mayor fue un embarazo muy soñado y tremendamente meditado que llegó tras años de incertidumbre y pruebas médicas a causa de una malfomarción uterina que, inicialmente, no parecía que fuera a ponerme las cosas fáciles.

Pero cuando me quedé embarazada y las semanas comenzaron a transcurrir sin complicaciones, pude deshacerme de los fantasmas y miedos que me habían acompañado durante demasiado tiempo.

Y de repente, un día... "Tu bebé tendrá que nacer por cesárea"

Entrado el séptimo mes de embarazo, la ginecóloga me advirtió que mi bebé no estaba colocado. "Tendrá que nacer por cesárea porque viene de nalgas" - me dijo de forma contundente.

La cesárea era una posibilidad que cabía esperar debido a mi malformación uterina y había pensado en algún momento en ello, pero no me esperaba una sentencia tan contundente a varias semanas de dar a luz.

Durante días estuve averiguando qué estaba en mi mano hacer para lograr que el bebé se girara y pudiera nacer de forma natural. Expuse esperanzada estos hallazgos a mi ginecóloga pero me quitó la ilusión de un plumazo y rechazó la idea de la versión cefálica externa que también le planteé.

Quería confiar en mi médico a toda costa, pero me daba coraje pensar que quedando varias semanas por delante en las que mi bebé aún podía girarse, no se me diera siquiera la oportunidad de luchar por un parto natural.

embarazada

Cesárea programada

Tres semanas antes de mi fecha probable de parto, la ginecóloga me programó la cesárea. Iba a una consulta rutinaria pero salí de allí con los papeles del consentimiento y el día señalado en la agenda. Estaba en el inicio de mi semana 37.

Pedí que esperaran a que se desencadenara el parto antes de practicar la cesárea pero "eran malas fechas" - me dijo textualmente la ginecóloga -. Corría el mes de agosto y todos pensaban ya en sus vacaciones.

Así fue como con 37+3 semanas, y a pesar de haber tenido un buen embarazo, un bebé con excelente peso y unos niveles normales de líquido, decidieron prograrmarme la cesárea varios días antes de mi fecha probable de parto.

La forma en que se estaban desarrollando los acontecimientos me estaba resultando poco respetuosa. Pero era madre primeriza, no estaba bien informada y tenía miedo. Me sentía aturdida y me dejé llevar

Me citaron en el hospital a las 10 de la mañana, en ayunas de comida y líquido desde la noche anterior y con el sofocante calor de agosto pegado en la nuca. La cesárea estaba programada a las 12 del mediodía pero no me llevaron al quirófano hasta las ocho de la tarde. Casi 20 horas sin beber un trago de agua...

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Cesárea deshumanizada

La cesárea de mi primer hijo fue protocolaria, mecánica y deshumanizada. Tiempo después, las cesáreas de mis otros dos peques me reconciliarían con el personal sanitario y conmigo misma, pero esta primera intervención quedará por siempre grabada en mi memoria.

  • Me ataron fuertemente los brazos en cruz hasta el punto de que pedir en más de una ocasión que me aflojaran las manos para poder rascarme porque la epidural me estaba ocasionando picores en la cara.

"No te voy a soltar, que os conozco" - me dijo la anestesista - "Dime donde te pica que yo te rasco". La poca dignididad que me quedaba se quedó en aquella camilla. Atada en cruz, sin movilidad y con un médico que resoplaba de hartazgo cada vez que le suplicaba que me rascara.

  • Cuando mi bebé nació me lo enseñaron unos segundos por encima de la sábana y se lo llevaron. No fue hasta varios minutos después cuando volvieron a mostrárnmelo, ya bañado y completamente vestido, sin ofrecernos siquiera la posibilidad de hacer piel con piel con papá.

De nuevo pedí que me desataran para poder acariciarlo pero la respuesta de la anestesista de nuevo fue tajante: "¡Con esos temblores que tienes, ni se me ocurriría soltarte!"

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  • "Dale un besito que se va con papá" - me dijo el pediatra de forma apresurada. Mi beso fue fugaz. Apenas pude detenerme en mirarle, en hablarle o en colmarle de besos. La frase fue literal; "un besito", y lo apartaron de mi lado hasta horas después.

Lloré cuando vi al médico alejarse con mi hijo en la cuna porque ni siquiera me había dado tiempo a fijarme en mi bebé. "No llores, mujer, si vas a tener toda la vida para estar con él" - me decía una enfermera buscando consolarme - pero yo sólo acertaba a repetir en bucle que no había podido darle la bienvenida como se merecía.

No recuerdo el tiempo que permanecí sola en reanimación, temblando como una hoja de papel y llorando sin consuelo. A mi lado había otra madre que, como yo, también acababa de dar a luz por cesárea.

Las dos nos miramos con lágrimas en los ojos pero sin decir nada. No hizo falta. En nuestra mirada se podía leer el desconsuelo de la separación y el desamparo inhumano que estábamos sufriendo

Aquella experiencia me marcó tanto que a partir de ese momento comencé a investigar, a leer y a buscar apoyo. Si debía enfrentarme a futuras cesáreas quería estar preparada e informada.

Y gracias a ello, como he comentado antes, logré que las cesáreas de mis otros dos hijos fueran humanas y respetadas, y pude vivir sus nacimientos con la plenitud y alegría que siempre sentí que me robaron en los primeros instantes del nacimiento de mi hijo mayor.

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  • Fotos | iStock
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