Cada año, cuando llega diciembre, las calles se llenan de luces, los supermercados de villancicos y nuestras agendas de cenas, compromisos y compras de última hora.
Para los adultos, es fácil caer en lo que yo llamo la “Navidad de postureo”: todo tiene que verse bonito, todo perfecto, todo en la foto. Pero cuando miro a los niños, me doy cuenta de que ellos viven la Navidad de otra manera. Para ellos, la magia no está en los regalos caros ni en la decoración, sino en sentirse conectados, escuchados y queridos.
Como psicóloga, he visto que enseñar a los niños a vivir la Navidad de manera auténtica puede cambiar por completo su experiencia y, de paso, la nuestra. No se trata de renunciar a la diversión ni a la ilusión, sino de recordar lo que realmente importa.
El espíritu navideño no está en los objetos
Cuando hablamos de “espíritu navideño”, muchos pensamos en regalos, luces y cenas perfectas. Pero la esencia va mucho más allá: está en la generosidad, la gratitud, la empatía y la conexión. Y la verdad es que los niños lo perciben todo: si estamos estresados por la compra del regalo perfecto, ellos lo notan. Si nos enfocamos en disfrutar del momento, también lo sienten.
Una de las formas más sencillas de enseñarles esto es dar ejemplo. Si nos ven haciendo algo con cariño —preparando una tarjeta hecha a mano, ayudando a alguien o simplemente riéndonos juntos— ellos aprenden que la Navidad es algo que se siente, no algo que se compra.
Experiencias antes que objetos
Foto de cottonbro studio: https://www.pexels.com/ca-es/foto/vacances-festiu-amor-nena-6139365/
En mi experiencia, los recuerdos que más valoran los niños no vienen envueltos en papel de regalo, sino en experiencias compartidas. Cocinar juntos unas galletas, preparar una manualidad, salir a ver las luces del barrio, leer cuentos en la cama… Son momentos que se quedan en la memoria y fortalecen los lazos familiares.
Además, estas actividades generan felicidad y fomentan la creatividad, la comunicación y la cooperación. Los niños aprenden que disfrutar del momento y de los demás es más valioso que cualquier regalo material.
La magia de dar
Involucrar a los niños en actos de generosidad cambia por completo la manera en que viven la Navidad. Puede ser algo tan sencillo como donar ropa vieja, preparar una cesta para alguien que lo necesite o escribir cartas de cariño a vecinos o familiares. Les enseña que la Navidad también trata de dar, y que sentir empatía y cuidar de otros es una de las cosas más bonitas que podemos hacer.
Hablar de emociones
No todas las emociones en Navidad son alegría. A veces hay nostalgia, tristeza o incluso frustración por los nervios de los preparativos. Hablar con los niños, escucharles y validar lo que sienten les ayuda a entender que todas las emociones son válidas.
Y cuando explicamos por qué hacemos ciertas cosas —como reunirnos con familia o preparar regalos— les damos sentido a los rituales, lo que hace que la experiencia sea más profunda y auténtica.
Evitar comparaciones
Las redes sociales y la publicidad pueden hacer que los niños se comparen y piensen que su Navidad “no es suficiente”. Aquí es donde nuestro ejemplo es clave: enseñarles a valorar lo que tienen, a disfrutar del momento y a centrarse en las relaciones y los pequeños gestos genera bienestar real, no ansiedad.
Así, vivir la Navidad auténtica no significa renunciar a la ilusión o a los regalos, sino celebrar lo que de verdad importa: los momentos juntos, los valores compartidos y la conexión emocional. Cuando enseñamos esto a los niños, les damos un regalo que durará toda la vida: aprender a vivir con sentido, alegría y generosidad.
Decir adiós a la Navidad de postureo es abrir la puerta a una Navidad más humana, más real y más mágica, porque la magia no está en el envoltorio, sino en cómo la sentimos y la compartimos.
Foto de portada | Imagen de Pixabay
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