La curiosidad de los niños a veces no tiene límites. Y es que hay momentos en los que nos sorprenden con preguntas que parecen sacadas de un manual de filosofía o de una clase de astrofísica... “Mamá, ¿qué había antes del Big Bang?” o “¿Por qué la gente tiene que morir?”
De repente, nos encontramos buscando respuestas a cuestiones que incluso los adultos debatimos. Y es ahí donde surge la gran pregunta para nosotros: ¿cómo responder sin quitarles la magia de la infancia, pero a la vez respetando su inteligencia y curiosidad?
En este artículo te propongo cinco claves para responder y acompañar estas conversaciones, a través de ejemplos.
1) Reconoce la profundidad de su pregunta sin minimizarla
Muchos adultos, cuando no saben muy bien qué responder porque la pregunta les sorprende, no tienen tiempo o les pilla desprevenidos, tienden a desviar o suavizar estas preguntas con un “ya lo entenderás cuando seas mayor”. Pero en cierta forma un niño puede sentir esto como un portazo a su curiosidad.
- Ejemplo: Tu hijo de 6 años te pregunta: “¿Por qué existe el mal en el mundo?”
En lugar de responder con evasivas, puedes decir: “Esa es una pregunta muy importante, incluso los mayores seguimos pensando sobre ello. Vamos a ver si juntos encontramos algunas ideas.” Esto valida su pensamiento y abre la puerta a una conversación rica y compartida.
2) Ajusta la respuesta a su etapa de desarrollo
La psicología del desarrollo nos enseña que entre los 5 y los 8 años los niños empiezan a desarrollar un pensamiento más abstracto, pero todavía necesitan ejemplos concretos para comprender conceptos complejos. No es lo mismo responderle a un niño de 4 años que a uno de 10; por ello, adáptate a la edad cronológica (y evolutiva) del niño.
- Ejemplo: Si te preguntan: “¿Qué pasa cuando morimos?”, a un niño pequeño puedes decirle: “El cuerpo deja de funcionar, como cuando una batería se gasta, pero seguimos viviendo en los recuerdos y en las cosas bonitas que hicimos.” A un niño mayor puedes añadir más sobre diferentes creencias y dejar espacio para que comparta las suyas.
3) Sé honesto, pero no abrumador (y escoge bien qué información dar)
La sinceridad es fundamental para generar confianza, pero tampoco hace falta contarlo todo siempre, incluyendo todos los detalles. Por ello, no hace falta darles un tratado científico o filosófico sobre el tema en cuestión, pero tampoco recurras a mitos que puedan confundirlos más tarde, ni les mientas.
Cuando se dé el caso, es mejor reconocer con honestidad lo que no sabemos. Además, recuerda que los niños rellenan con imaginación la parte de la historia que "les falta"; escoge bien qué quieres contar.
- Ejemplo: Si te lanzan un: “¿Hay vida en otros planetas?”, puedes responder: “Nadie lo sabe con seguridad, pero muchos científicos están investigándolo. ¿Quieres que busquemos juntos lo que han descubierto hasta ahora?”
4) Devuélveles la pregunta para fomentar su pensamiento crítico
A veces, la mejor respuesta no es una respuesta súper detallada, sino una invitación a que sigan explorando, sobre todo para fomentar su pensamiento crítico. Por ello, te animo a preguntarles qué piensan ellos, qué hipótesis tienen o cómo creen que lo resolverían.
- Ejemplo: Si preguntan: “¿Quién creó el universo?”, podrías responder: “Es una pregunta que se hacen muchas personas. ¿Tú qué crees? ¿Cómo imaginas que pudo empezar todo?” Estas preguntas potenciam su autonomía intelectual y les hacen sentir que su opinión importa.
5) Acompaña con calma y apertura
Otras veces también ocurre que estas preguntas infantiles esconden inquietudes emocionales. Por ejemplo, “¿Vas a morirte algún día?” puede ser más un miedo a la separación que una curiosidad científica. Cuando sea el caso, atiende la emoción detrás de la pregunta con ternura y empatía.
- Ejemplo: Podrías responder; “Entiendo que pensar en eso puede dar un poco de miedo. Yo también sentía eso cuando era pequeño. Podemos hablar siempre que lo necesites.”
Preguntas de los niños: una puerta a explorar, a crecer y al diálogo
Como vemos, en cierta manera responder a preguntas avanzadas no implica tener la “respuesta correcta”, sino abrir un diálogo con los más pequeños.
Cuando validamos su curiosidad y nos sentamos a pensar con ellos, les damos un regalo: la confianza de que siempre pueden venir a nosotros, incluso con sus dudas más grandes (e incluso aunque no siempre tengamos todas las respuestas).
Como decía Jean Piaget, “El principal objetivo de la educación es crear personas capaces de hacer cosas nuevas, no simplemente repetir lo que otras generaciones hicieron.” Y lo mismo aplica a la crianza: no se trata de darles todas las respuestas, sino de enseñarles a buscarlas con confianza y curiosidad.
Foto | Portada (Freepik)
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