"Tenemos que hablar" es una frase que suele generar una diversidad de emociones en quienes la reciben: desde interés e incertidumbre, hasta temor e incluso ansiedad. Pero en el caso de los niños y adolescentes, escuchar decir a sus padres esta frase solo puede significar una cosa: aburrimiento absoluto.
Pasa que, a diferencia de la mayoría de los adultos, nuestros hijos aún no tienen esa capacidad para mantener conversaciones largas y profundas, como las que a muchos padres nos gustaría tener cuando notamos que hay algo raro o diferente en ellos.
La realidad es que niños y adolescentes no están preparados ni interesados en una conversación de media hora sobre sus emociones. ¿Qué se hace en estos casos? Aplicar la regla 25-1.
Una de las cosas que tenemos que comprender sobre nuestros hijos, es que hablar sobre sus emociones resulta complicado para ellos y muchas veces no saben cómo expresar lo que sienten. Pero presionarles para sentarse a hablar largo y tendido solo haría que se encierren aún más.
Naturalmente, esto no significa que dejemos el tema por completo y no les hagamos preguntas nunca. Saber qué sucede en su vida y conocer las emociones de nuestros hijos es necesario para poder orientarles, educarles y ayudarles. Y aquí es donde entra la regla 25-1.
25 conversaciones de 1 minuto
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El psicólogo clínico Timothy Davis, especializado en terapia infantil, adolescente y familiar, señala que en vez de buscar tener una conversación de 25 minutos con nuestros hijos, tengamos 25 conversaciones de un minuto a lo largo del tiempo:
"Como padres, a menudo nuestro instinto nos lleva a intentar tener una conversación larga donde se discuta un tema a fondo y se llegue a una solución. Este enfoque suele ser contraproducente con los niños. Es mucho más efectivo dividir esa conversación larga en partes más pequeñas", explica Davis.
De acuerdo con Davis, cuando los padres hablamos demasiado los niños pueden percibir esas conversaciones como un sermón o un interrogatorio, e incluso pueden sentirse abrumados si se trata de un tema que es difícil o complejo para ellos, como lo es el tema de las emociones.
En cambio, las conversaciones breves, casuales y espaciadas hacen que la experiencia de hablar sea menos estresante, ayudando a generar confianza en nuestros hijos y que poco a poco vayan teniendo más apertura con nosotros.
"Lo que aprendes de una conversación breve ayuda a construir lo que John y Julie Gottman llaman tu "Mapa del Amor" del mundo interior de tu hijo. Cuanto más conozcamos los pensamientos y sentimientos de nuestros hijos, mejores serán las conversaciones futuras y más cercanos nos sentiremos", dice Davis, añadiendo que lo que aprendemos en una de esas conversaciones cortas puede abrir el camino para la siguiente.
El momento y la forma también importan
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Además de señalar que debemos priorizar que las conversaciones con nuestros hijos sean breves, es importante tomar en cuenta el momento en que las tenemos. No es lo mismo hablar con ellos cuando están molestos, que cuando están tranquilos. Añade que hablar con ellos mientras estamos en el coche o antes de dormir puede ayudar a que se sientan más cómodos, pues reduce la presión que pueden experimentar al hablar cara a cara.
Por otro lado, la manera en la que les decimos las cosas también es clave. "Las conversaciones que empiezan con frases suaves son más efectivas", señala Davis, sugiriendo que podemos comenzar la conversación con observaciones neutrales como "Me di cuenta de que últimamente pareces molesto" y luego preguntar qué pasa, concentrándonos en escuchar y comprender antes de decir algo más.
"Cuando tu hijo comparta sus sentimientos, concéntrate en comprenderlos y aceptarlos sin juzgarlos ni criticarlos. La validación es una herramienta poderosa para aumentar su receptividad a tu perspectiva más adelante".
Así puedes aplicar la regla 25-1 con tus hijos
Como ya lo hemos explicado, esta técnica consiste en reemplazar el tedioso "Tenemos que hablar" por pequeños momentos de conexión emocional a lo largo de uno o varios días, incorporándolos a nuestra rutina diaria: cuando vamos en el coche después del cole, al preparar la cena juntos, cuando nos despedimos antes de dormir...
Aquí te dejamos un ejemplo:
Parte 1. Mientras conducen a casa después del cole o al llegar a casa.
- Papá: "¿Qué tal en el recreo hoy?"
- Hijo: "Bien."
- Papá: "¿Jugaste al fútbol como siempre?"
- Hijo: "No."
- Papá: "¿Ha pasado algo?"
- Hijo: "No me dieron ganas."
- Papá: "Ah, ok. Me llamó la atención, por eso te pregunto. Pero está bien si no te apetecía."
Parte 2. Algunos minutos más tarde, mientras preparan juntos un bocadillo.
- Papá: "A veces cuando era niño, me pasaba que no quería jugar con el grupo porque no me sentía cómodo. No siempre es fácil."
- Hijo: "Es que... ya no me pasan el balón."
- Papá: "¿Desde hace poco o ya venía pasando?"
- Hijo: "Desde la semana pasada. Dicen que no juego bien."
- Papá: "Eso debe doler. ¿Te sentiste mal?"
- Hijo: (asiente)
Parte 3. Al final de la tarde, mientras doblan ropa u ordenan el salón
- Papá: "Lo que me contaste antes… ¿te pasa con todos o solo con algunos chicos?"
- Hijo: "Con los del equipo. Hay otros que son más buena onda, pero no juegan siempre."
- Papá: "¿Y te gustaría seguir jugando, pero con otros compañeros?"
- Hijo: "Sí, si me dejaran. A veces me quedo mirando desde un lado."
- Papá: "Tiene que ser difícil querer jugar y sentir que no te incluyen."
- Hijo: (se queda callado, pero asiente con la cabeza)
- Papá: "¿Sabes? A veces, cuando un grupo no funciona, está bien buscar otros espacios donde uno se sienta mejor. Y si un día te apetece, podemos pensar juntos en algo que puedas decir o hacer para no quedarte fuera."
- Hijo: (no responde, pero se mantiene pensativo)
Parte 4. Al acostarse, justo antes de apagar la luz.
- Papá: "Gracias por contarme lo que pasa en el recreo. Me ayuda saber cómo te estás sintiendo."
- Hijo: "Es que no sabía cómo decírtelo."
- Papá: “No hace falta decirlo todo de golpe. Podemos hablar cuando quieras. Estoy aquí para eso."
- Hijo: "Ok."
- Papá: "Te quiero mucho. Que descanses."
- Hijo: "Yo también."
Aunque la regla ponga 25-1, a veces no es necesario tener 25 conversaciones y, como hemos visto en este ejemplo, una serie de cuatro o cinco conversaciones breves a lo largo del día pueden ser suficientes para ayudar a que los niños poco a poco se vayan abriendo.
Foto de portada | Mart Production en Pexels
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