
Empieza un lunes en la vida de Lucía, de 15 años: camina por el pasillo del instituto, con los cascos, sin interés por saludar. En una semana ha fundado, disuelto y refundado tres “grupos top”.
Nada catastrófico según ella. Pero tú, que tardaste años en forjar amistades, te preguntas: ¿qué pasa con estos vínculos que fluyen como el agua, pero a la vez son frágiles, cambiantes y poco profundos? Hablamos de la amistades líquidas en la adolescencia.
Qué son las “amistades líquidas”
El concepto no es nuevo. El sociólogo Zygmunt Bauman ya hablaba en Amor líquido (2003) de la fragilidad y fugacidad de los afectos en la modernidad: relaciones improvisadas, emocionales pero efímeras.
En la adolescencia, gracias a apps, redes sociales y grupos efímeros, esas conexiones se transforman en un vaivén constante de pertenencias.
Esto dice la ciencia: vínculos que se forman... y se disuelven
Para entenderlo mejor, veamos dos estudios sobre el tema:
1) Sustituir amigos íntimos
En un estudio, Roy, Bhattacharya, Dunbar y Kaski (2022) analizaron datos de llamadas móviles para estudiar la estabilidad de los círculos de amistad. Concluyeron que, en los jóvenes de 17 a 21 años, cada año se sustituye entre el 1 % y el 4 % de amigos íntimos, una tasa mucho más alta que en adultos mayores.
Eso significa que, aunque se formen lazos fuertes, en pocos meses algunos ya no están: se reemplazan por quienes responden a necesidades emocionales cambiantes.
2) Amistad y ansiedad social
En otro estudio, La Greca & Harrison (2005) estudiaron a 421 adolescentes (de entre 14 y 19 años) y mostraron que quienes tenían amistades de menor calidad —menos apoyo, más conflictos— sufrían más ansiedad social y depresión.
Lo interesante: los cambios de grupo intensifican esa inestabilidad emocional, porque el adolescente no logra refugio emocional.
Un vínculo que se diluye
Pensemos en un ejemplo: Mario, 14 años, encuentra en Valeria a una confidente. Durante semanas, intercambian memes, notas en clase, propuestas para estudiar juntos.
Sin embargo, cuando surge un grupo nuevo que se alinea con sus aficiones (y valoración social), la conexión se ralentiza. No hay discusión: se esfuma. Valeria deja de responder. Mario se siente invisible. Un vínculo líquido que no rompe, pero sí se diluye, cargado de emociones.
Pero, ¿cuál es el valor real (y emocional) de estas amistades líquidas?
- Ventaja: permiten experimentar múltiples modos de conectarse, y descubrir con quién te identificas en cada etapa del crecimiento.
- Desventaja: también generan un paisaje emocional cambiante, donde la estabilidad escasea y el miedo a ser reemplazado se naturaliza.
Más allá de “haz más amigos”
No se trata de forzar la permanencia. Se trata de reconocer la intensidad emocional que hay detrás de una amistad fugaz. Validar su impacto, sin trivializarlo, porque muchas de estas desconexiones suceden dentro de ellos mismos.
También es clave acompañar a los adolescentes a distinguir entre conexión superficial y vínculo profundo: no todo grupo cuenta igual, ni todas las amistades importan lo mismo. Además, que construir amistades profundas requiere tiempo y dedicación.
Cómo acompañar a los adolescentes
Algunas ideas para abordar este tema con ellos, son:
- Utiliza un lenguaje reflexivo: en lugar del típico “haz nuevos amigos”, prueba con: “¿Quién te ha escuchado de verdad esta semana?”
- Reconoce el dolor: que se sientan escuchados al narrar una amistad que se desvanece (el duelo por una amistad).
- Promueve la autoconfianza: ayudarles a ver que, aunque cambien los círculos, su esencia no desaparece.
- Apoya los encuentros significativos: quizá no con “todos”, pero sí con personas que sean refugio, no solo compañía.
Redes líquidas, identidad sólida
Las amistades líquidas no son malas en sí; las amistades van y vienen, sobre todo en la adolescencia. El tema está en cómo esto les hace sentir a ellos y cómo de importante es que no se queden con amistades vacías.
Mientras ellos navegan por corrientes sociales cambiantes, necesitan saber que existen espacios —emocionales, no solo físicos— donde puedan ser auténticos, sin cambiar para encajar.
Porque al final, importa más quién te ve, te escucha y te acompaña —aunque sea solo un rato— que quién ocupa el rincón “top” del grupo.
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