Recuerdas de adolescente, ¿ese escalofrío en el pecho al ver una foto en redes y darte cuenta de que no estás? Enterarte de que ha habido una fiesta y no te han invitado... Esto va más allá del efecto FOMO o miedo a perderse algo; tiene que ver también con sentirse excluido, algo que duele.
Para los adolescentes, que anhelan pertenecer a los grupos (algo que además, modula su identidad) y para los que las amistades son tan importantes en esta etapa, esas microexclusiones no son simples 'deslices': son heridas en su identidad, y merecen ser escuchadas. ¿Cómo lo viven?
Qué es una microexclusión y por qué duele tanto, según la ciencia
No necesitan una gran traición: basta con no recibir un aviso para un plan, o que al elegir equipos no les mencionen. Es esa ausencia que susurra: “puede que no cuentes”. Y eso duele profundamente.
Un estudio arrojó resultados curiosos sobre este tema; en él, utilizaron resonancia magnética funcional (fMRI) con adolescentes jugando al juego “Cyberball”, un balón virtual que excluye a un participante.
Descubrieron que, durante la exclusión, se activan áreas cerebrales asociadas al dolor emocional: la corteza cingulada anterior y la ínsula anterior. Es decir, la microexclusión se vive literalmente como un golpe emocional real.
Cómo les duele de verdad: algunos ejemplos
Pensemos en algunos ejemplos para entenderlo mejor:
- Sofía, 15 años, ve cómo organizan un café en el chat de grupo… sin invitarla. Piensa: “¿He dejado de ser cool?”.
- Carlos, 16 años, percibe trámites entre los amigos para salir en bici el sábado. Cuando le preguntan, ya está todo cerrado. Siente una opresión al cuerpo.
- Ana, 14 años, se ha enterado de que organizaron una fiesta y nadie se acordó de decírselo. Se siente poco importante, incluso invisible.
En cada caso el dolor es real. Porque esas activaciones cerebrales son más que química: son emociones. El miedo a parecer “plasta” al decirlo o la vergüenza hace que muchas veces callen.
Pero el silencio no cura, sino que lo empeora... Y las dudas se enquistan: “quizá no soy divertido”, “quizá no me valoran”.
Hablar puede ayudar a relativizar y a entender, aunque a veces cueste: “Vi que hoy no me avisasteis al plan, ¿todo bien?”. Sin exigencias, desde la curiosidad y la apertura. A menudo estas palabras bastan para que el grupo se explique. Porque tal vez no hubiera una trama de traición, solo un olvido o un despiste (aunque duela).
Microinclusiones: el antídoto colectivo
Por otro lado, también desde el grupo se pueden hacer microgestos que suman y que pueden ayudar a que el otro no se sienta excluido. Por ejemplo:
- “Este sábado todos juntos, incluyamos a todos.”
- “¿Quién no ha venido antes? Vamos rotando.”
- “Te tenemos en cuenta, ¿qué te apetece?”
Son pequeños actos que tejen pertenencia sin necesidad de explicaciones dramáticas.
Cómo acompañar a tu hijo cuando se siente excluido
- Escucha sin interrumpir. Dale espacio para desahogarse. No minimices (“no es para tanto”) ni corrijas su percepción. Solo escucha con atención y cariño.
- Valida lo que siente. Frases como “entiendo que te hayas sentido mal” o “es normal sentirse dolido cuando pasa algo así” ayudan a que no se sienta raro por sentirse así.
- Evita buscar culpables rápidamente. No critiques directamente a los otros ni intentes buscar culpables: enfócate en cómo se sintió tu hijo y qué necesita.
- Haz preguntas abiertas. Preguntas como “¿Qué crees que pasó?” o “¿Te gustaría hablar con ellos?” abren a la reflexión sin forzarla.
- Refuerza su valía. Recuérdale que no ser incluido en un plan no define su valor. Hablad de sus cualidades, amistades sanas y lo que le hace especial.
- Fomenta otras conexiones. Ayúdale a fortalecer vínculos con otras personas (familia, otras amistades, grupos afines) para que no dependa solo de un grupo.
- Sé paciente y disponible. A veces no quieren hablar en el momento. Lo importante es que sepa que estás ahí sin juzgar.
Foto | Portada (Freepik)
Ver 0 comentarios