Lo que diferencia a los niños con empatía de los demás son estos cinco hábitos simples

La empatía es algo que se siente dentro pero que también se trabaja: estos son los hábitos de los niños más empáticos

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Laura Ruiz Mitjana

Hay niños que parecen tener un radar emocional: notan cuando alguien está triste, ofrecen un abrazo sin que nadie lo pida o hacen una pregunta que desarma al adulto más serio. No solo es que nacieron “más buenos” ni “más sensibles”, sino que también han crecido en entornos donde la empatía no solo se predica; se practica.

La empatía no es un talento innato (o al menos, no únicamente), sino una habilidad que se entrena, como un músculo emocional. Los niños más empáticos en general viven rodeados de gestos, rutinas y palabras que les enseñan a ponerse en el lugar del otro sin dejar de ocupar el suyo, y a la vez, esa sensibilidad suya puede formar parte de su personalidad innata. 

Niños con empatía: cinco de sus hábitos 

Entonces, ¿qué hábitos o diferencias tienen los niños con empatía? Vamos a descubrirlos.

1) Viven en hogares donde los adultos también se equivocan (y lo reconocen)

Cuando un padre o una madre dice: “Perdón, hoy he gritado porque estaba cansado”, está abriendo una puerta inmensa: la de la humanidad compartida. Los niños que ven a los adultos reconocer sus errores aprenden que sentir rabia, frustración o tristeza no los hace malos, sino humanos.

La empatía nace cuando entendemos que todos tenemos días torcidos. Un adulto que se muestra vulnerable enseña que los sentimientos no se esconden ni se juzgan: se comprenden.

Un ejemplo: cuando una madre, tras discutir, se acerca a su hijo y le dice con calma: “Perdona si te he hecho sentir mal. No era tu culpa, estaba agobiada”. En ese instante, el niño aprende más sobre empatía que en mil sermones.

2) Escuchan antes de juzgar

Los niños más empáticos no interrumpen tanto. No porque sean “obedientes”, sino porque han sido escuchados desde pequeños. Cuando los adultos no se apresuran a corregir, sino que preguntan “¿qué ha pasado?” o “¿cómo te sentiste?”, el niño aprende que su experiencia importa.

La empatía se alimenta de la escucha. Un niño que siente que sus emociones tienen espacio, da ese mismo espacio a los demás. No necesita imponerse ni gritar, porque ha aprendido el lenguaje silencioso de la atención.

La empatía se alimenta de la escucha. Un niño que siente que sus emociones tienen espacio, da ese mismo espacio a los demás. 

3) Se dan permiso para sentirlo todo (incluso lo incómodo)

Muchos padres, con buena intención, dicen: “No llores, no pasa nada”. Pero sí pasa. Siempre pasa algo dentro. Los niños empáticos son aquellos a los que se les ha permitido llorar, enfadarse, frustrarse, aburrirse o decepcionarse sin ser corregidos por ello.

Saben que las emociones no son enemigas, sino mensajes. Y cuando uno aprende a leer sus propios mensajes, puede comprender los de los demás.

4) Han visto empatía en acción, no en teoría

Ningún discurso vale tanto como una escena cotidiana. Un niño que ve a su madre ayudar a un vecino, a su padre detenerse a escuchar a un anciano, o a ambos hablar con respeto incluso en el desacuerdo, está observando una clase práctica de empatía.

Los niños no aprenden solo lo que decimos: aprenden también lo que hacemos cuando creemos que no miran. Por eso, los hijos de familias donde se cuida el tono, se piden perdones sinceros y se pregunta “¿cómo te sientes?” en lugar de “¿por qué lo hiciste?” suelen crecer con una brújula emocional más afinada.

5) Se les enseña a reparar, no solo a disculparse

Pedir perdón está bien, pero reparar lo que hicimos mal es el paso que convierte la empatía en acción. Los niños empáticos no solo dicen “lo siento”: preguntan “¿qué puedo hacer para ayudarte?”.

En casa, esto se traduce en gestos tan simples como ofrecer un dibujo después de una pelea o ayudar a recoger los juguetes que tiraron al enfadarse. Es en esos pequeños actos donde la empatía deja de ser un concepto y se convierte en práctica diaria.

Educar en empatía: un regalo

Criar a un niño empático no es criar a alguien dócil o complaciente, sino a una persona capaz de sentir sin miedo y de pensar en los demás sin olvidarse de sí misma. En un mundo que premia la rapidez y la competencia, educar en empatía es un reto pero también un regalo.

Porque los niños más empáticos no son “mejores”, pero sí son más conscientes: del otro, del entorno y de sí mismos. Y quizás, ese sea el primer paso hacia una sociedad un poco más humana. ¿Quieres un niño empático? Empieza por mirarlo con empatía. Lo demás, vendrá solo.

Foto | Portada (Freepik)

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