Ese preciso momento en el que te das cuenta de que ya no habrá un bebé en casa nunca más

Ese preciso momento en el que te das cuenta de que ya no habrá un bebé en casa nunca más
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Siempre he querido ser madre de familia numerosa; lo deseaba incluso antes de tener en brazos a mi primer hijo. Ahora tengo tres peques, por lo que podría decir que he cumplido mi sueño, pero lo cierto es que mi corazón se ha quedado con ganas de tener otro bebé.

Durante un tiempo pensar en ello me producía un "pellizquito" en el alma. Saber que ya no volvería a sentir vida en mi interior, que no volvería a amamantar a un recién nacido o que los pasillos de mi casa no serían testigos otra vez de esos primeros pasos inestables, me apenaba profundamente.

"¡Pero si ya tienes tres hijos, ¿para qué quieres más?!", me preguntan algunos un tanto confundidos cuando les expresaba mis sentimientos. Quizá no sea fácil explicarlo con palabras, y mucho menos conseguir que otros te entiendan. Pero hoy me he decido a compartir lo que sentí en el preciso momento en que me di cuenta de que ya no volvería a haber un bebé en casa nunca más.

Cuando por fin eres consciente de esa realidad

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Imagen personal | IG (@silviadj)

Una de las cosas que más sentimientos contradictorios me ha provocado siempre es guardar la ropa y cositas de bebé a medida que mis hijos iban creciendo. Meter en una caja sus pequeños pijamas, desmontar la minicuna para dejar sitio a una cuna más grande, o deshacerme de mordedores y sonajeros que llevaban tiempo sin ser usados implicaba cerrar una etapa para dar paso a otra nueva.

A la ilusión que me suponía acompañar a mis hijos en una nueva fase en su desarrollo, se sumaba la nostalgia de comprobar lo rápido que había pasado el tiempo

Pero con mi primer y segunda hija este sentimiento ambivalente se mezclaba también con la emoción de pensar que todo aquello volvería a ser usado, muy probablemente, por otro futuro bebé, por lo que en cierto modo mi corazón no terminaba de cerrar esa etapa completamente.

Sin embargo, cuando llegó mi tercer hijo y con él mi tercera cesárea (y lamentablemente, muchas complicaciones asociadas a ella) el sueño de seguir ampliando la familia se desvaneció, aunque no por voluntad propia, sino por las circunstancias aparejadas a mi delicado estado físico.

Durante un tiempo me costó mucho trabajo emocional hacerme a esa idea. Pensaba en lo afortunada que era por tener tres hijos sanos y maravillosos, y me sentía inmensamente feliz y agradecida por ello. Pero cuando tu corazón anhela algo y tu mente racional sabe que no es posible, el conflicto interior está servido.

Hoy me resulta curioso recordar cómo, a pesar de saber en aquellos momentos que no volvería a haber un bebé en casa nunca más, me resistía a deshacerme de todo lo material que una vez me ligó a la etapa de bebé de mis tres hijos.

"Pero, ¿por qué quieres seguir guardando tanto trasto?", me preguntaba mi marido incrédulo. 'Trastos': así llamaban mis amigos y familiares a la cuna, el carrito, la hamaca, la trona y decenas de cajas de ropa que aún conservaban el olor de mi último bebé. 'Trastos' que lo único que hacían era ocupar espacio en las estanterías del garaje y llenarse de polvo mes tras mes.

No sé cuándo ni cómo sucedió exactamente, pero llegó un día en que mis ojos dejaron de ver todos aquellos objetos como algo emocional para pasar a ver simplemente eso: trastos.
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Imagen personal | IG (@silviadj)

Y así fue como decidí dar el paso y vender o donar todo. Aquella cuna o aquel carrito dejarían entonces de convertirse en meros 'trastos' para sostener a un nuevo bebé. Al fin y al cabo, habían sido creados para eso y era injusto que yo les arrebatara la oportunidad de seguir siendo útiles.

Hoy en día conservo muy pocas cosas de la etapa de bebés de mis hijos. Apenas algún peluche que en su día fue objeto de apego y ahora decoran las estanterías de sus habitaciones, y algo de ropita de sus primeros meses. No voy a negar que aún me sigue invadiendo un sentimiento nostálgico cuando veo los diminutos patucos de recién nacido y los comparo con las zapatillas del número 36 que hoy calza mi hijo preadolescente.

Y aunque se trata de una nostalgia diferente a la que sentía hace tiempo, no puedo dejar de recomendar a todas las madres que hoy sostienen a sus bebés en brazos lo que me decían a mí en su momento: disfrutad de esta maravillosa etapa, aún con sus noches en vela y sus días difíciles, porque el tiempo no corre... ¡vuela!.

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