Nueve situaciones que vivimos con nuestros hijos, no aptas para cardíacos

Nueve situaciones que vivimos con nuestros hijos, no aptas para cardíacos
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Los hijos nos hacen vivir increíbles momentos de felicidad, y su espontaneidad provoca situaciones tremendamente divertidas y díficiles de olvidar. Pero seamos sinceros, ¿cuántas veces nos ocurre también lo contrario?

Y es que hay cantidad de momentos cotidianos que vivimos los padres y que no son aptos para cardíacos. Es más, me atrevería a decir que nos paralizan el corazón y en ocasiones incluso nos hacen envejecer varios años de golpe. ¿Os sentís identificados?

Que te llamen del cole

Me atrevería a decir que no hay peor momento para el corazón de una madre que escuchar el teléfono y comprobar que te llaman del colegio de tus hijos. Te abalanzas sobre el móvil a la velocidad del rayo, pero con los nervios, casi no aciertas a pulsar el botón de descolgar.

Y mientras, en milésimas de segundo, tratas de adelantarte a la causa de la llamada y piensas: "¿A esta hora está en el recreo? ¿Comiendo? ¿En clase?", "¿Me llamarán para avisarme de una accidente?", "Durante el desayuno estaba bien... ¿será que se ha puesto malito de repente?"...

Pero lo peor viene cuando descuelgas el teléfono, con el corazón en la garganta, y te preguntan: "Hola, ¿eres la madre de Fulanito? Te llamamos del colegio para decirte...". ¡Esos instantes son eternos!

Ya sabemos que la llamada procede del cole (tenemos el teléfono registrado en la agenda), así que desde aquí pido encarecidamente a las personas que se encargan de avisar a los padres: ¡Huyan de presentaciones formales y vayan al grano desde el inicio!

Cuando tu bebé no arranca a llorar

Este es un tema serio que me ha restado años de vida en más de una ocasión: el espasmo del sollozo. Solo quienes lo hemos vivido sabemos lo angustiante que pueden ser esos segundos en los que tu bebé no arranca a llorar, y permanece con la boca abierta sin exhalar una gota de aire.

Mi hija padece espamos del sollozo desde que tenía seis o siete meses, y aunque con el tiempo se han ido reduciendo los episodios, todavía me cuesta ser testigo de ese terrible momento sin perder los nervios.

Su primer chichón

Todos los padres vivimos con especial emoción el momento en que nuestro bebé se lanza a dar sus primeros pasos. Al principio incluso le alentamos y fomentamos esos momentos de autonomía e independencia... ¡Hasta que se hace su primer chichón!

La escena ocurre tal que así: observas su caminar inestable y sonríes invadida por la ternura de esta etapa. Pero de pronto, te das cuenta de que tu bebé comienza a embalarse y a caminar cada vez más rápido y sin freno. Gritas mientras observas la escena a cámara lenta, sin poder hacer nada por evitar el batacazo contra el suelo.

¡Ese primer chichón nos duele más a nosotros que a ellos!

La primera vez que tu bebé se te cae al suelo

Pensamos que a nosotros nunca nos ocurrirá, pero lo cierto es que nadie es perfecto y todos podemos tener un descuido por el que nuestro bebé se nos caiga al suelo.

A mí me pasó con mi hija, y aquel día creí morir. La dejé dormida en el centro de mi cama mientras me ponía el pijama para irnos a dormir, pero en cuestión de segundo y sin que me diera tiempo a percatarme de ello, mi bebé se despertó y gateó veloz hasta el extremo de la cama cayendo a plomo al suelo.

Por fortuna no le ocurrió nada, pero la culpa por no haber puesto la barrera de seguridad me persiguió durante días. Y es que nunca, nunca, se debe subestimar la agilidad y habilidades de un bebé, por mucho que pensemos que no aún son capaces de hacer algo o creamos que están muy adormilados como para "liarla".

Su primera caída en bici

Lo que nos provoca el hecho de que nuestros hijos comiencen a montar en bici es casi lo mismo que el que aprendan a caminar: orgullo y terror a partes iguales.

En esta ocasión, la escena ocurre de la siguiente manera: sujetas con fuerza el sillín de la bicicleta de tu peque al tiempo que le animas a pedalear sin descanso. Vas trotando a su lado mientras tu niño, emocionado, pedalea y te dice "¡suéltame ya!"

Orgulloso, sueltas el sillín y le observas alejarse en línea recta... ¡Hasta que comienza a hacer eses! Te tapas la boca con las manos, ahogando el grito de pánico, y escuchas el derrape y a continuación el llanto.

Corres los treinta metros que os separan en menos de dos segundos, y levantas del suelo a tu pequeño angustiada por las consecuencias. Suerte que solo es un raspón en la rodilla, pero a tí nadie te va a devolver los cinco años de vida que has perdido en un minuto.

Ser la "madre del artista"

¡Qué duro es ser la madre (o el padre) del artista! Ya sea tu hijo portero de fútbol, practique danza o debute en su primera obra de teatro, hay que ser de una pasta especial para sentarse en las gradas y no morir de un infarto.

Recuerdo la primera vez que vi a mi hijo en una actuación escolar. Era un baile sencillo en el que todos los peques tenían su "momento de gloria". A medida que los compañeros iban actuando y se acercaba el turno de mi hijo, mi corazón se aceleraba, y cuando llegó su momento me faltó mandar callar a todo el auditorio y gritar "¡Ese es mi niño!".

Perderlo de vista un segundo

Otra experiencia terrible que todos los padres hemos vivido alguna vez es la de perder de vista a nuestro hijo por un momento. Inicialmente no sabes cómo ha podido ocurrir: "¡pero si estaba delante de mis ojos ahora mismo!", exclamas angustiada mirando en todas las direcciones posibles (falta que tu cabeza se gire, como en una película de terror).

La desesperación se va adueñando de ti, y aunque objetivamente solo transcurran milésimas de segundo, sientes que es una eternidad y te pones a gritar su nombre como una loca.

Y en esto que una vocecita a tus pies te dice asustado: "¿qué pasa, mamá?". Y es entonces cuando bajas la mirada y le encuentras sentado en el suelo jugando tranquilo con su cubo y su pala. ¡Por eso, y por otras cosas más, detesto los parques abarrotados de gente!

Cuando sale de casa por primera vez, y sientes que tarda en regresar

Y en esto que llega un día en que te armas de valor y le encargas a tu hijo su primer recado fuera de casa. Ya es suficientemente mayor y maduro, y está deseando poder ayudar yendo a comprar el pan o sacando la basura.

"Solo tiene que ir a la esquina", te repites una y otra vez para autoconvencerte de que no ocurrirá nada. Pero en cuanto sale de casa te asomas rápidamente a la ventana, y a pesar de que no han transcurrido ni diez segundos desde que se fue, no dejas de mirar el reloj y preguntar angustiada a tu pareja: "¿tarda mucho, no crees?".

Cuando un rato después escuchas el timbre, el alivio que sientes es indescriptible y realmente llegas a pensar si merece la pena volver a pasar por algo así por una simple barra de pan.

Que por un descuido, tu hijo casi descubra el secreto de la Navidad

A muchos padres nos ha pasado lo que el twittero, Eugenio D'Ors, relataba en un hilo las pasadas navidades. ¡Y es que no es nada fácil ser ayudante de los Reyes Magos (extrapolable también al Ratoncito Pérez)!

Qué complicado nos lo ponen a veces los niños, especialmente en esas noches en la que deberían dormir como troncos, pero están tan nerviosos que el mínimo ruido les despierta. Y es entonces, cuando casi te pillan in fraganti en plena faena y con el regalo en las manos, cuando ves pasar tu vida ante tus ojos como si de fotogramas se tratara, y empiezas a buscar una excusa creíble para darle.

Lo que se siente cuando tu hijo se da la vuelta en la cama y continúa durmiendo ajeno a todo es indescriptible, pero lo que has sudado en esos instantes no lo consigues ni en tres horas de sauna.

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