Hay algo en el recuerdo de nuestros abuelos que huele a sopa lenta, a tardes sin reloj y a cuentos narrados con la voz cansada pero cálida. Aunque vivieron tiempos duros, supieron criar con una mezcla de sencillez y sabiduría que hoy, en la era de las agendas saturadas y las pantallas en todos lados, parece haberse perdido.
Como psicóloga, veo en consulta cómo muchas familias anhelan una forma de educar más humana y menos frenética. Y quizá la respuesta no está en el último manual de crianza, sino en mirar un poco hacia atrás.
El otro día hablaba con mi abuela sobre cómo criaban a los hijos en su época, y he hecho esta reflexión: porque podemos aprender mucho de nuestros mayores.
1) El tiempo lento: criar sin la prisa que asfixia
Nuestros abuelos no hablaban de “mindfulness” ni de “tiempo de calidad”, pero lo practicaban sin saberlo a través de una crianza lenta. Criaban en un mundo donde no se corría de extraescolares en extraescolares ni se contestaban correos con un niño en brazos.
Ellos sabían sentarse en un banco a mirar cómo jugaban sus hijos en la calle, sin interferir, solo estando presentes.
- Ejemplo: Hoy, en lugar de organizar una tarde “productiva” con manualidades, inglés y parque, podrías sentarte en el suelo del salón y dejar que tu hijo dirija el juego. Tú solo acompáñalo, sin móvil, sin reloj. Cinco minutos de este tiempo “vacío” valen más que cualquier actividad estructurada.
No olvidemos que la presencia atenta, aunque sea breve, fortalece el vínculo afectivo y regula el estrés infantil. Es como regalarles un pequeño refugio emocional en medio del caos moderno.
2) La tribu: criar en comunidad, no en soledad
¿Recuerdas cuando los vecinos se conocían por el nombre y las puertas estaban siempre medio abiertas? La crianza entonces era compartida, sobre todo en los pueblos: las tías, las vecinas, incluso los hermanos mayores, todos participaban. Esto aligeraba la carga emocional de los padres y daba a los niños una red de referencia variada y rica.
Hoy muchas familias sienten que deben hacerlo todo solas, y eso genera una presión enorme y mucha soledad. Recuperar aunque sea un pedazo de esa tribu es vital: confiar en otros adultos para que acompañen, cuiden o simplemente estén presentes en la vida de tus hijos.
- Ejemplo: ¿Y si le pides a tu amiga que lleve a tu hijo al parque con los suyos un día a la semana? Ese gesto es un acto de comunidad que beneficia tanto a los niños como a los adultos.
Además, los niños que cuentan con varios adultos de confianza en su vida (abuelos, profesores, vecinos cercanos...) desarrollan más seguridad emocional y habilidades sociales.
3) La sencillez como filosofía: menos cosas, más experiencias
Los abuelos no tenían montañas de juguetes, pero las cajas de cartón se convertían en cohetes y los palos en espadas. Su magia era la capacidad de inventar, de crear mundos a partir de casi nada. Hoy, rodeados de estímulos y objetos, muchos niños se sienten sobrepasados y aburridos a la vez.
Recuperar la sencillez no significa renunciar a la comodidad moderna, sino enseñarles a valorar lo esencial: el paseo al atardecer, amasar pan juntos, cuidar un pequeño huerto en la terraza... Estas actividades, aparentemente humildes, despiertan su curiosidad natural y fortalecen la conexión familiar.
- Ejemplo: En lugar de comprar el último juguete interactivo, proponle a tu hijo construir una cabaña con sábanas en el salón. El juego libre y espontáneo desarrolla la creatividad y fomenta una relación más relajada con el consumo.
La crianza de nuestros abuelos: un legado que no pasa de moda
Nuestros abuelos no tenían apps de crianza ni cuentas de Instagram con consejos de expertos. Tenían tiempo (aunque escaso), mirada atenta, manos siempre dispuestas y un amor que se expresaba en pequeñas rutinas diarias.
Quizá la pregunta no sea tanto “¿cómo podemos ser mejores padres?” sino “¿cómo podemos ser más humanos al criar?”. Y ahí, nuestros abuelos tienen mucho que enseñarnos.
Volver a esas prácticas no es retroceder; es recordar que lo esencial en la infancia no se mide en actividades, regalos ni perfección… sino en la calidez de sentirse acompañado.
Foto | Portada (Freepik)
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