Crianza lenta en un mundo rápido: por qué a veces lo más urgente es parar y mirarles

Criar respetando los ritmos de la infancia puede ser un reto a veces, pero es posible.

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Laura Ruiz Mitjana

Era lunes por la mañana. Llegabas tarde al trabajo. Tu hijo de tres años se detuvo en seco en mitad de la acera y señaló, fascinado, una piedra brillante. Tú le dijiste "venga, cariño, que llegamos tarde". Él insistió. Tú tiraste un poco de su mano. Él lloró. Y esa piedra, para ti invisible, para él era un tesoro.

Esa escena tan cotidiana es el resumen perfecto de lo que significa vivir en un mundo rápido con un niño lento. Y no: no es que él tenga un problema. Es que nuestro mundo no está diseñado para los ritmos de la infancia.

¿Qué es la crianza lenta?

No se trata de mudarse al campo ni de vivir sin reloj. La crianza lenta es una filosofía que nos invita a estar verdaderamente presentes. A mirar, escuchar de verdad y responder a nuestros hijos desde sus necesidades reales, no desde nuestras prisas.

Es apagar el piloto automático.

Es entender que la infancia no es un trámite.

Es recordar que crecer no es una carrera.

El reloj biológico no sabe de agendas

Los niños no funcionan por objetivos. Ni por productividad. Ni por Excel. Funcionan por vínculo, curiosidad, juego, emoción... El problema es que los adultos hemos dejado de saber mirar en ese idioma.

Un estudio dirigido por Darcia Narvaez (2013), profesora de psicología en la Universidad de Notre Dame, demostró que los niños que crecen en entornos que respetan sus tiempos, con adultos sensibles y presentes, desarrollan una mayor empatía, capacidad moral y bienestar general. ¿Lo contrario? Crianza acelerada. Niñez llena de estímulos pero vacía de presencia.

Los niños que crecen en entornos que respetan sus tiempos, con adultos sensibles y presentes, desarrollan una mayor empatía, capacidad moral y bienestar general.

La trampa de la eficiencia en la crianza

Vivimos con la falsa idea de que si un niño se viste rápido, come solo a los dos años o no hace berrinches, lo estamos haciendo bien. Pero la infancia no está hecha para ser eficiente.

La infancia está hecha para ensuciarse, preguntar, equivocarse, repetir lo mismo veinte veces, hacer amigos imaginarios y detenerse a ver cómo se derrite un helado.

Te propongo un ejemplo:

Una madre me contó que su hija tardaba media hora en bañarse porque jugaba con los botes vacíos. Empezó a recortarle el tiempo porque “no daba tiempo a todo”. La niña dejó de querer bañarse. Cuando la madre paró y la observó, lo entendió: el baño no era higiene, era juego, era seguridad, era intimidad.

Por ello, te invito a preguntarte:

  • ¿Cuánto de lo que hacemos rápido, lo hacemos bien?
  • ¿Cuántas veces confundimos urgencia con importancia?

Criar sin prisa es resistir

En un mundo que mide el valor y el éxito por la velocidad, elegir parar es casi un acto de rebeldía. Pero parar no es rendirse. Parar es acompañar.

Cuando nos detenemos a mirar a un niño que dibuja, a escuchar su historia caótica del recreo o a dejarle subir solo los botones de su abrigo, no solo estamos educando. Estamos construyendo un vínculo que será su base para siempre.

Y los niños que sienten que se les mira sin prisa desarrollan algo esencial: autoestima basada en el ser, no en el hacer.

Cómo potenciar la crianza lenta

La crianza lenta no es perfecta, y tampoco es posible siempre. Pero sí puede ser una brújula, un punto de partida. Algunas claves para empezar a explorarla son:

  • Haz una cosa cada vez. Si hablas con tu hijo, no leas el móvil. Parece obvio. No lo es.
  • Deja espacios blancos. No llenes su agenda. Ni la tuya.
  • Permite el aburrimiento. Es la puerta al juego libre.
  • Ajusta tus expectativas. Un niño no es un adulto pequeño.
  • Cuida tus tiempos también. No puedes criar con presencia si tú misma vas con el alma corriendo.

Un día, tus hijos te dirán "¿te acuerdas de cuando…?". Y lo que recordarán no será si llegasteis a la hora, si comieron verdura o si hicieron los deberes a tiempo.

Recordarán si les miraste cuando hablaban. Si les escuchaste sin corregir. Si alguna vez paraste el mundo… solo para ver una piedra con ellos. Y eso, aunque parezca pequeño, lo cambia todo.

Foto | Portada (Freepik)

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