“Uno… dos… tres… ¡Voy!” Y, de repente, el mundo se llena de expectación, corazones que laten a toda velocidad y una adrenalina que se parece sospechosamente al… ¿miedo?
Si alguna vez has jugado al escondite con un niño o has visto su cara mientras alguien le cuenta un cuento de lobos o brujas, sabrás a qué me refiero.
Esa mezcla de temor y diversión, esa especie de placer ansioso que los adultos también buscamos en las películas de suspense o en una montaña rusa. Pero ¿por qué los niños buscan asustarse cuando juegan? ¿Qué papel tiene este “miedo controlado” en su desarrollo psicológico?
El miedo no siempre es el malo del cuento
Lejos de lo que muchos piensan, el miedo no es una emoción “negativa” (de hecho, ninguna emoción lo es). Es una de las emociones básicas, universales y necesarias para sobrevivir. Y en la infancia, también es un potente recurso de aprendizaje.
Según los estudios, los juegos que implican una dosis controlada de miedo —como los cuentos de terror, el escondite o las persecuciones— permiten a los niños ensayar situaciones emocionalmente intensas desde un entorno seguro. Es decir, están aprendiendo a regular emociones complejas mientras juegan.
Cuando un niño se esconde y contiene la risa porque el “monstruo” (el adulto) está cerca, su cerebro está practicando lo que en psicología se llama regulación emocional: esa habilidad para la vida adulta que nos ayuda a no explotar en medio de una discusión o a no dejarnos arrastrar por la ansiedad.
'Disfrutar' el miedo: signo de bienestar emocional
Un estudio publicado en Psychological Science asegura que en los juegos de miedo, el disfrute está relacionado con formas de dinámica de excitación; así, el miedo y el disfrute pueden coexistir en el terror recreativo.
Como curiosidad, otro estudio publicado por Cambridge University Press, con una gran muestra de niños de 6 a 12 años, encontró que muchos niños disfrutan de experiencias de miedo (películas, cuentos, y atracciones) y que los niños con ansiedad excesiva suelen disfrutarlo menos. Los hallazgos sugieren que disfrutar del miedo puede incluso ser un indicador de bienestar emocional.
Jugar con el miedo: una forma segura de explorar lo incierto
Los niños pequeños viven en un mundo que no controlan: hay normas que no entienden, rutinas que cambian y adultos que a veces sonríen y a veces gritan.
El juego simbólico con miedo les permite “probar” cómo reaccionar ante esas amenazas en miniatura, como si dijeran: ¿Qué pasa si el lobo me encuentra? ¿Y si me atrapan en el escondite? ¿Y si soy el monstruo yo?
Esta forma de juego, que en psicología se conoce como juego de riesgo emocional simulado, ha sido estudiada. Los niños disfrutan de situaciones de miedo voluntario en espacios como parques temáticos o cuentacuentos de miedo.
Estos momentos les ayudan a explorar emociones intensas sin consecuencias reales, porque saben que todo es un juego. Así, desarrollan herramientas internas para enfrentarse más adelante a situaciones reales de incertidumbre o peligro emocional.
¿Y si el monstruo lo elijo yo?
Hay algo empoderador en elegir cuándo y cómo tener miedo. Cuando un niño se tapa los ojos justo en el momento más intenso de un cuento, está ejerciendo un control emocional activo. Está diciendo: Ahora no puedo más, paro. Pero también puede volver a mirar cuando se sienta preparado.
Esto contrasta con los miedos reales —a la oscuridad, a quedarse solo, a los gritos de un adulto...— donde no hay margen de elección. Por eso, el juego con miedo no solo divierte: repara.
- Un ejemplo:
Marina, madre de dos niños de 4 y 6 años, me contaba entre risas:
—Todas las noches me piden el cuento del “lobo que se comía los zapatos de los niños”. Se tapan con la sábana, gritan, se ríen… y me dicen: “¡Otra vez!”.
Le pregunté qué pasaba cuando terminaba el cuento.
—Duermen mejor. Como si se hubieran vaciado por dentro. Como si el miedo se quedara en el cuento.
Exactamente eso. El miedo simbólico, cuando se procesa desde el juego y el vínculo, no se acumula: se transforma.
Jugar al miedo como forma de aprender a confiar
A los adultos nos cuesta entenderlo porque asociamos el miedo con lo peligroso, lo inadecuado o lo traumático. Pero en la infancia, el miedo también puede ser una vía de conexión, de risa, de vínculo.
Lo importante no es el lobo, ni el monstruo, ni el grito. Lo importante es saber que mamá, papá o el profe están ahí al final del cuento.
Porque a veces, lo que verdaderamente calma no es evitar el miedo… sino atravesarlo acompañados. ¿Quieres comprender mejor cómo juega tu hijo y qué emociones está procesando? No mires solo el juego. Mira su cara mientras juega. Ahí está la magia.
Foto | Portada (Freepik)
Ver 0 comentarios