
Imagina una tarde de domingo. Tu hija, de seis años, intenta explicar con toda su solemnidad las normas del Uno a su hermano pequeño.
“No puedes poner un cinco si no es del mismo color. ¡No vale inventárselas!” Y tú, mientras observas desde la cocina, piensas que solo están jugando. Pero en realidad, están entrenando habilidades que marcarán su vida adulta.
Porque sí, jugar con reglas —lo que la psicología del desarrollo llama juegos estructurados— es mucho más que entretenimiento. Es, en realidad, una forma de aprender habilidades camuflada entre dados, cartas y turnos.
Qué son los juegos estructurados y por qué nos interesan
A diferencia del juego libre, los juegos estructurados tienen normas claras, objetivos definidos y, a menudo, ganadores y perdedores. Hablamos del parchís, el escondite, el memory, las cartas, el fútbol con sus fueras de juego, los juegos de mesa… incluso ese juego inventado que tus hijos repiten cada tarde, siempre igual, con reglas tan precisas que no se pueden alterar.
¿Significa eso que los juegos con normas “limitan” la creatividad? Todo lo contrario. Le dan forma. Como una partitura para un músico: permite improvisar dentro de un marco, y ese marco entrena la mente.
Cuando un niño juega con reglas, su cerebro se entrena (y se fortalece)
En un estudio de Barker et al. (2014) publicado en Frontiers in Psychology, se encontró que el tiempo menos estructurado —es decir, actividades sin normas fijas o sin supervisión adulta constante— se asocia con un menor desarrollo de la autonomía en funciones ejecutivas como la planificación, el control de impulsos o la toma de decisiones.
Los niños que combinaban juego libre con actividades más estructuradas, como los juegos con reglas, mostraban mejor capacidad para autorregularse, decidir con criterio y organizar sus pensamientos.
En otras palabras: cuando tu hijo respeta turnos en el dominó, acepta perder una partida de cartas o espera pacientemente su momento en el escondite, no solo está divirtiéndose. Está moldeando su corteza prefrontal, entrenando su pensamiento flexible y aprendiendo a convivir.
Aprender a perder, ganar y esperar
En la vida real, las reglas no son opcionales. Hay que esperar turno en la panadería, aceptar que a veces toca perder y que no siempre se gana, aunque lo merezcas. Los juegos estructurados permiten ensayar todo eso en un espacio seguro y lúdico.
Y sí, es más fácil aprender a perder en el Uno con tu primo que en un examen de matemáticas. Por eso es tan valioso que este aprendizaje empiece en casa y no solo en el colegio.
El poder del “¡Otra partida!”: la seguridad emocional
Muchos niños piden jugar una y otra vez al mismo juego con reglas. ¿Aburrimiento? No. Necesidad de control.
Los juegos estructurados ofrecen previsibilidad. En un mundo que a veces les resulta caótico, saber que después del 6 viene el 7 o que un +4 vale +4, les da calma. Les permite anticipar, entender el entorno, dominarlo. Y eso es una base emocional importantísima para crecer con seguridad.
- Un ejemplo:
Pensemos en Marcos, un niño de 8 años con baja tolerancia a la frustración. Cada vez que pierde, estalla. Pero su madre descubre que, jugando cada tarde al Quién es quién, él empieza a resistir mejor las derrotas, incluso a reírse cuando la hermana le gana por tercera vez seguida.
No es magia, es repetición. Es una especie de 'entrenamiento emocional' que no requiere castigos ni sermones. Solo jugar.
Las normas no ahogan el juego, lo hacen potente
A veces nos esforzamos tanto por proteger la libertad del juego que olvidamos su otra cara: el juego estructurado también libera. Libera ansiedad, canaliza energía, da forma a lo abstracto.
Y prepara a los niños para un mundo donde las normas existen, pero donde también podemos aprender a disfrutarlas, romperlas con criterio o reinventarlas desde el respeto.
Así que, la próxima vez que tu hija te pida que juegues al parchís “una última vez”, no lo subestimes. Estás enseñándole a pensar, a esperar, a sentir. A ser persona. Y todo, desde el tablero ¡jugando!
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