
Una caja de cartón mejor que un coche teledirigido... ¿Cómo puede ser? Quizá te ha pasado. Has comprado ese juguete caro, con luces, sonidos y todas las letras de la palabra “educativo” en su embalaje.
Tu hijo abre el paquete, sonríe… y a los tres minutos está metido dentro de la caja, transformándola en un barco pirata, una casa en Marte o una cueva secreta. Y tú piensas: "¿De verdad prefiere la caja al juguete?" Sí. Y la ciencia tiene una explicación.
El juego no estructurado como base del pensamiento divergente
En 2018, un estudio dirigido por la psicóloga Carmen Dauch, publicado en la revista Infant Behavior and Development, analizó cómo el exceso de juguetes afecta a la calidad del juego. Su conclusión fue clara: menos es más. Los niños a los que se les ofrecían menos juguetes en el entorno jugaban durante más tiempo y de manera más creativa.
Cuando un objeto no es “juguete” en sí mismo —una cuchara, una cuerda, una piedra, una caja— no viene con un guion implícito. No les dice qué hacer ni cómo usarlo. Así, el niño se convierte en guionista, director, actor y escenógrafo a la vez. Ese es el verdadero músculo de la creatividad y del pensamiento divergente: la libertad de imaginar sin instrucciones.
Por qué los juguetes dirigidos limitan más de lo que creemos
Muchos juguetes comerciales ya “juegan solos”. Tienen sonidos pregrabados, movimientos predefinidos y a menudo roles asignados. Un teléfono de juguete será siempre un teléfono. En cambio, una piedra puede ser un huevo de dragón, un botón mágico o una nave interplanetaria.
Este tipo de pensamiento creativo no es un simple pasatiempo: está directamente relacionado con la capacidad de resolución de problemas, la flexibilidad cognitiva y la empatía en la edad adulta, como ya mostraban estudios como el de Russ & Dillon (2011) en Psychology of Aesthetics, Creativity, and the Arts, donde se vincula el juego imaginativo temprano con la creatividad futura.
Pongamos un ejemplo. Pensemos en Marcos, de tres años. Su madre lo observa mientras cocina. Le ofrece un cochecito, pero él prefiere una cuchara de madera. Durante media hora, esa cuchara es un cohete, un micrófono y una varita mágica. Nadie le ha dicho qué hacer con ella. Marcos no está imitando un juego, está creándolo.
En ese proceso, Marcos, además de entretenerse, está desarrollando funciones ejecutivas como la planificación, el control inhibitorio (cuando cambia de rol) y la narración interna. Está organizando el mundo en su cabeza. Y lo hace con una cuchara. No con una app ni con una tablet.
El caos como promesa de descubrimiento
Los adultos solemos asociar el desorden con descontrol. Pero para los niños, el caos es una promesa de descubrimiento. Por eso vacían cajones, desordenan mantas, meten peluches en una olla o hacen un “picnic” debajo de la mesa del comedor. Están explorando las posibilidades del entorno sin que nadie les marque el camino.
Esto no significa que los juguetes sean negativos, porque también cumplen grandes funciones. Pero sí nos recuerda que el valor del juego no está en el objeto, sino en lo que el niño hace con él. Los juguetes cerrados pueden formar parte del juego, pero no deberían ocupar todo el escenario.
Lo que realmente estamos viendo cuando juegan con “cualquier cosa”
Cuando un niño prefiere jugar con una pinza de la ropa antes que con un robot articulado, no está despreciando el juguete. Está pidiendo autonomía, misterio, posibilidad.
Nos toca como adultos sostener ese espacio sin invadirlo. No para dirigir, sino para observar con asombro. Porque ese juego que parece caótico es, en realidad, una construcción mental compleja, emocionalmente cargada y profundamente simbólica.
La magia de transformar y reinventar
Los niños prefieren objetos no diseñados como juguetes porque les dan permiso para imaginar, transformar, reinventar. Porque en un mundo cada vez más estructurado, cerrado y dirigido, el juego libre con objetos cotidianos es un acto de libertad interior.
Y quizá, la próxima vez que veas a tu hijo dentro de una caja de cartón, no te parezca que está “perdiendo el tiempo”, sino construyendo su propio mundo interior.
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