De pronto, tu hijo ya no es ese niño que llevaba dibujos en la carpeta y te pedía que lo acompañaras a la puerta del colegio. Ahora, de camino al instituto, te dice con gesto serio: “Por favor, mamá, papá, no me abraces delante de la entrada”. Esa frase, aparentemente sencilla, marca el inicio de un viaje: la adolescencia.
Y aunque a menudo se habla de esta etapa como un terreno complicado (y sí), también puede ser un momento lleno de oportunidades para crecer juntos, siempre que sepamos acompañar de la manera adecuada.
Adolescencia: querer volar pero poder volver
A los 11, 12 o 13 años, los niños dejan atrás la infancia y empiezan a construir una nueva identidad. Su cerebro está en plena transformación: la corteza prefrontal (responsable de la planificación y el autocontrol) aún no está madura, mientras que el sistema límbico (donde se gestionan las emociones) funciona a toda velocidad.
Esa combinación explica por qué un día parecen adultos con opiniones firmes y al siguiente se derrumban por un detalle que a los ojos de un adulto parece insignificante.
Además, en esta etapa el grupo de iguales se vuelve el espejo más importante. Lo que piensen los amigos, las dinámicas de clase, la aceptación o el rechazo social pueden pesar más que la opinión de los padres. Y al mismo tiempo, siguen necesitando un ancla emocional en casa, aunque ya no lo reconozcan de forma abierta.
En otras palabras: tu hijo adolescente quiere volar, pero aún necesita saber que puede volver a aterrizar en un lugar seguro. Y ahí entras tú. Acompañar no significa controlarlo todo ni soltarlo del todo, sino aprender a estar de otra manera: más silenciosa, más flexible y más confiada. ¿Cómo hacerlo de forma práctica y realista en el día a día? Aquí van algunas ideas.
1) Escucha sin interrogatorio
Los adolescentes odian sentir que vuelven a casa a pasar un examen. Si cada tarde reciben un “¿qué tal el instituto?, ¿qué habéis hecho?, ¿qué notas has sacado?”, la conversación muere rápido. Por eso, evita interrogar a tu hijo adolescente (sobre todo, los primeros días, que suelen generar más nerviosismo).
Prueba con preguntas más abiertas, que inviten a hablar sin presión:
- “¿Qué ha sido lo más curioso de tu día?”
- “¿Algo que te haya sorprendido?”
Ejemplo: tu hijo llega con cara larga. En vez de bombardearle con preguntas, puedes decirle mientras pones la mesa: “Hoy pareces cansado, ¿quieres contarme algo o prefieres descansar un rato?”. Esa frase transmite respeto y disponibilidad.
2) Comparte momentos cotidianos
La llegada del instituto supone muchos cambios para ellos, y es bueno que podáis comentarlos. Pero... ¿cuándo? En realidad, no hace falta tener grandes charlas profundas para conectar. A veces, el mejor acompañamiento se da mientras hacéis juntos la compra, cocináis una cena rápida o paseáis con el perro.
En esos espacios informales se sienten menos observados, y suelen abrirse más. Es muy común que una confidencia importante surja mientras cortáis tomates, no cuando intentas forzar una conversación en el sofá.
3) Pon límites claros, pero razonables
El instituto trae más libertad, pero también más riesgos. Acompañar no significa dar barra libre. Los límites son necesarios, pero deben ser claros y coherentes.
Ejemplo: tu hija quiere quedarse más tiempo con sus amigos en el parque. En lugar de un “no, porque no”, prueba con: “Vale, puedes quedarte hasta las 18:30. Si se alarga, mándame un mensaje. Confío en ti, pero necesito saber dónde estás”.
El mensaje implícito es: te doy autonomía, pero dentro de un marco que te protege (y que me permite estar tranquila).
4) Valida lo que siente
Lo que a ti te parece un drama mínimo, para tu hijo puede ser una tormenta (sobre todo con la llegada del instituto, donde hay más exigencia académica, tal vez no conoce a nadie, está más nervioso de lo normal...). Si un amigo no le contestó en el grupo de WhatsApp, no minimices su dolor.
En vez de un “no es para tanto”, prueba con: “Entiendo que te haya dolido, es normal que te afecte”. Validar no significa estar de acuerdo, significa reconocer la emoción como legítima.
5) Da ejemplo con tu vulnerabilidad
Los adolescentes respetan más a los adultos auténticos que a los que fingen tenerlo todo bajo control. Si un día pierdes los nervios, reconocerlo enseña más que ocultarlo.
Ejemplo: “Hoy he estado demasiado irritable y no lo he gestionado bien. A veces me pasa. Estoy aprendiendo, igual que tú”. Ese tipo de frases les muestran que equivocarse es humano.
6) Mantén rituales familiares
Aunque ya no quieran cuentos ni que los acompañes al cole, los adolescentes siguen necesitando rutinas que les den seguridad: cenar juntos sin pantallas, un abrazo de buenas noches (aunque sea rápido), o un desayuno en común el fin de semana.
Son pequeños rituales que actúan como anclas emocionales en medio de tanto cambio, y que además les da la opción de hablar sobre los primeros días de instituto.
Del cole al instituto: más allá de un cambio académico
Del colegio al instituto no es solo un cambio académico, es un rito de paso emocional. Y tu papel no es resolver cada problema, sino estar presente, dar confianza y mantener un marco seguro.
Tu hijo querrá volar, pero seguirá necesitando un lugar seguro donde volver a posarse. Y aunque ahora te pida que no lo abraces en la puerta del instituto, lo que de verdad quiere es saber que, pase lo que pase, sigues estando ahí.
Foto | Portada (Freepik)
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