La gente que creció con padres muy críticos muestra este patrón en sus relaciones, según la psicología

Crecer con padres muy críticos puede hacer que, de adultos, busquemos amor desde la autoexigencia y el miedo a decepcionar

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Laura Ruiz Mitjana

Si creciste en una casa donde los silencios pesaban más que los elogios, donde el “bien, pero podrías haberlo hecho mejor” era la melodía de fondo, es probable que hoy sigas buscando aprobación incluso sin darte cuenta. 

Las personas que tuvieron padres muy críticos suelen arrastrar una especie de guion invisible que se activa en sus relaciones adultas: la necesidad de hacerlo todo bien para no perder el cariño del otro.

La psicología lo ha estudiado, y como psicóloga lo veo a menudo en consulta. Crecer bajo un clima de crítica constante no solo moldea la autoestima, sino también la manera en que uno se vincula emocionalmente. Es decir, no solo afecta a cómo te ves a ti mismo, sino a cómo te relacionas con los demás, especialmente en el amor, la amistad o el trabajo.

Qué ocurre cuando los padres son muy críticos

Los padres críticos no siempre son fríos o distantes. A veces incluso creen estar ayudando. “Te lo digo por tu bien”, “quiero que llegues lejos”, “no te relajes”… son frases que esconden un fondo de preocupación, pero que, en la mente de un niño, se traducen en algo distinto: “no soy suficiente”.

Desde la psicología evolutiva y del apego, se sabe que un entorno así puede generar un apego ansioso, un estilo relacional que surge cuando, entre otras cosas, el niño percibe que el afecto depende de su rendimiento. Así, aprende que equivocarse puede costarle cariño, y que el amor hay que ganárselo a base de esfuerzo, autocontrol o perfección.

De adulto, ese aprendizaje no desaparece: se actualiza. La persona sigue intentando ser “la versión correcta de sí misma” para que la quieran o, al menos, para no ser rechazada.

El patrón relacional más común: la autoexigencia emocional

La mayoría de los adultos que crecieron con padres muy críticos presentan un patrón que combina hiperexigencia, miedo al error y búsqueda de validación. No siempre son conscientes de ello, porque desde fuera pueden parecer muy seguros, responsables o incluso exitosos. Pero bajo esa imagen suele haber un alto nivel de tensión emocional.

Así, tienden a:

  • Anticipar la crítica. Se adelantan a posibles reproches antes de que lleguen (“seguro que piensa que lo hice mal”).
  • Pedir perdón en exceso. Buscan calmar cualquier malestar ajeno, aunque no sea su culpa.
  • Evitar el conflicto. Prefieren ceder antes que enfrentarse al juicio del otro.
  • Analizar cada gesto o palabra. Una mirada seria o un mensaje sin respuesta puede activar un intenso malestar.

Este patrón es, en realidad, una estrategia emocional aprendida. Sirvió para sobrevivir en una infancia donde el amor parecía depender de no equivocarse.

Cómo se puede ver este patrón en la vida cotidiana

Imaginemos una situación sencilla. A Clara, de 35 años, su pareja le dice: “Hoy has estado un poco distante”. En lugar de tomarlo como un simple comentario, Clara siente una punzada de culpa. Empieza a justificarse (“es que estoy cansada, no me di cuenta”), se preocupa por si su pareja está decepcionada y pasa la noche repasando mentalmente cada gesto del día.

No es dramatismo ni susceptibilidad: es el reflejo de una alerta emocional crónica. Su cuerpo reacciona como si estuviera ante una amenaza, porque durante años, la desaprobación de sus padres fue percibida como algo peligroso.

Este tipo de experiencias activa el eje del estrés y el cortisol, haciendo que el cerebro esté siempre en modo “vigila que no te critiquen”. Con el tiempo, esa hipervigilancia puede generar agotamiento emocional, dificultad para disfrutar de la intimidad o incluso relaciones desequilibradas, donde uno da más de lo que recibe.

El peso de la autocrítica

Lo más curioso —y doloroso— es que la voz crítica de los padres (cuando no es crítica constructiva) suele convertirse en una voz interior. Esa que corrige, compara y exige. La persona ya no necesita que nadie la juzgue desde fuera, porque ha internalizado el juicio.

Frases como “no debería haber dicho eso”, “si fallo, me dejará de querer”, o “seguro que lo hice mal” son su manera de mantenerse “a salvo”. En el fondo, la autocrítica cumple una función: intenta prevenir el rechazo, aunque lo haga a costa de la paz interior.

La psicología lo describe como una forma de autoobservación hostil, donde el propio pensamiento se convierte en juez y parte. Esto no significa que la persona no se quiera, sino que aprendió que para ser querida debía ser impecable.

Relaciones marcadas por el miedo a decepcionar

Las consecuencias en la adultez pueden ser sutiles pero profundas. Estas personas suelen ser muy empáticas, altamente responsables y con una enorme capacidad para adaptarse. Pero esa sensibilidad, si no se gestiona, se convierte en terreno fértil para la sobrecarga emocional.

En pareja, pueden sentirse constantemente evaluadas. Ante la menor crítica, se activan viejas heridas. En el trabajo, pueden trabajar el doble para demostrar su valor. Y en la amistad, a veces se convierten en “los que siempre están”, aunque nadie se lo pida.

Lo que hay detrás no es debilidad, sino un deseo de conexión emocional auténtica que nunca se sintió del todo segura.

Patrón relacional: entenderlo para acompañarlo

Comprender este patrón relacional no es culpar al pasado, sino entender cómo se formó. Porque solo cuando reconocemos de dónde viene esa voz interior tan exigente, podemos empezar a ponerle límites.

Y ese es, en el fondo, el primer paso para construir relaciones donde no haya que ser perfecto para ser querido.

Foto | Portada (Freepik)

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