Cuando tenemos un bebé no solo pasamos por una transformación física; también tiene lugar un enorme cambio mental y emocional en nosotras. Tanto, que si le preguntamos a alguna mujer que ya tenga algunos años siendo madre cómo era su vida antes de la llegada de sus hijos, probablemente no recuerde mucho.
Desde luego, esto no siempre es así. Durante las primeras semanas, meses y años de la maternidad, muchas mujeres recuerdan con nostalgia la vida que tenían antes de ser madres, algunas sintiéndose incluso culpables por ello.
Sin embargo, esto no es algo malo ni negativo. Se trata, en realidad, de un proceso muy normal que nos acompaña al entrar en la maternidad.
"¿Qué me ha pasado?"
Tras nueve meses de embarazo, llegó el parto, comenzando así un nuevo proceso de adaptación a la vida con el bebé. Entre las pocas horas de descanso, y la recuperación tras el parto y retomar la rutina, no hay muchas oportunidades de detenerse a pensar o reflexionar.
Hasta que un día, con el bebé enganchado a tu pecho, en chándal y con la camiseta manchada te preguntas a ti misma: "¿Qué me ha pasado?". Ya no eres la mujer que conocías profundamente antes de tener hijos... pero tampoco reconoces a la que ves ahora frente al espejo.
Tranquila, esto es muy normal y nos pasa a todas.
Cuando nos convertimos en madres no solo llegan nuevas experiencias y sensaciones a nuestra vida. También sufrimos algunas pérdidas. Y entre todas ellas, una de las más notorias es aquella relacionada con nuestra identidad.
La transformación de las madres
Foto | RDNE Stock en Pexels
Como ya lo hemos explicado en otras ocasiones, cuando tenemos un bebé pasamos por una especie de metamorfosis, en la que dejamos atrás a la mujer que éramos, para convertirnos en una nueva. Esto no quiere decir que la persona que solíamos ser ya no existe: simplemente se ha transformado.
La cuestión, es que esto suena muy sencillo pero es en realidad un proceso lento y complejo, por lo que es normal que durante éste tengamos algunas (¡o muchas!) dudas y/o inseguridades.
Por un lado, vivimos una especie de crisis existencial, en la que estamos intentando descifrar la persona que ahora somos, nuestras nuevas prioridades, nuestras metas y deseos... Por otro, es inevitable añorar la vida que teníamos antes de tener a nuestro bebé.
Después de todo, estamos diciéndole adiós no solo la vida que conocíamos, sino a una persona con la que conectábamos profundamente: nosotras mismas. Y en medio de esa transición es muy normal, e incluso esperado, que tengamos toda clase de emociones, desde confusión al perder nuestra identidad, hasta nostalgia por la vida a la que estábamos acostumbradas.
En pocas palabras, vivimos una especie de duelo. Y como en cualquier tipo de experiencia similar, es importante que seamos amables y pacientes con nosotras mismas.
Cambiando la culpa por gratitud
Extrañar la vida que teníamos antes de ser madres no significa que no amemos a nuestros hijos, ni tampoco quiere decir que nos arrepintamos de ser madres. Es un paso natural en este importante proceso de transformación.
Así que, más que sentir culpa, prueba a ser compasiva contigo misma. Recuerda con cariño y gratitud a la mujer que eras, pero aprende también a ver la valiosa oportunidad que tienes frente a ti: la de ir construyendo poco a poco una nueva y mejorada tú.
Poco a poco, comienza a dedicar unos minutos de tu día en hacer algo para que sea solo para ti. Puedes comenzar por algo sencillo como hacer meditaciones de cinco minutos o leer una página de esa novela de misterio que tienes pendiente, lo que tu día te permita y, gradualmente, ve aumentando esos momentos para ti.
Aunque hoy no lo parezca, te puedo asegurar que eventualmente llegará el momento en el que te sentirás nuevamente "tú" (a mí me costó tres años). Sé paciente y verás que, cuando menos lo esperes, te verás en el espejo y te darás cuenta que finalmente comienzas a reconocerte y reconectar contigo misma.
Foto de portada | Helena Lopes en Pexels
Ver 0 comentarios