Estas son las señales tempranas de estrés escolar en los niños que los padres no deberían ignorar

El estrés escolar en los niños no siempre resulta evidente; por eso es tan importante fijarnos en señales como estas

estres-colegio
Sin comentarios Facebook Twitter Flipboard E-mail
laura

Laura Ruiz Mitjana

A veces el estrés escolar no llega en forma de suspensos o quejas del profesor. Llega en silencio, entre bostezos, dolores de tripa y miradas que se apagan. Muchos niños no dicen “estoy estresado”, porque ni siquiera saben ponerle nombre a lo que sienten. 

Por eso, detectar las señales tempranas de estrés escolar es una de las tareas más importantes para las familias. Y no, no se trata de ser padres “helicóptero”, sino de mirar con atención y empatía.

El estrés escolar infantil: cómo aparece y por qué

El estrés escolar es la respuesta física y emocional que experimenta un niño cuando percibe que las demandas del entorno escolar —exámenes, deberes, presión social, cambios de profesor o de grupo— superan los recursos que siente tener para afrontarlas. No es solo “estar nervioso”: implica una activación del cuerpo y de la mente que, si se mantiene, puede afectar a su salud, aprendizaje y bienestar.

En la infancia solemos imaginar que el colegio es sinónimo de amigos, lápices de colores y recreos. Pero la realidad es que las presiones académicas, las comparaciones, el miedo a defraudar o a fallar o incluso sufrir bullying, pueden ser un cóctel perfecto para que el estrés se instale

  • Imagina a Sara, de 9 años. Siempre iba contenta al colegio. De repente, cada mañana le duele la barriga y pide quedarse en casa. No hay fiebre. En la consulta pediátrica todo parece normal. Pero el malestar persiste. Ese dolor es un lenguaje: su cuerpo está diciendo lo que sus palabras no saben expresar.

Seis señales tempranas de estrés escolar

1) Cambios en el sueño y en el apetito

Una de las primeras señales de estrés escolar es la alteración de los ritmos básicos. Niños que antes dormían de un tirón empiezan a despertarse varias veces, tienen pesadillas o les cuesta conciliar el sueño.

Otros pierden el apetito o, por el contrario, comen de forma ansiosa. El cuerpo es un mensajero honesto: cuando la mente va acelerada, los hábitos también se desajustan.

2) Irritabilidad y explosiones de la “nada”

Cuando un niño que solía ser tranquilo se vuelve irritable o tiene arranques de llanto aparentemente “sin motivo”, es momento de prestar atención. La irritabilidad es muchas veces tristeza disfrazada, sobre todo en la infancia. No lo etiquetes de “caprichoso” sin antes explorar qué hay detrás.

3) Dolores físicos que el médico no explica

Dolor de cabeza, de estómago, tensión muscular… El estrés escolar puede traducirse en síntomas físicos recurrentes. Son reales, aunque no haya una causa médica visible. El cuerpo infantil responde al estrés con la misma cascada de hormonas que un adulto.

4) Pérdida de interés en actividades que antes disfrutaba

Ese niño que adoraba el judo y de repente no quiere ir a la clase, o la niña que deja de dibujar porque “ya no le apetece”. Hablamos de la anhedonia, la desconexión de los placeres cotidianos o la incapacidad de conectar con el placer, otro signo claro de que algo interno pesa demasiado.

5) Autoexigencia 

Hay pequeños que debido a su autoexigencia se exigen más de lo que sus padres imaginan. Borran y reescriben la tarea una y otra vez, temen levantar la mano en clase por miedo a equivocarse o se frustran si no sacan la mejor nota. El perfeccionismo extremo es una forma de estrés que a menudo pasa desapercibida, porque a simple vista parece “buen rendimiento”.

6) Retraimiento social

Un cambio llamativo es cuando el niño empieza a evitar a sus amigos, a comer solo en el comedor o a inventar excusas para no ir a cumpleaños. La soledad no siempre es una elección; a veces es una forma de protegerse cuando el colegio se vive como un escenario de presión.

Cómo acompañar sin invadir

Detectar es el primer paso, pero acompañar sin invadir es el verdadero reto. Pregunta con calma, escucha sin interrogar, valida sus emociones: “Entiendo que estés preocupado, cuéntame más”. A veces el estrés escolar mejora con pequeñas acciones: ajustar rutinas, hablar con el profesorado, bajar el nivel de exigencia en casa...

Y cuando las señales persisten, la terapia psicológica infantil se convierte en una buena herramienta. Una psicóloga especializada puede ayudar a que el niño aprenda a expresar lo que siente y pueda entender y gestionar esa ansiedad, al tiempo que orienta a la familia.

Mirar más allá de las notas

El estrés escolar no se mide solo con las notas. Se esconde en cambios de humor, en cuerpos tensos, en miradas cansadas... Los padres no pueden eliminar todos los retos de la vida de sus hijos, pero sí pueden ofrecer un refugio seguro, donde ser escuchados y comprendidos.

Por ello, te animo a que la próxima vez que tu hijo te diga “me duele la barriga” antes de clase, escuches lo que su cuerpo intenta contarte. Puede que detrás de ese dolor haya una historia que merece ser atendida antes de que el estrés escolar se convierta en un visitante permanente.

Foto | Portada (Freepik)

Inicio