Hay días en los que, sin darte cuenta y sin mala intención, sientes que todo lo que dices a tu hijo es una corrección: “recoge eso”, “no hables así”, “haz los deberes ya”... Y cuando por fin intentas tener un momento tranquilo, te responde con desgana o con un portazo.
No es que no te escuche: es que su balanza emocional se ha descompensado. Y aquí entra en juego algo tan simple —y tan potente— como la regla del 70/30. Descubre cómo aplicar esta técnica de comunicación.
¿Qué es la regla del 70/30 en la comunicación con los hijos?
Esta regla parte de una idea sencilla pero efectiva: para que un vínculo se mantenga sano, cálido y cooperativo, el 70% de las interacciones entre padres e hijos deberían ser positivas —elogios, gestos de cariño, humor, risas, conversaciones amables— y solo un 30% deberían dedicarse a correcciones, límites o críticas constructivas.
No se trata de ser “padres perfectos” ni de eliminar los conflictos. Se trata de equilibrar. Si el cerebro del niño o del adolescente asocia el contacto contigo con tensión o exigencia, empezará a ponerse a la defensiva antes de que abras la boca. Pero si, en cambio, asocia tu presencia con seguridad, afecto y aceptación, escuchará mejor incluso cuando marques un límite.
Por qué funciona: la psicología lo explica
El cerebro infantil está programado para buscar conexión y aprobación. Cuando recibe demasiadas señales negativas —críticas, reproches, tono elevado—, y aunque a veces sean necesarias para educar (siempre de forma asertiva y respetuosa), se activa su sistema de alerta. El resultado es que entra en modo defensa: contesta mal, se encierra o se desconecta.
Las interacciones positivas, en cambio, liberan oxitocina y serotonina, hormonas vinculadas con la confianza y el bienestar. Por eso, una relación con predominio de experiencias positivas fortalece el vínculo y mejora la cooperación.
Es lo mismo que ocurre en las relaciones de pareja o de amistad: cuando la balanza se inclina hacia lo negativo, el vínculo se resiente. Y con los hijos, este desequilibrio emocional tiene aún más impacto, porque ellos están aprendiendo cómo se construye el amor.
Un ejemplo
Imagina que por la mañana, antes de ir al colegio, le dices tres veces a tu hijo: —“Te has olvidado la chaqueta.” —“Otra vez vas a llegar tarde.” —“Come más rápido, por favor.”
Y justo antes de salir, añades un “¡Te quiero!”. Aunque el cariño sea genuino, la sensación emocional que se lleva es de presión, no de conexión.
En cambio, si entre medias le dices algo como “me encanta cuando te organizas tan bien los materiales” o le haces una broma que provoque una sonrisa, el tono cambia. No se trata de decir solo cosas bonitas, sino de cuidar el equilibrio.
Cómo aplicar la regla del 70/30 en casa
- Detecta tu proporción actual. Durante un día, observa cuántas de tus frases son de corrección o crítica y cuántas transmiten afecto, humor o reconocimiento. Te sorprenderá lo fácil que es caer en el 90/10… pero al revés.
- Crea micro-momentos positivos. No necesitas grandes gestos. A veces basta con una mirada cómplice, una pregunta sin juicio (“¿qué fue lo más divertido del día?”) o una risa compartida mientras cocináis.
- Transforma la crítica en curiosidad. En lugar de “¡Siempre lo dejas todo tirado!”, prueba con: “¿Qué podemos hacer para que te sea más fácil recogerlo?”. La idea no es evitar los límites, sino comunicar desde la conexión, no desde la lucha.
- Sé consciente del poder del humor. El humor desactiva tensiones, aligera el ambiente y favorece la complicidad. Una broma bien colocada puede salvar un conflicto.
- Termina el día con saldo positivo. Asegúrate de que tu hijo se acueste con una sensación cálida. Una frase como “me encanta pasar tiempo contigo” deja una huella emocional mucho más profunda de lo que imaginas.
En lugar de contar palabras, sembrar emociones
La regla del 70/30 no es una fórmula rígida, sino una brújula emocional. Nos recuerda que los niños necesitan sentirse vistos más que corregidos, comprendidos más que guiados.
Porque la infancia y la adolescencia no son etapas para llenar de instrucciones, sino de vínculos. Y cuando la conexión está viva, las normas pesan menos, las palabras llegan más lejos y los hijos escuchan sin miedo.
Al final, no se trata de hablar menos, sino de hablar mejor: con más presencia, más ternura y más sentido. Y ese 70% positivo no solo mejora la relación con tu hijo: también cambia la forma en que te hablas a ti mismo como madre o padre.
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