Todos hemos dicho alguna vez una frase del tipo “mira cómo lo hace tu hermano” sin mala intención; muchas veces surge del cansancio, la frustración o incluso del deseo de motivar.
Pero lo que queda en el corazón del niño no es una estrategia educativa, sino una pequeña herida que puede afectar su autoestima. Desde el primer segundo en que percibe la comparación, el mensaje subyacente —“no eres suficiente tal y como eres”— puede instalarse como una pequeña grieta emocional. ¿Cómo se sienten los hermanos a los que se les compara?
¿Por qué las comparaciones entre hermanos duelen tanto?
Cuando comparas, colocas a tu hijo en una balanza familiar. Las investigaciones sobre tratamiento diferencial parental muestran que lo que más impacto genera no siempre es la realidad objetiva (si uno recibe más atención o elogios), sino la percepción subjetiva del niño sobre esa diferencia. Esa percepción se asocia con más tristeza, ansiedad y baja autoestima.
En otras palabras: no hace falta que realmente estés “favoreciendo” a un hijo; basta con que el otro sienta que es “el menos querido” para que aparezca el daño.
Las comparaciones son un tipo de espejo distorsionado: en lugar de reflejar lo que el niño es, le devuelven lo que no es. Con el tiempo, ese reflejo puede influir en cómo se percibe a sí mismo, en su confianza y en la manera en que busca reconocimiento fuera de casa.
Qué siente un hijo al que se le compara
Por dentro, el niño comparado (de forma reiterada) suele experimentar una mezcla de emociones difíciles de nombrar: vergüenza por no estar “a la altura”, rabia por sentir que no puede cambiar lo que se le reprocha y miedo a perder el amor del adulto.
Se instala una sensación de estar en un examen constante, una necesidad de ganarse la aprobación que debería ser incondicional. A nivel emocional, este patrón se traduce en inseguridad, frustración y, muchas veces, en comportamientos de oposición o rebeldía que esconden una profunda necesidad de ser visto.
Algunos niños se rinden (“¿para qué intentarlo si nunca seré como él?”), mientras que otros se esfuerzan en exceso para recuperar el terreno perdido. En ambos casos, el amor deja de sentirse como un refugio y se convierte en una meta.
¿Y qué siente el hermano “modelo”?
Curiosamente, el hermano que es tomado como ejemplo tampoco sale indemne. Ser “el responsable”, “el estudioso” o “el bueno” implica una carga invisible: la presión por mantener ese papel para no decepcionar. A menudo, estos niños crecen con una autoexigencia excesiva y un miedo constante a fallar.
Además, pueden sentir culpa por ser el “favorito” o incomodidad al notar la tristeza del otro. En la relación fraterna, eso se traduce en distancia o rivalidad: uno se siente inferior, el otro vigilado. Ninguno se siente plenamente libre para ser quien es.
El hogar, en lugar de ser un espacio donde cada uno tiene su lugar propio, se convierte en un pequeño escenario de comparación constante, donde el amor parece medirse con una regla invisible.
Comparar a los hermanos: esto es lo que dice la ciencia
Diversos estudios respaldan esta experiencia. El estudio citado de Feinberg y Hetherington (2000) mostró que los adolescentes que perciben diferencias en el trato parental presentan más síntomas depresivos y una autoestima más baja, además de mayores conflictos con sus hermanos.
Otro estudio encontró que los efectos negativos aparecen no por la diferencia en sí, sino cuando los hijos la perciben como injusta o preferencial.
Dicho de otro modo: lo que hiere no es tanto la desigualdad, sino la falta de reconocimiento de esa desigualdad. Cuando los padres son conscientes y explican las razones (“Hoy dedico más tiempo a tu hermano porque está pasando por un mal momento, pero eso no significa que te quiera menos”), los efectos negativos disminuyen.
Alternativas reales a la comparación
Aquí no se trata de evitar mencionar diferencias —los hermanos son distintos—, sino de enmarcarlas desde la aceptación. Algunas frases prácticas y concretas que sustituyen la comparación:
- En vez de “tu hermano sí recoge su habitación”, di: “Veo que hoy te cuesta ordenar; ¿qué te ayudaría a hacerlo mejor?”.
- En lugar de “por qué no eres como ella en los estudios”, prueba: “Tú aprendes de otra manera; busquemos juntos cómo apoyarte”.
Estas expresiones reconocen el esfuerzo, validan la experiencia del niño y fomentan la cooperación sin jerarquizar el afecto.
Cómo enfocar el tema
Comparar es humano, y la mayoría de las veces lo hacemos sin darnos cuenta; pero criar bien es un acto de conciencia. Si quieres que tus hijos no compitan por amor sino que crezcan en libertad, empieza por mirarles sin balanzas. Cada hijo necesita sentir que su valor no depende de otro, que no tiene que ser mejor ni peor que nadie, solo él mismo.
Cuando eso ocurre, la autoestima florece, el vínculo se fortalece y la rivalidad entre hermanos se disuelve poco a poco. Porque cuando un niño sabe que su lugar no se compara, puede amar sin miedo.
Foto | Portada (Freepik)
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