Lo que pasa en el cerebro del niño cuando tú también te tiras al suelo a jugar con él

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Laura Ruiz Mitjana

Llegas a casa después de un día largo. Tu hijo está en el suelo, rodeado de animales de plástico. En lugar de decir “ahora no, cariño, estoy cansado”, te quitas los zapatos, te tiras junto a él y agarras un elefante. No das órdenes, no diriges el juego. Solo estás, junto a él, siguiendo su ritmo.

A simple vista, parece un momento tierno. Pero en realidad, en ese preciso instante, en su cerebro (y en el tuyo) están ocurriendo cosas extraordinarias. Te las contamos.

Conexión a ras de suelo: lo que no se ve pero se siente

Cuando te pones a la altura de un niño y compartes su juego desde la presencia real, no le estás enseñando a jugar: le estás diciendo sin palabras “me importas”, “estoy contigo”, “me interesa lo que haces”.

Desde la neuropsicología, sabemos que estas experiencias tienen un impacto directo en su desarrollo cerebral. El cerebro infantil, moldeado por la experiencia y la relación, interpreta ese gesto como una señal de seguridad. Y cuando hay seguridad, hay apertura al aprendizaje, al lenguaje y a la empatía.

  • Un ejemplo: Julia, de 3 años, está montando un “picnic” con muñecos. Su padre se sienta con ella, hace que el dinosaurio beba zumo y ambos se ríen. Sin saberlo, están regulando juntos su sistema nervioso.
Cuando jugamos con los niños, su cerebro interpreta el gesto como una señal de seguridad. Y cuando hay seguridad, hay apertura al aprendizaje, al lenguaje y a la empatía.

¿Qué ocurre en el cerebro durante ese juego compartido?

1) Sincronización cerebral

El juego compartido genera sincronía neural, un fenómeno en el que las ondas cerebrales de dos personas (en este caso, adulto y niño) se alinean. Esta sincronización fortalece la empatía, la atención conjunta y el aprendizaje social.

Un interesante estudio de Wass et al. (2020), publicado en Cerebral Cortex, demostró que cuando los cuidadores responden de manera contingente durante la interacción, se produce una mayor sincronización entre sus cerebros y los de los niños, especialmente en áreas relacionadas con la regulación emocional y la cognición social.

2) Activación del sistema de apego

La experiencia de juego libre y compartido activa la amígdala (procesamiento emocional), el hipocampo (memoria afectiva) y la corteza prefrontal (autocontrol y reflexión). Esto fortalece el vínculo (apego seguro) y ayuda al niño a construir una narrativa emocional coherente sobre sí mismo: soy digno de atención, soy visto.

3) Liberación de oxitocina

El contacto emocional positivo —la risa compartida, la mirada cómplice, la diversión sin exigencias...— estimula la producción de oxitocina, la hormona del apego y el amor. Esto reduce el cortisol (estrés) y potencia la regulación emocional.

Esto sucede a nivel psicológico

Más allá de lo neurológico, ese momento de juego tiene implicaciones profundas en lo psicológico:

  • El niño aprende que estar con otro puede ser seguro y placentero.
  • Aprende que no necesita rendir ni hacer las cosas perfectas para recibir atención.
  • Aprende que los adultos también pueden ser flexibles, imaginativos y disponibles.

Jugar tumbado a su lado no es solo estar “presentes”: es estar disponibles emocionalmente, sin juicio ni expectativa. Es dejar que él o ella lidere el juego. Es entrar en su mundo, sin intentar cambiarlo.

Pero... ¿Y si no sé cómo jugar? Muchos adultos sienten que no saben “jugar bien”. La buena noticia es que no hace falta "saber nada". Solo hace falta estar, dejarte llevar. Mirar lo que hace tu hijo. Hacer una voz graciosa.

Repetir su gesto, preguntar... Y, sobre todo, no corregir. No estás perdiendo el tiempo, estás modelando salud mental y creando vínculo.

El suelo, el nuevo lugar de encuentro

Cuando te tiras al suelo a jugar, además de hacer feliz a tu hijo, construyes con él una base neurológica y emocional segura. Estás diciéndole, sin palabras, que su mundo merece tu tiempo. Que su alegría te importa. Y que jugar juntos puede ser el puente más directo entre dos cerebros… y dos corazones.

Jugar juntos puede ser el puente más directo entre dos cerebros… y dos corazones.

Foto | Portada (Freepik)

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