Desde el primer "Buenos días, osito" hasta el susurro de buenas noches al pingüino de fieltro, encontramos algo muy tierno y emocionante en esos diálogos íntimos entre los niños y sus peluches.
Y, aunque parezca un gesto cotidiano, la ciencia lo celebra: hablar con sus animales de peluche es una ventana preciosa al desarrollo emocional, cognitivo y social del niño. Entonces... ¿Qué dice la psicología de los niños que hablan con sus peluches?
Jugar con peluches: un amigo con funciones mágicas
Investigaciones clásicas como la de Taylor y Carlson (1997), citadas en un estudio de 2016, muestran que los niños con orientación fantasiosa —es decir, aquellos que crean amigos imaginarios o personifican objetos— tienen un desempeño superior en tareas de mentalización, como entender los pensamientos y emociones ajenas.
Esto indica que esas conversaciones con peluches no son simples juegos: entrenan la empatía y refinan habilidades sociales en un espacio seguro e imaginativo.
El peluche como "objeto transicional"
El pediatra y psicoanalista Donald Winnicott introdujo el concepto de “objeto transicional” (comfort object), algo que actúa como puente emocional entre la dependencia infantil y una autonomía naciente.
En niños pequeños, los peluches suelen desempeñar esta función, ayudándoles a regular emociones y a superar separaciones de forma menos angustiosa.
Reparando el alma en tiempos difíciles
El poder curativo del peluche fue comprobado en un experimento dirigido por Sadeh, Hen-Gal y Tikotzky (2008): niños entre 3 y 6 años que habían vivido en zonas de conflicto fueron asignados a cuidar de un peluche triste.
Dos meses después, mostraron una mejora notable en síntomas como pesadillas o ansiedad, en comparación con quienes no recibieron ese simple compañero PMC. Como si aquel osito a quien abrazaban les regalara un escudo de paz y alivio.
Un laboratorio de emociones y relaciones
El peluche no juzga, obedece (o discute si el niño lo decide), escucha cuando nadie más tiene tiempo... Y es, curiosamente, un escenario ideal para practicar situaciones reales.
Según un estudio, la interacción imaginaria con compañeros invisibles o peluches permite ensayar emociones, roles sociales y reacciones sin riesgo, favoreciendo la adaptación emocional y las habilidades relacionales.
Qué pasa en la mente del niño mientras habla con su peluche
Un experimento publicado en Cognitive Development (2015) reveló que los niños que están emocionalmente vinculados a un peluche sí tienden a atribuirle estados mentales —como sentimientos o intenciones— mientras que no lo hacen con otros objetos, aunque familiares.
No es que confundan su osito con una persona de carne y hueso, sino que su vínculo emocional activa esa capacidad humana de empatizar profundamente… incluso con un muñeco.
- Un ejemplo:
Imagina a Martín, 4 años, que después de un día de colegio con llantos y risas, se sienta junto a “Mila”, su coneja de pelo gris. Le dice: «Hoy estuve triste, pero tú siempre me animas». En ese momento, el niño no solo consuela; está verbalizando una emoción, identificando su tristeza y transformándola en algo manejable a través de esa figura tutelar de peluche.
Por su parte, la investigadora Marjorie Taylor (2004), estudiando a niños de entre 6-7 años, encontró que el 65% de los niños ya ha tenido un compañero imaginario, ya sea invisible o personificado en un peluche, sin que se asociase a problemas emocionales.
Al contrario, es un signo de imaginación floreciente, que no compite con la realidad sino que la enriquece.
Hablar y jugar con peluches: una mente en construcción
Si observas a un niño conversando con su peluche, estás viendo algo más que un juego: estás siendo testigo de su mente en formación, de un ensayo de sentimientos, de una forma de jugar, sentir y aprender.
Lejos de ser raro, es extraordinario. No le digas que está hablando con un muñeco: acompáñale. Pregúntale: “¿Qué te cuenta hoy tu amigo peludo?”, “¿Y cómo te hace sentir hablar con él?”. Porque en esa conversación pequeña y aparentemente simple, se está construyendo un mundo interior rico, resiliente y lleno de ternura.
Foto | Portada (Freepik)
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