Es lunes por la mañana, tienes prisa y tu hijo de seis años insiste en ponerse la camiseta de Spiderman que lleva tres días en la cesta de la ropa sucia. “Bueno, déjalo”, piensas, “no quiero una pelea a primera hora”. Y así, una pequeña concesión se convierte en una norma silenciosa: ceder para evitar conflicto.
¿Te sientes identificado? Ser un padre o madre permisivo no nace de la desidia, sino muchas veces del amor desbordado, del deseo de evitar lágrimas o de la idea de que así tus hijos serán más felices. El problema es que ese estilo educativo, sostenido en el tiempo, puede generar efectos que van en contra justo de lo que más deseas: su bienestar.
Padres permisivos: los cinco errores más comunes
1) Confundir amor con ausencia de límites
El error más frecuente es creer que poner normas es sinónimo de rigidez o frialdad. Muchos padres confunden “quiero que mi hijo me quiera” con “no quiero decirle que no”. Pero el afecto y los límites no son opuestos: los límites son una forma de amor. Son los bordes del dibujo que permiten colorear sin que la pintura se pierda.
- Cómo evitarlo: cambia la idea de límite por la de “cuidado activo”. No se trata de prohibir, sino de acompañar. Un “entiendo que quieras seguir jugando, pero ahora es hora de cenar” no cierra puertas: abre la de la seguridad.
2) Convertir el hogar en una democracia absoluta
La permisividad suele confundirse con igualdad de poder. Y aunque es sano escuchar la voz del niño, no significa que tenga el mismo peso que la de un adulto en todas las decisiones. El problema surge cuando el pequeño dirige la vida familiar, desde la comida hasta la hora de dormir, y los padres se convierten en espectadores.
- Cómo evitarlo: escucha siempre su opinión, pero recuerda que tu papel es guiar, no delegar. Puedes validar su emoción (“sé que prefieres pizza en lugar de verduras”), pero la decisión final es tuya (aunque a veces, en algunas cosas les dejemos escoger, claro). Eso les da seguridad: los niños no buscan ser capitanes, buscan que alguien lleve el timón.
3) Evitar los conflictos a toda costa
Muchos padres permisivos sienten un nudo en el estómago cuando oyen un “no quiero” o ven un berrinche. El miedo al enfado del niño lleva a ceder de forma automática, como si cada lágrima fuese un terremoto. El resultado es que el niño aprende que insistiendo un poco más, siempre gana.
- Cómo evitarlo: respira hondo y cambia la perspectiva. El enfado de tu hijo no es un ataque, es una emoción más. Y tú no necesitas apagarla al instante. Puedes sostenerla con calma: “sé que estás enfadado porque hoy no hay helado, estoy aquí contigo mientras pasa”. Eso enseña a tolerar frustraciones, algo vital para su vida adulta.
4) Creer que la disciplina daña la autoestima
Uno de los grandes mitos de la crianza actual es que decir “no” o poner consecuencias erosiona la confianza del niño. En realidad, ocurre al revés: crecer sin referencias claras genera inseguridad. Un niño sin límites no se siente más libre, se siente perdido.
- Cómo evitarlo: piensa en la autoestima como un árbol. El cariño son las ramas que lo hacen crecer, y los límites, las raíces que lo sostienen. Sin raíces, el árbol puede caerse con cualquier viento.
5) Pedir madurez antes de tiempo
Paradójicamente, el exceso de permisividad a veces nace de exigir al niño que se autorregule como un adulto: “ya sabes lo que está bien y lo que está mal, tú decides”. Pero los niños aún no tienen la corteza cerebral lista para decidir siempre bien. Les pedimos que conduzcan un coche sin frenos.
- Cómo evitarlo: recuerda que tu hijo necesita tu guía (los llamados padres faro). No es falta de respeto a su autonomía, es un acto de realismo. A los ocho años no puede decidir cuántas horas pasa con la tablet, igual que no puede decidir si cruza un semáforo en rojo.
Crianza con estructura y afecto
Educar con firmeza amorosa no significa ser rígido ni autoritario, significa ofrecer estructura con afecto. Ser padre o madre es un acto de amor complejo, en el que decir “sí” es tan importante como atreverse a decir “no”. Y la permisividad extrema no es libertad, es, en cierta forma, un abandono disfrazado (aunque lo hagamos con toda la buena intención).
Y aquí está la buena noticia: nunca es tarde para ajustar el rumbo. Tu hijo no necesita que seas perfecto, necesita que seas previsible, seguro y presente. En el fondo, los límites no son muros: son abrazos que enseñan a crecer sin perderse.
Foto | Portada (Freepik)
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