Hay una imagen que muchos padres no olvidan: su hijo o hija sentado en un banco del patio, mirando cómo los demás corren y ríen. No está castigado, ni enfadado. Simplemente, está solo. Y aunque por fuera parece tranquilo, por dentro puede sentirse como si no hubiera un lugar para él en ese pequeño universo social que es el recreo.
Tener pocos amigos —o ninguno— no define a un niño. Pero sí puede hacerle sentir diferente, y solo. Y en una etapa donde pertenecer lo es todo, esa diferencia pesa. El reto, como adultos, no es “conseguirle amigos” a toda costa, sino acompañarle sin convertir su soledad en un estigma. ¿Cómo podemos hacerlo?
Niños que no tienen amigos: ¿qué hay detrás?
Lo primero es entender que no hay un único modelo de amistad ni una única forma de relacionarse. Hay niños más observadores, que disfrutan mirando antes de lanzarse. Otros son más reservados y necesitan intimidad antes de confiar. Algunos prefieren jugar con uno o dos compañeros, no con diez. Y eso está bien.
Sin embargo, cuando el aislamiento es constante y empieza a afectar a su estado de ánimo o autoestima, entonces sí hay que mirar más de cerca. Porque tener amigos es algo sano (y no hablamos tanto de cantidad sino de calidad), sobre todo en la infancia, y es un indicativo de salud mental.
Así que, ante este segundo escenario hay que observar, no desde la alarma, sino desde la curiosidad:
- ¿Se siente rechazado o simplemente no sabe cómo iniciar una conversación?
- ¿Evita jugar por miedo al ridículo o porque no encuentra a nadie con intereses similares?
- ¿Su forma de comunicarse es torpe, o hay una timidez o inseguridad detrás?
Cada respuesta lleva a un tipo de acompañamiento distinto, y entender qué hay detrás es el primer paso para actuar.
No lo etiquetes, ayúdalo a entender
El error más frecuente es convertir la soledad en una etiqueta. Cuando los adultos dicen “es que no tiene amigos” delante del niño, o cuando intentan forzar amistades (“anda, juega con ese niño que parece majo”), sin querer, refuerzan la idea de que hay algo mal en él.
En cambio, puedes cambiar el enfoque:
“A veces cuesta encontrar a alguien con quien conectar, pero eso no significa que no seas querido.”
Ayúdale a entender que la amistad no se busca como un premio, sino que se cultiva desde la autenticidad. Que tener pocos amigos no es un fallo, sino una forma más de ser.
- Un ejemplo: Clara, de 8 años, no participaba en los juegos del patio porque los veía “demasiado ruidosos”. Su maestra decidió darle un papel especial: encargarse del huerto escolar con otro niño tranquilo. Al poco tiempo, surgió una amistad genuina, sin presiones ni etiquetas.
Enséñale habilidades sin que se note
Algunos niños que se sienten solos carecen de “habilidades sociales” y a otros les falta la confianza para usarlas. En vez de dar lecciones teóricas (“tienes que hablar más”, “tienes que sonreír”), puedes hacerlo de forma más natural. Por ejemplo a través de:
- Juego compartido en casa: propón juegos cooperativos donde tenga que turnarse, negociar, escuchar... No tanto para “entrenarlo”, sino para que experimente la conexión.
- Historias que estimulan la conversación: leer juntos cuentos sobre amistad y hablar de cómo se siente cada personaje puede ayudarle a reconocer emociones propias.
- Modelar tú la empatía: cuando vea que tú también haces preguntas, escuchas o te acercas con naturalidad, entenderá que la conexión no nace de la perfección, sino de la apertura.
El poder de un adulto que mira con ternura
Un niño que se siente solo no necesita un discurso motivador. Necesita un adulto que le mire con ternura y sin prisa, que no interprete su silencio como rareza ni su timidez como fracaso. Y si esa timidez le genera malestar o falta de amigos, y los anhela, que es lo más normal del mundo, se puede trabajar en ello: observando, preguntando, acompañando...
Formar vínculos es algo que puede aprenderse en ambientes donde uno se siente seguro siendo quien es. A veces, basta con un gesto: sentarte con él a dibujar, reír juntos por algo tonto, escuchar su versión del recreo sin interrumpir. Desde ahí, la confianza florece, y con ella, las primeras conexiones.
Sobre todo, ten en cuenta que la verdadera ayuda no consiste en empujarle hacia los demás, sino en enseñarle —con tu presencia— que ya pertenece, incluso cuando está solo.
Foto | Portada (Freepik)
Ver 0 comentarios