Cómo eligen los niños a sus amigos, según la edad que tengan

Cómo eligen los niños a sus amigos, según la edad que tengan
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Quizá recuerdes a tu primer amigo: aquel niño que te dejó una pieza del puzle en parvulario o la niña con la que compartías cromos bajo el tobogán. No sabías cómo se llamaba, pero sabías que querías sentarte a su lado. Porque, cuando somos pequeños, la amistad no se elige con la cabeza: se siente con el cuerpo.

Los niños no “buscan amigos” como los adultos, con criterios lógicos o afinidades políticas. Ellos se encuentran. Y esa forma de encontrar al otro cambia con los años.

Entender cómo lo hacen, según su etapa evolutiva, también nos ayuda a acompañarlos mejor. Veamos cómo, desde el gateo hasta la adolescencia, los niños escogen a sus compañeros de vida.

1) De los 0 a los 2 años: mi mundo soy yo (y tú estás ahí)

En esta etapa, hablar de “amistades” como tales es precipitado. El vínculo más importante es el apego con las figuras adultas. Pero eso no significa que los bebés no se fijen en otros niños: lo hacen.

En la escuela infantil, dos pequeños pueden jugar en paralelo, sin interactuar directamente, pero repitiendo gestos o mirándose de reojo. 

Esa sincronía tímida ya es una semilla social. No hay elección racional, pero sí preferencia sensorial: el tono de voz de otro niño, su forma de moverse o incluso su olor pueden hacer que un bebé se incline una y otra vez hacia el mismo compañero.

  • Un ejemplo: un bebé de 14 meses puede acercarse constantemente al mismo niño y tocarle el pelo, sin más interacción. No hay “amistad” en el sentido adulto, pero sí una elección repetida que marca el inicio del vínculo social.

2) De los 3 a los 5: si juegas conmigo, ya eres mi amigo

Aquí aparece la magia del “juego simbólico” y con él, el criterio más importante de amistad: la disponibilidad lúdica.

En esta etapa, los niños escogen a sus amigos por una razón básica pero poderosa: quien me deja jugar a lo que yo quiero, cuando yo quiero, es mi amigo. No importa si se conocen desde hace un día o desde hace un año. 

La estabilidad emocional del vínculo aún es frágil: pueden decir que son “mejores amigos” por la mañana y pelearse por una pala por la tarde. Pero ese vaivén no es superficial. Es ensayo relacional. Los niños están aprendiendo a negociar, a compartir, a tolerar la frustración.

  • Un ejemplo: Claudia, con 4 años, dice que su amigo Mateo ya no lo es porque no ha querido jugar a “mamás y papás”. Al día siguiente, lo vuelve a ser porque ha aceptado hacer de perrito. No es manipulación: es una lógica basada en la emoción inmediata y el placer compartido.

3) De los 6 a los 9: el club de los iguales

Empieza la amistad como relación elegida, estable y basada en criterios más complejos: intereses comunes, sentido del humor, confianza. Aquí ya no sirve solo con “jugar a lo mismo”: ahora importa cómo me tratas, si me haces sentir seguro, si me defiendes, si me entiendes.

Los niños de esta edad ya empiezan a definir a sus amigos con palabras como “le cuento mis cosas” o “me ayuda cuando estoy triste”. Aparece la lealtad, que puede doler: las traiciones, los secretos mal contados o los cambios de grupo marcan profundamente.

En esta etapa, los conflictos se hacen más intensos, pero también más significativos. Son el campo de pruebas de habilidades sociales más complejas: empatía, perdón, liderazgo, asertividad.

  • Un ejemplo: Lucas, con 8 años, deja de hablarse con su mejor amigo porque ha contado un secreto. Durante días, siente rabia y tristeza. Finalmente, lo perdona tras una charla sincera. Esa experiencia, aunque dolorosa, le enseña más sobre el respeto mutuo que cualquier clase de valores.

4) A partir de los 10: afinidades que se eligen

Entramos en la preadolescencia, donde las amistades dejan de ser contextuales (mis amigos del cole) para ser identitarias: mis amigos son mi espejo, mi refugio y mi campo de exploración personal.

Aquí, los niños ya eligen a sus amigos por afinidades profundas: gustos musicales, estilo de humor, visión del mundo. Buscan a quienes les hagan sentir comprendidos y les den un lugar donde ser. La lealtad, la intimidad emocional y la validación cobran un peso enorme.

También surge algo nuevo: la autoexclusión consciente. Ya no me basta con que alguien juegue conmigo: si no me siento aceptado o si me hace sentir menos, me alejo.

  • Un ejemplo: Aina, de 11 años, deja de juntarse con su grupo de amigas del colegio porque siente que ya no encajan: “Solo hablan de TikTok y me aburro. Me siento sola, pero más tranquila”. Su elección es dolorosa, pero refleja una madurez social en proceso.

Crecer es elegir, y elegir duele (pero también construye)

A lo largo de la infancia, los niños no solo aprenden a leer o a sumar. Aprenden a elegir vínculos. A confiar, a perdonar, a soltar. A veces, también a sentirse rechazados. Pero cada uno de esos pasos deja huella en su forma de quererse a sí mismos y de mirar al otro.

Acompañarlos en ese proceso sin juzgar, sin forzar amistades, y sobre todo, escuchando lo que sienten, es uno de los regalos más grandes que podemos ofrecerles. Porque las amistades de la infancia, aunque a veces fugaces, tienen un poder transformador que acompaña toda la vida.

Foto | Portada (Freepik)

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