Hay un momento en la vida de todo padre o madre en que toca hacer algo contraintuitivo: soltar el control y permitir que tu hijo se equivoque. Sí, aunque duela. Aunque te entren ganas de intervenir. Aunque sepas que podrías evitarle ese tropiezo.
Porque en psicología lo vemos una y otra vez, y como psicóloga lo tengo presente: los adolescentes con más inseguridad suelen ser, en general, los que han tenido menos oportunidades de comprobar que pueden levantarse solos.
Autoestima adolescente: la paradoja de la sobreprotección
El cerebro adolescente está diseñado para buscar autonomía, pero también necesita sentir apoyo. Es una especie de cuerda floja emocional: quiere explorar el mundo, pero con la red puesta debajo.
Cuando los padres intentan evitar cada caída —por miedo, por amor o por inercia— lo que el adolescente escucha no es “te cuido”, sino “no confío en que puedas hacerlo tú”.
Y eso erosiona la autoestima más de lo que parece. En cambio, cuando un adolescente experimenta un error y lo supera con su propio criterio (aunque con acompañamiento emocional), el mensaje interno cambia por completo:
“Puedo hacerlo. Me salió mal, pero sigo de pie.”
Esa frase interior, repetida muchas veces (y entre otras cosas, por supuesto), es la base de la confianza y la seguridad emocional.
La estrategia: acompañar sin rescatar
Esta técnica, conocida en psicología como exposición controlada a la frustración, consiste en permitir que el adolescente enfrente dificultades reales, con un nivel de apoyo ajustado. Ni abandono, ni sobreprotección: presencia tranquila.
¿Cómo aplicarlo en casa?
Aquí tienes algunas formas muy concretas:
- Cuando no estudia a tiempo: en lugar de recordarle veinte veces el examen, deja que experimente las consecuencias naturales (una nota baja, un disgusto). Luego, habla del aprendizaje, no del castigo.
- Cuando se equivoca en una tarea doméstica: si quema la pasta o se le olvida tender la ropa, no corras a solucionarlo. Déjale ver el resultado, y pregúntale: “¿Qué harías diferente la próxima vez?”
- Cuando discute con un amigo: en lugar de intervenir o juzgar, ayúdale a pensar qué siente y qué podría decirle. No resuelvas el conflicto por él: ayúdalo a reflexionar sobre cómo hacerlo.
En todos los casos, el objetivo no es que lo haga perfecto, sino que se dé cuenta de que puede hacerlo.
Un ejemplo
Una madre en consulta me contaba que su hijo de 16 años olvidó un trabajo en grupo y el profesor lo suspendió. Ella quiso escribir al docente para “explicarle la situación”. Pero decidió no hacerlo.
Su hijo, avergonzado, no tuvo más remedio que dar la cara y proponer una solución al equipo. Semanas después, le dijo: “Fue horrible, pero al final me sentí bien por arreglarlo yo”. Eso es autoestima: no sentirse infalible, sino capaz de reparar (aunque sigamos apoyando a nuestros hijos, pero les ofrecemos esa autonomía que necesitan).
Inseguridad en la adolescencia: aprender a convivir con el error
Así, una estrategia para elevar la autoestima en adolescentes inseguros no es protegerlos del error, sino enseñarles a convivir con él sin perder el amor propio.
Porque la seguridad no nace del éxito, sino de haber sobrevivido al fracaso y descubrir que sigues valiendo igual.
Y cuando un adolescente siente eso —que puede equivocarse y aún así ser querido, acompañado y capaz—, entonces sí: su autoestima deja de depender del resultado, y empieza a sostenerse sola. Por algo se empieza, ¿no?
Foto | Portada (Freepik)
Ver 0 comentarios