
Hay algo desconcertante en acompañar a un adolescente: es como estar en una obra de teatro donde uno interpreta al protagonista… pero el público (tu hijo) ni te mira. Lo sabes todo sobre su infancia, le enseñaste a atarse los cordones, a leer, a consolarse después de una pesadilla… y ahora ni te da los buenos días. O peor: te los da, pero con desgana.
Antonio Ríos, médicio terapeuta de familia y psicoanalista, pone palabras a esta experiencia que descoloca a tantos padres: “Tu hijo te necesita a su lado, pero te va a ignorar”. Y no lo dice con reproche, sino con una comprensión brutal de lo que significa educar en esta etapa. Puedes ver la charla completa donde aborda el tema aquí (Fuente: BBVA Aprendemos Juntos).
El experto escucha a padres decir: “Paso de él. Que haga lo que quiera, total, no me escucha”. ¿Y quién no se ha sentido así? Cuando el adolescente responde con monosílabos o, directamente, no responde, es fácil rendirse.
Lo difícil no es que no te escuche, sino no desaparecer
Pero según Ríos, rendirse no es opción. “Hasta los 20 años te necesita”, insiste. Incluso aunque se encierre en su cuarto con la música alta o le hable más a su vecino que a ti, incluso así, sigue necesitándote. Aunque no lo diga. Aunque no te lo agradezca.
La paradoja es esta: necesitan nuestra presencia, pero nos la rechazan. “Lo duro de ser padres de adolescentes es que estás ahí… y te ignoran”, dice Ríos. Y lo más cruel, añade, es que todo lo que no te cuentan a ti, se lo cuentan a sus amigos, a sus hermanos, al portero. ¿Por qué? Porque piensan: “Si se lo cuento a mi madre [o padre], la que me va a montar”.
Estar sin invadir: el arte de saber situarse
Así que el reto, según el experto, es “saber situarse”. No controlar, no invadir. Pero tampoco ausentarse. Estar ahí, como ese faro que no persigue al barco, pero lo ilumina por si algún día decide volver a puerto.
Esto, en la práctica, puede parecer una escena mínima, casi invisible: dejarle una nota con una frase que lo haga sonreír, estar en el salón viendo una serie sin pedirle que se siente contigo, ofrecerle una tostada sin exigirle conversación. Son gestos sin aspavientos, pero cargados de presencia.
Porque sí, aunque te ignore, tu hijo te está mirando. Y es que educar en la adolescencia no va de grandes discursos, sino de no irse. De sostener ese espacio, aunque esté lleno de silencios y portazos. De entender que el amor, en esta etapa, no siempre se traduce en “te quiero”, sino en resistir sin desaparecer. Y eso, aunque duela, también es amar.
Foto | Portada (Montaje; Antonio Ríos + Freepik)