
Hay días en los que, durante la crianza, te preguntas si lo estás haciendo bien, si deberías haber reaccionado diferente cuando tu hijo gritó "¡no quiero!" por quinta vez en media hora, o si esa norma que acabas de cambiar sobre la marcha le va a dejar secuelas hasta los 40. Tranquila, tranquilo.
Este artículo no es otro listado de "deberías". Es un mapa para reconectar contigo y criar desde un lugar más seguro, amoroso y efectivo, fomentando la autonomía de los niños, a través de la regla de las 4C.
Las 4C son claridad, coherencia, consistencia y congruencia, propuestas por el Doctor Christian Conte, especialista en salud mental. Cuatro palabras que, cuando se viven de verdad, transforman la crianza desde el caos y la culpa hacia una presencia más firme, cálida y respetuosa.
1) Claridad: los niños necesitan faros
Imagina que tu hijo está en una barca en mitad de un mar de estímulos. Tus normas, tus palabras, tus gestos, son los faros que le orientan. Pero si cada día cambian de lugar, se encienden a medias o parpadean, no sabrá hacia dónde remar.
La claridad empieza por dentro, siendo un padre faro. ¿Qué valores son importantes para ti? ¿Por qué le dices que no a algo? ¿Qué esperas realmente de tu hijo a su edad?
Un ejemplo: si hoy le dejas ver la tablet durante la cena y mañana le gritas por hacerlo, el mensaje no es claro. No porque haya una regla "objetiva", sino porque falta luz estable. La claridad no implica rigidez, implica sentido. Y cuando tú tienes claro por qué haces lo que haces, tu hijo lo siente.
2) Coherencia: lo que dices y lo que haces, de la mano
La coherencia es ese momento en el que dices "la violencia no se resuelve con más violencia", pero también te detienes a respirar antes de gritar. Es cuando dices "puedes equivocarte" y luego no le castigas por romper sin querer el jarrón favorito de la abuela.
Los niños no aprenden lo que les decimos, sino lo que ven que hacemos cuando estamos cansados, enfadados o tristes. La coherencia es educativa y sanadora. Cuando tú te tratas con respeto, cuando te perdonas por perder los nervios y lo hablas con tu hijo, estás enseñando muchísimo más que con un sermón de diez minutos.
3) Consistencia: mantener las normas
Muchos padres dicen "es que ya lo hemos probado todo", y la pregunta es: ¿cuánto tiempo le diste a cada cosa?
La consistencia no es hacer lo mismo siempre, sino sostener una línea el tiempo suficiente como para que el niño la entienda, la pruebe y confíe en ella. Si cada vez que hay una rabieta reaccionas de forma distinta (un día ignoras, otro castigas, otro abrazas...), tu hijo no sabe qué esperar. Y cuando no sabe qué esperar, explora… a veces con gritos.
Ser consistente no significa ser perfecto, sino tener una base: "cuando estás enfadado, te ayudo a calmarte antes de hablar. Siempre". Puede haber matices, pero el núcleo se mantiene. Eso da seguridad, y la seguridad es el caldo de cultivo de la autonomía.
4) Congruencia: criar desde lo que eres
La congruencia es la parte más olvidada… y quizá la más poderosa. Es cuando tus valores, tus emociones y tus acciones están alineados. No actúas desde el miedo al juicio externo ni desde la presión por criar "como se debe", sino desde quien tú eres, de verdad.
Si a ti te cuesta poner límites porque en tu infancia no los hubo, eso importa. Si te abruma el llanto porque te activa memorias tuyas, eso también cuenta. Criar con congruencia es criar desde la conciencia. Te haces cargo de ti, para no volcar en tu hijo lo que es tuyo.
Un ejemplo: si tú valoras la amabilidad, pero te obligas a ser autoritario porque "es lo que funciona", tu hijo sentirá la incongruencia. En cambio, si eliges firmeza con empatía porque resuena contigo, aunque no sea perfecto, será auténtico. Y lo auténtico se nota, se respira… y educa.
La regla de las 4C: una brújula
Las 4C no son una fórmula mágica. Son una brújula. Porque al final, más allá de técnicas y normas, los niños necesitan adultos que sean tierra firme. Que les amen sin condiciones, que les guíen con claridad, que les sostengan con presencia y que se atrevan a ser humanos delante de ellos.
Y tú, ya estás en camino. Cada vez que te preguntas si lo estás haciendo bien, es porque lo estás intentando con amor. Y eso, aunque no lo veas, ya está sembrando.
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