
Imagina a un niño que, en lugar de sumergirse en mundos imaginarios con sus juguetes, permanece en silencio, observando sin participar. Tal vez te preguntarías: ¿por qué no juega?
El juego infantil es mucho más que una actividad lúdica; es parte del desarrollo sano de cualquier niño, una ventana a su mundo interior. Y cuando esta ventana se cierra, o directamente no se abre, es esencial prestar atención. ¿Qué puede estar pasando cuando un niño no juega o juega menos?
El juego: espejo del bienestar emocional
El juego es una herramienta fundamental en el desarrollo emocional y social de los niños. A través del juego los niños exploran, sociabilizan, aprenden, expresan y procesan sus emociones. La ausencia o disminución significativa del juego puede ser una señal de que algo no va bien en su mundo emocional.
Como dato curioso, un estudio longitudinal publicado en Child Development (2020) encontró que la calidad del juego entre padres e hijos está relacionada con la regulación emocional en la adolescencia.
Específicamente, los niños que participaron en juegos sensibles y estimulantes con sus padres mostraron menos problemas de desregulación emocional en etapas posteriores.
Otro estudio, publicado en Infant and Child Development (2017), destacó que la calidad del juego simbólico está fuertemente asociada con la autorregulación cognitiva y, en menor medida, con la autorregulación emocional en niños de tres años.
Señales de alerta: cuando el juego se desvanece (o no aparece)
Es crucial observar ciertos comportamientos (ya sea la falta de juego o alteraciones en el mismo), que pueden indicar dificultades o problemas emocionales:
- Desinterés persistente por el juego: El niño muestra apatía hacia actividades lúdicas que antes disfrutaba.
- Juego repetitivo y estereotipado: Repite las mismas acciones sin variación o alinea constantemente sus juguetes, lo que puede indicar ansiedad o necesidad de control. También es una señal de trastorno del espectro autista (pero recuerda que el diagnóstico siempre deberá hacerlo un profesional cualificado).
- Evita el juego simbólico: No participa en juegos de “hacer como si” o de jugar a papás y mamás, lo que puede reflejar dificultades en la expresión emocional.
- Aislamiento durante el juego: Prefiere jugar solo (siempre) y evita la interacción con otros niños.
Estas señales no deben ser ignoradas, ya que pueden ser indicativas de problemas emocionales subyacentes. Eso sí, siempre deberá evaluarse cada caso en su conjunto (en su contexto, observando otras conductas, etc.), no a través de señales aisladas.
El papel del adulto: facilitador del juego
Los adultos desempeñan un papel crucial en la promoción del juego saludable, y no debemos obviarlo. Es importante que los niños jueguen con sus iguales, incluso solos, pero también con nosotros. La interacción activa y sensible con el niño durante el juego puede fomentar la expresión emocional y fortalecer el vínculo afectivo.
Porque jugar no solo es jugar; también es crear ese vínculo (apego seguro) con ellos y facilitarles un espacio, un tiempo y unos recursos para que jueguen de forma libre y para que se nutran y beneficien del juego.
Estrategias para fomentar el juego y el bienestar emocional
¿Cómo fomentar el juego? Algunas ideas:
- Crear un entorno seguro y estimulante: Proporcionar un espacio donde el niño se sienta libre para explorar y jugar sin juicios.
- Participar activamente en el juego: Involucrarse en las actividades lúdicas del niño, mostrando interés genuino.
- Observar y escuchar: Prestar atención a las señales que el niño transmite a través del juego, ya que pueden revelar sus emociones y preocupaciones.
- Fomentar el juego simbólico: Animar al niño a participar en juegos de roles. Esto puede facilitar la expresión y comprensión de emociones.
El juego como manifestación de la infancia
El juego es una manifestación vital del bienestar emocional en la infancia. La ausencia o alteración significativa del juego puede ser una señal de alerta que no debe pasarse por alto.
Como adultos, es nuestra responsabilidad estar atentos, proporcionar un entorno seguro y fomentar el juego como medio para apoyar el desarrollo emocional saludable de los niños.
Si observas que un niño ha dejado de jugar o muestra cambios significativos en su comportamiento lúdico, considera buscar la orientación de un profesional en psicología infantil.
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