¿Y si al final me quedo con un solo hijo?

¿Y si al final me quedo con un solo hijo?
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Ayer pudisteis leer acerca de las dudas que surgen, cada vez más frecuentes, a la hora de pensar en tener un segundo hijo. Digo que cada vez son más frecuentes porque la situación socioeconómica es cada vez más complicada y el apoyo a las parejas para tratar de aumentar las cifras de natalidad es nulo.

La mayoría de parejas tendría más de un hijo, sin embargo son muchas las que acaban teniendo sólo uno, sin acabar de dar el paso a por el segundo, y acaba quedando siempre la duda de qué sucede si al final una pareja se queda con un solo hijo, que es de lo que vamos a hablar hoy.

"Mujer, tener sólo uno es egoísta"

Lo he oído muchas veces, aunque a mí nunca me lo han dicho porque después del primero vino el segundo y tras el segundo, el tercero. Muchas parejas, muchas mujeres, reciben una de esas opiniones no solicitadas cuando dicen que probablemente se queden con un sólo hijo: "mujer, tener sólo uno es egoísta".

Egoísta, supongo que porque la pareja, con todas las dudas (o algunas) de las comentadas ayer, acaba por decidir tener un sólo hijo, cuando podría ser solidaria o altruista (el contrario de egoísta) y traer otro niño al mundo. Solidaria con ese segundo hijo, quizás, aunque no sé cómo se puede ser solidario con alguien que ni siquiera existe. Quizás se refieran a serlo con el mundo en general, con la población, pero es que tampoco veo por qué tiene una persona que pensar antes en la sociedad que en ella misma, o en su unidad familiar.

Todo esto para decir que ni egoísta ni solidario, ni madraza ni no madraza. Cada pareja tiene que tener los hijos que quiera tener, los que sienta que puede criar y educar y los que les hagan felices. Un hijo da mucho trabajo, se le quiere con locura, pero da mucho trabajo. Dos hijos dan mucho más, lógicamente, y tres ya ni te cuento (y más de tres, imaginad). Por eso cada pareja debe decidir cuántos tener y nadie debería hacer ningún juicio sobre ello.

Qué supone tener un sólo hijo

Tener sólo un hijo supone pasar unos años dedicándote en cuerpo y alma a él para luego, hacia los 3 ó 4 años, ver que vas recuperando tu vida, tus aficiones y tu tiempo. Todo ello a medida que el niño va cogiendo autonomía, y a medida que empieza a hacer actividades fuera de casa, como el colegio, deporte, alguna extraescolar, etc.

Con un sólo hijo queda tiempo suficiente para compartir con él, para buscar actividades que hacer con él y con la pareja, ya que enseguida puede adaptarse al ritmo de los padres y en general supone que a medio o largo plazo, la vida no cambie tanto para la unidad familiar.

Como comentamos Miriam, mi mujer, y yo a menudo, si sólo tuviéramos a Jon, cuántas cosas haríamos y qué fácil sería. Porque Jon tiene ya 7 años, va al colegio, hace deporte, es educado, puedes dialogar con él perfectamente, puedes explicarle las cosas y siempre está dispuesto a aprender y no tiene demasiados problemas con pasar sólo largos ratos (aunque es consecuencia de que en casa haya dos hermanos más pequeños que él).

Qué supone para el niño no tener hermanos

"Que pena, no le dais un hermanito", dice la tan manida frase. Y bueno, puede ser una pena o puede no serlo, dependiendo de cómo enfoquen los padres la educación. Tener un hermano es positivo para los niños porque la relación entre padres e hijos es diferente que la relación entre hermanos. Los padres tomamos decisiones que atañen a los hijos, a veces sin su consentimiento, negándoles cosas que creemos que no pueden tener o hacer, y permitiéndoles cosas que creemos que pueden tener o hacer.

Un hermano no ejerce ese poder de control sobre los hermanos (podría suceder, si el hermano mayor se hace demasiado responsable del cuidado del pequeño, pero no es constante, y de hecho no recomendable que asuma ese rol), en el que decide cuándo el otro puede o no hacer algo, y de igual modo, un hermano no tiene por qué ceder en las mismas cosas en que lo hacen los padres, ya que pueden llegar a moverse por un interés común y competir entre ellos.

Dicho de otro modo, tener un hermano ayuda a socializar porque dos hermanos crean vínculos de confianza, pero también crean discusiones, compiten entre ellos, comparten momentos, alegrías, penas, se pelean, se reconcilian, se dejan cosas, se las quitan, etc. Todas estas cosas difícilmente las haremos los adultos, básicamente porque estamos a otro nivel. Negamos y permitimos de otro modo. Nunca competiríamos con nuestros hijos (más allá de un juego, claro) ni lucharíamos con ellos por jugar con lo que ellos tienen en las manos y, probablemente, cederíamos más a lo largo del día que lo que cede un hermano.

Sin embargo, si los padres son conscientes de ello, si tienen en cuenta que en casa sólo está el niño (o niña) y que al no relacionarse más que con adultos se corre el riesgo de que esté demasiado acostumbrado a conseguir las cosas de un modo demasiado fácil, pueden buscar actividades donde compartir tiempo con otros niños, en parques, apuntándole a algún deporte, extraescolares, en el mismo colegio o, también con los padres, yendo a campings o sitios así donde los niños tienen libertad para conocerse y compartir tiempo.

Con una educación consciente en este sentido, y llevando un estilo de crianza basado en la comunicación, el respeto y la confianza (para evitar caer en la permisividad, esa que puede hacer que el que acabe diciendo qué se hace y qué no se hace en casa es el niño), un niño puede ser tan o más sociable y tan o más equilibrado que otros niños con hermanos. De hecho esto ya lo comentamos hace un tiempo, en base a un estudio que demostraba que ser hijo único no afecta a la sociabilidad.

¿Sigues teniendo dudas?

Es muy posible que a pesar de todo las dudas sigan ahí, instaladas en la cabeza, sin encontrar una razón que dé peso a uno de los lados de la balanza para tomar la decisión final. No estás solo, no estás sola. Todos hemos dudado en más de una ocasión antes de ampliar la familia.

Lo comenté ayer en algún comentario de la otra entrada, pero aprovecho para comentarlo aquí también, y no para que hagáis lo mismo que yo, sino para veáis simplemente cómo llegamos a decidir que tendríamos el tercer niño. Miriam, mi mujer, y yo, hablamos tantas veces sobre tener o no un tercer hijo, nos imaginamos tantas veces con él, creciendo siendo cinco, y sin él, creciendo siendo cuatro, que unos días era sí y otros días era no. La cabeza echaba humo y al final nos acabamos decidiendo por pura lógica: "Si dudamos tanto, tenemos que tenerlo, porque de tener un hijo no te arrepentirás nunca, pero de no tenerlo quizás sí". Y a partir de ese momento decidimos que sí, que tendríamos un tercer hijo.

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