Mi primera salida en pareja sin el bebé: el debate entre necesidad y culpabilidad

Mi primera salida en pareja sin el bebé: el debate entre necesidad y culpabilidad
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Tarde o temprano todas las madres terminamos pasando por el difícil paso de salir por primera vez una noche (o una tarde) sin que nuestro bebé, centro de nuestras vidas desde que nació, nos acompañe.

Una cosa es tener que dejarle con otra persona para ir al médico o a trabajar, en la que la culpa no tiene lugar porque lo haces por obligación (aunque sí la tristeza por separarte de él) y, otra muy diferente, dejarle con los abuelos o los tíos para disfrutar de una cena con amigos o un rato a solas con tu pareja. ¡Solo una mala madre haría eso!

En mi caso al menos, fui retrasando el momento lo máximo posible, aunque reconozco que estaba agotada después de tantas semanas viviendo con y para mi hija, y sin tiempo ni ganas ni para hablar con su padre sobre otros asuntos que no fueran “ha hecho tantas cacas”, “hoy ha dormido tantas horas”… Como en el caso de todos los padres primerizos, nuestra pequeña ocupaba todos nuestros pensamientos.

Hasta que, tras mucho debatirme entre la culpa y la necesidad, llegó la fecha en que las disculpas ya no tenían lugar y decidí lanzarme al vacío. Algún día tenía que ser el primero.

Sentimientos contradictorios

Recuerdo que era Martes de Campo en Oviedo, una fecha para compartir con amigos y ninguno de ellos era aún padre, por lo que insistieron y mucho para que pasáramos un rato con ellos y así, de paso, “me despejara”. Así lo llamaron. Y yo por dentro pensando “¿qué sabrán? Mi hija no me molesta y no necesito tiempo sin ella”.

Pero reconozco que por dentro echaba en falta las risas con adultos, los abrazos espontáneos y los besos apasionados con mi marido. Pero no me atrevía a verbalizarlo, no quería que los demás (o incluso yo misma) me tacharan de mala madre y egoísta.

Así que marcamos el 2 de junio en el calendario (cuatro meses después de su nacimiento) y me fui poniendo más y más nerviosa a medida que se acercaba el día. Comencé a sacarme leche dos días antes y a congelarla, por si no tenía bastante para comer (como si fuera a estar una semana fuera y solo eran unas horas) y le expliqué a mi madre una y mil veces donde estaba cada cosa, qué tenía que hacer si sucedían situaciones totalmente hipotéticas (y casi imposibles). Incluso saliendo por la puerta de casa no dejaba de insistir que, si no lo veía claro me quedaba, que no me importaba.

Y cuando se cansaba de repetir una y mil veces que todo iba a ir bien, yo volvía al ataque:

“Es aún muy pequeña, me necesita, así que si ves que llora mucho o está inquieta, por favor llámeme y vengo de inmediato”.

Pero no pasó, no me llamó, y fui yo la que marcaba el teléfono cada media hora (o incluso menos).

Aún recuerdo lo extraña que me sentí al llegar a la casa donde nos reuníamos, lo difícil que me resultaba desconectar y hablar de cosas banales… Solo quería contarle a todo el mundo lo perfecta y maravillosa que era mi niña y no entendía cómo su padre podía estar riéndose y encajaba tan bien entre nuestros amigos sin acordarse de nuestra hija.

Pensé: "este mundo ya no es para mí, yo ya no encajo aquí".

De hecho, después de que mi madre me respondiera por enésima vez que Kenya estaba bien, que había comido, echado los gases, y que dormía como un angelito, me dio un bajón de sueño. Me sentía tan fuera de lugar que anuncié que estaba cansada por tantos días sin dormir, que iba a acostarme un rato en la planta de arriba y que bajaría en media hora.

Lo curioso es que estaba cansada de verdad, pero no cumplí la promesa de bajar en media hora sino que me despertó mi pareja porque me habían oído gritar. ¿Quién adivina la trama de la pesadilla? Efectivamente: soñé que mi hija estaba llorando y yo me había llevado su chupete y por haber salido no la podía tranquilizar. ¡Yo sí que era una pesadilla de mujer! ¿Quién iba a querer estar conmigo?

Mejor una cena para dos

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Foto: StockSnap en Pixabay

Llegado ese punto, mi marido y yo decidimos irnos y no “amargar el día” a nuestros amigos. Aunque ellos insistieron en que nos quedáramos, yo estaba tan avergonzada por haber dado la nota que quería salir de allí cuanto antes e irme a casa con mi niña, que es donde tenía que estar.

Pero su padre tenía otros planes para mí. Mientras en el trayecto en el coche yo no paraba de repetir que esto había sido un error, que tenía que haberme quedado en casa cuidando de mi bebé, que era mi obligación, él no dijo ni una palabra. Hasta que nos metimos en un aparcamiento subterráneo en el centro de Oviedo.

Allí me explicó que había hablado con mi madre y habían acordado que era mejor que no regresara a casa con una mala experiencia, que la niña estaba tranquila y feliz. Había reservado mesa en un restaurante donde solíamos ir antes de ser padres y no admitía un no por respuesta.

Protesté, pero me gustó que se preocupara por mí y me deje mimar… por suerte. No voy a engañar a nadie asegurando que la velada fue perfecta, porque al sentarnos a la mesa no sabía de qué hablar con él, excepto de la niña, de la suerte que habíamos tenido con ella, de si mañana tenía que llevarla a revisión, que si en verano podíamos ir de vacaciones a casa de sus padres…

Pero no sé bien en qué momento, me hizo reír y empezamos a charlar de nosotros, de nuestras necesidades de pareja, de que habíamos arrinconado la pasión que sentíamos por la faceta de padres…

Sin darme cuenta dejé de estar pendiente del móvil.

Salimos de allí abrazados, besándonos y prometiéndonos que repetiríamos una salida juntos y a solas en breve. De nuevo volvíamos a ser él y yo, y una personita en casa a la que adorábamos. Pero también, él y yo.

Aprendí la lección con mi segundo hijo

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Foto: Tú Anh en Pixabay

Esas primeras veces son sorprendentes, pero, en ocasiones, también duras. Sobre todo, cuando se trata de estrenarse en la maternidad. Tanto esperar para hacer la primera salida de pareja sin mi bebé, y tantos miedos e inseguridades, y cuando al final sucedió, la experiencia fue tan gratificante que sus efectos me duraron días y sirvió de aprendizaje para escaparnos cuando veíamos que no había conversación entre nosotros.

Soy consciente de que no todo el mundo comparte la idea de hacer cosas sin sus hijos, que prefieren tenerles siempre a su lado, que se pueden hacer las mismas cosas en pareja y con niños, e incluso en casa, cuando se acuestan.

Lo acepto y entiendo que cada uno es libre de educar como quiera o piense que es mejor. Pero yo necesito seguir manteniendo una parcela propia para la pareja, para sentirme mujer, amiga además de madre. La familia es mi vida, pero me conozco y no sería capaz de seguir adelante si, aunque sea muy de vez en cuando, no desconecto de mis obligaciones. Sé que mucha gente me va a criticar, me va a tachar de mala madre, de insensible… pero ya no me importa.

He madurado como persona y madre y hago caso omiso de las críticas.

Creo que cada uno tiene que encontrar la mejor manera de cuidar de sus hijos, aunque eso suponga no tenerles colgando de sus faldas todo el día para poder repetir "no sabe vivir sin mí".

De hecho, aprendida la lección, cuando nació mi hijo pequeño y comprobé que era un bebé sano y que iba cogiendo sus rutinas, le dejé a él y a su hermana con mi madre para salir a comer con su padre. Solo tenía un mes, pero no me sentí culpable. Llevaba meses trabajando duro, hasta el día del parto, y no había tenido tiempo para descansar: con un recién nacido, una niña pequeña y trabajo de autónoma, los días eran muy completos.

Y seguimos buscando nuestro tiempo hasta que el destino nos lo arrebató. Pero esa es otra historia. Y, por si te lo preguntas, mis hijos no se traumatizaron por dejarles en casa: son muy cariñosos conmigo, pero también muy independientes, tienen amigos de verdad, nunca han dudado en quedarse a dormir en casa de otros niños por echarme en falta y, en general, creo que son felices. Al menos, eso me trasmiten.

Así que, si te encuentras en esa etapa de tu maternidad en la que aún te planteas si está bien “abandonar” a tu bebé para salir con tu pareja, mi respuesta es que no le haces ningún daño. Tienes el resto de los días para escucharle, abrazarle, acompañarle y hacer que se sienta arropado y querido. Aunque claro está, es solo mi opinión de madre.

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