Siete cuentos cortos de Navidad para contar a los niños y rescatar la magia navideña

Siete cuentos cortos de Navidad para contar a los niños y rescatar la magia navideña
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Llegan los días más mágicos del año y es la mejor época para pasar buenos momentos en familia. Pasar tiempo juntos, hacer manualidades, cocinar con los más pequeños y por supuesto, contarles historias navideñas que despierten su imaginación.

Os dejamos siete cuentos cortos de Navidad para contar a los niños estos días y mantener viva la magia navideña.

1. 'Los táleros de las estrellas', de los hermanos Grimm

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(El tálero es una antigua moneda de plata alemana)

Había una vez una niña huérfana muy pobre. Tan pobre, que no tenía hogar ni cama donde dormir. Sus únicas posesiones eran la ropa que llevaba, un gorrito de lana y un pedazo de pan que un alma caritativa le ofreció.
Hacía frío y ese día era Nochebuena. La pequeña decidió caminar hacia el bosque, pero al poco se encontró con un anciano que le dijo:
– Por favor, ¿podrías darme algo de comer? Estoy hambriento…
La niña le ofreció el pan que tenía y el hombre respondió agradecido:
– ¡Dios te lo pague!
La pequeña sonrió y siguió andando. Y al rato se encontró con un niño que le dijo:
– Por favor, tengo frío en la cabeza… ¿Tienes algo para abrigarme?
Y la niña se quitó el gorro y se lo regaló al pequeño.
El niño se alejó feliz y la niña sonrió. Poco después se encontró con otro niño que tiritaba de frío y ella se quitó el abrigo fino y se lo regaló al pequeño, que por fin entró en calor. Y ya cuando entraba en el bosque era de noche, y vio a otro niño con una simple camiseta. Ella se quitó la camisa y se la ofreció.
Cuando ya no tenía nada más, la niña se sentó, muerta de frío, junto a un árbol. Entonces miró al cielo y vio que las estrellas brillaban con mucha intensidad. Y al sonreír, muchas de ellas comenzaron a caer y al llegar al suelo se transformaban en táleros, que eran unas preciosas monedas de plata. Y junto a ellas además apareció ropaje de fino lino. La pequeña recogió todas las monedas, se vistió con la ropa que había aparecido de forma milagrosa junto a ella y fue rica el resto de su vida.

2. 'Un cuento de Navidad', de Charles Dickens

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Había una vez un hombre llamado Ebenezer Scrooge, el cual era inmensamente rico. Tiempo atrás había montado una exitosa compañía con su único socio, Marley, el cual ya llevaba años muerto.
A pesar de poseer tantos bienes, Scrooge no era feliz. No tenía ningún amigo, siempre estaba de mal humor y no había nada ni nadie que le agradara. Todos los días repetía la misma rutina: caminar solo por el mismo rumbo, sin que ninguna persona le diera los buenos días.
Lo que más detestaba Scrooge era la Navidad; cada que las fiestas decembrinas llegaban, él se enfurruñaba y se ponía a protestar.
—¡Paparruchas! ¡Las navidades no son más que paparruchas!
Había llegado la víspera navideña, toda la gente estaba comprando obsequios y preparando la cena de Nochebuena. Pero Scrooge se había quedado en su oficina, mirando a través de la puerta abierta como su escribiente se ocupaba de transcribir un montón de cartas. En ese momento alguien entró: era su sobrino, que había ido a desearle feliz Navidad y quería invitarlo a cenar con su familia.
—¡Paparruchas! —exclamó Scrooge, enojado— ¡No pienso desperdiciar mi tiempo con esas tonterías! Ya puedes irte por donde has venido.
Un rato después, Bon Cratchit, su escribiente, se acercó a su escritorio con timidez. A pesar de que era Nochebuena y nadie más estaba trabajando, Bob se había quedado sin protestar. Pero quería pasar el día completo de Navidad con su familia, como era costumbre en toda la ciudad.
A Scrooge no le gustó nada escuchar esto.
—Si faltas mañana, tendrás que venir más temprano el día siguiente y marcharte más tarde para recuperar el tiempo perdido —espetó.
Y a pesar de lo injusto del trato, Cratchit sonrió agradecido.
—Así será señor Scrooge, le prometo que no faltaré. ¡Feliz Navidad!
—¡Paparruchas!
Scrooge vivía en una casa grande y elegante, pero muy lúgubre y solitaria, justo como lo era él. Se metió a la cama y justo cuando estaba a punto de quedarse dormido, algo rarísimo pasó: un fantasma apareció en su cuarto.
El hombre se puso pálido a reconocer a su antiguo socio Jacobo Marley, no cabía duda de que era él. Cuando la aparición comenzó a hablarle, creyó que estaba viviendo una pesadilla. Tenía una voz cavernosa y espectral, que le helaba la sangre.
—¿Qué quieres de mí? ¿Acaso has venido a atormentarme en sueños? ¡Tú estás muerto! ¡Muerto!
—No he venido para atormentarte —dijo el fantasma—, sino para advertirte. Todos estos años has llevado una vida de avaricia y maldad, es hora de que recapacites por tus acciones. Yo no lo hice y ahora estoy condenado a vagar por toda la eternidad, cargando estas pesadas cadenas, por todo el daño que provoqué en vida al robar a los necesitados. ¡Sufro mucho! Mi única esperanza es hacer que abras tu corazón. Esta noche, vendrán a visitarte tres espíritus y será mejor que los escuches, de lo contrario, tus cadenas serán más pesadas que las mías.
Marley se desvaneció y Scrooge intentó convencerse de que todo había sido un sueño. Nuevamente se metió a la cama, pero antes de que pudiera volver a dormir, apareció ante él el Espíritu de las Navidades Pasadas.
—He venido a llevarte a recordar tu pasado —le dijo—, antes de que te convirtieras en el viejo avaro y amargado que eres hoy. Un día fuiste un joven soñador y querido por todos, hasta que empezaste a darle demasiada importancia al dinero…
El espíritu lo llevó a recorrer los lugares y las navidades que había compartido con sus seres queridos. La primera parada fue la tienda en la que solía trabajar como aprendiz; la segunda, una vieja habitación en la que solía sentarse a solas, lleno de tristeza, hasta que llegaba su hermana, a la cual amaba con todo el corazón.
Scrooge se conmovió mucho al recordar estas cosas y comenzó a arrepentirse de haber cambiado tanto.
Poco después, cuando estaba de vuelta en casa, llegó el Espíritu de las Navidades Presentes; tan alegre y bonachón. Apareció con él un gran banquete, lleno de todas las delicias que se pueden disfrutar en Navidad: pavo, frutas, tartas de azúcar, lechones y pasteles… las paredes estaban decoradas con guirnaldas verdes, y el espíritu cargaba una luminosa antorcha.
—¿Ves todos estos alimentos? Provienen de tu corazón y son prueba de la generosidad que por años le has negado a las personas que te rodean —le dijo el espíritu—, a pesar de todo, todavía quedan buenas personas que se acuerdan de ti. Como tu sobrino Fred y tu esclavizado empleado Cratchit.
Scrooge recorrió a su lado la ciudad completa, contemplando como la gente entraba y salía de las tiendas, como se daba regalos y cenaba con sus familias. Vio a su sobrino, disfrutando de una deliciosa cena con sus amigos y parientes. Y después se detuvieron ante la ventana de Cratchit, en una casita pequeña y miserable.
Su escribiente estaba cenando con su esposa y sus hijos. No tenían suficiente comida y vestían ropa remendada, Tim, el hijo más pequeño de Cratchit, estaba muy enfermo; debía usar una muleta para caminar. A pesar de las circunstancias, todos reían y eran felices por estar juntos. Antes de empezar a comer, dieron gracias por la comida y por el señor Scrooge, quien se sintió terriblemente culpable.
Antes de que terminara la noche, recibió la visita del tercer espíritu. A diferencia de los anteriores, iba encapuchado bajo una capa negra. Su presencia era fría y tenebrosa, no podía ver su rostro.
Sin pronunciar una palabra, el espíritu lo llevo a recorrer las calles. Todos en la ciudad hablaban sobre la muerte de un hombre, cuyas posesiones estaban siendo vendidas a precio de regateo. Llegaron al cementerio y Scrooge se derrumbó al ver a Bob Cratchit con su mujer y sus hijos, que miraban una tumba con infinita tristeza. Era el sepulcro del pequeño Tim. Su enfermedad finalmente se lo había llevado.
Scrooge palideció al ver como Cratchit y su familia abandonaban el cementerio, desolados. Más allá, un par de sepultureros reían de forma malvada; estaban preparando otra tumba.
—Te lo juro por Dios, jamás había visto un funeral tan vacío —decía uno—, no vino nadie a despedir al pobre diablo. ¡Ni un solo amigo, ni un pariente!
—Eso le pasa por ser tan tacaño. Tomemos un descanso antes de enterrarlo.
Los dos se marcharon sin dejar de reír y Scrooge se acercó a la tumba abierta.
—Dime espíritu, ¿de quién estaban hablando esos hombres? ¿Para quién es este sepulcro? —preguntó.
El espíritu guardó silencio. Pero cuando le indicó que se acercara a ver la lápida, Scrooge pudo leer su nombre y se dio cuenta de que aquella tumba, era para él. ¡Estaba muerto y solo!
Invadido por el terror, despertó en su cama y se dio cuenta de que todo había sido un sueño. O casi.
Era el día de Navidad y Scrooge se sentía diferente. Lleno de júbilo salió de la cama, se asomó por la ventana y detuvo a un chico que andaba por la calle.
—¡Toma estas monedas de oro y ve a comprar el pavo más grande que encuentres! Asegúrate de que lo envíen a la casa de Bob Cratchit.
A continuación, Scrooge se vistió con sus mejores ropas y fue a ver a su sobrino Fred, quien lo recibió con alegría. Allí comió y pasó una Navidad como no había tenido en años, llena de júbilo y buenos deseos. Finalmente se dirigió a la casa de Cratchit, cargando un saco con juguetes para todos sus hijos y lo sorprendió anunciándole que iba a darle un aumento.
Bob y su familia estaban muy agradecidos. Especialmente el pequeño Tim, que recibió un abrazo del señor Scrooge y se puso a gritar de contento:
—¡Feliz Navidad y que Dios nos bendiga a todos!

3. Tomte, el gnomo de Navidad (leyenda escandinava)

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Tomte es un hombre muy pequeñito, una especie de gnomo saltarín con una blanca y muy larga, y un gran corazón, por lo que fue el elegido por Papá Noel para que le ayudara a para llevar los regalos a todos los hogares donde hubiera niños que se hubieran portado bien durante el año.
Tomte vivía escondido en un frío y frondoso bosque de Escandinavia, y su época del año favorita era la Navidad, cuando se escapaba a los pueblos para ayudar a las personas sin ser visto, y a contemplar lo que sucedía dentro de los hogares en la época navideña. Le gustaba ver la cara de felicidad de los niños cuando recibían sus regalos.
Lo que más le gustaba era ayudar a las otras personas sin que los demás percibieran su presencia. Unas veces devolvía las ovejas descarriadas a su granja y otras contaba con la ayuda de la luz de las luciérnagas para iluminar el camino de los aldeanos perdidos.
Una fría noche, la más fría del invierno, escondido en el bosque vio a un reno en apuros: su lastimada pata se encontraba apresada y enredada entre ramas. No parecía haber escapatoria. Tomte, aunque percibió que ese reno era muy extraño, pues tenía la nariz roja como si llevara una bombilla iluminada, no dudó y rápido acudió en su ayuda. Y así fue como de pronto se encontró cara a cara con el mismísimo Papá Noel.
Papá Noel había tenido un aterrizaje forzoso con su trineo debido a la nieve, y Rudolph había acabado con su pata enmarañada entre ramas. Tomte no se lo pensó dos veces, rápido se puso manos a la obra y liberó la pata atascada del reno.
Tomte notó cansado a Papá Noel y le invitó a su modesta casita para tomar un chocolate caliente mientras compartían divertidas anécdotas.
Papá Noel decidió entonces que Tomte sería un buen ayudante para él y sus renos. Y esa misma noche comenzó a entrenarlo. Le enseño a bajar por la chimenea, a sortear obstáculos hasta llegar al árbol navideño, a andar de puntillas para no despertar a los habitantes de las casas y a saber qué regalo era el mejor para cada niño.
Papá Noel lo observó durante toda la noche y finalmente decidió que Tomte era el ayudante perfecto para su importantísimo trabajo. Eran en equipo perfecto. Desde entonces ambos trabajan juntos para que ningún niño se quede sin regalo en Nochebuena.

4. 'El Reno Rudolph'

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Un reno llamado Rudolph que había nacido con una curiosa y peculiar nariz roja, grande y brillante y caminaba solo por el mundo porque los demás renos se burlaban siempre de él, diciéndole que parecía un payaso o que tenía una manzana por nariz. Rudolph se sentía muy avergonzado y cada día se alejaba más de la gente. Su familia sentía mucha pena por él.
Siempre estaba deprimido y con el apoyo de sus padres, a los cuales les daba mucha pena Rudolph, decidió abandonar el pueblo adonde vivía y empezó a vagar sin rumbo durante mucho tiempo.
Se acercaba la Navidad y Rudolph seguía solo por su camino. Pero una noche, en víspera navideña, en que las estrellas brillaban más que en otros días en el cielo, Papá Noel preparaba su trineo, como todos los años. Contaba y alineaba los 8 renos que tiran de su trineo para llevar regalos a todos los niños del mundo. Santa Claus ya tenía todo preparado cuando de repente una enorme y espesa niebla cubrió toda la tierra.
Desorientado y asustado, Papá Noel se preguntaba cómo lograrían volar el trineo si no conseguían ver nada. ¿Cómo encontrarían las chimeneas?, ¿Dónde dejarían los regalos? A lo lejos, Santa Claus vio una luz roja y brillante y empezó a seguirla con su trineo y renos. No conseguía saber de qué se trataba, pero a medida que se acercaban, llevaran una enorme sorpresa. ¡Era el reno Rudolph! Sorprendido y feliz, Papá Noel pidió a Rudolph que tirara él también de su trineo. El reno no podía creérselo. Lo aceptó enseguida y con su nariz iluminaba y guiaba a Santa por todas las casas con niños del mundo.
Y fue así como Papá Noel consiguió entregar todos los regalos en la noche de Navidad, gracias al esfuerzo y la colaboración del reno Rudolph. Sin su nariz roja, los niños estarían sin regalos hasta hoy. Rudolph se convirtió en el reno más querido y más admirado por todos. ¡Un verdadero héroe!

(Fuente: Cuentos infantiles a dormir)

5. 'Belsnickel, el amigo de Santa Claus'

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Como bien sabes, la tarea más importante de Santa Claus es repartir regalos a los pequeños de todo el mundo, para asegurarse de que sean felices en Navidad. Sin embargo, cada vez había más niños y niños, y desde el Polo Norte, él se dio cuenta de que no podía hacerse cargo de todos. Así que decidió contratar a algunos ayudantes para que le ayudaran a repartir sus obsequios, en diferentes países. Hadas, duendes y otros seres mágicos, incluso algunos animales se presentaron como voluntarios para ayudarlo.
Un día, Santa Claus viajó hasta Alemania para buscar a un nuevo ayudante. Había escuchado hablar acerca de un bondadoso anciano llamado Belsnickel, que vivía en lo alto de las montañas. Era un hombre alto, callado y de larga barba blanca, que de vez en cuando bajaba al pueblo a comprar provisiones.
Los niños le tenían miedo puesto que no lo conocían. Belsnickel sin embargo, adoraba a los chiquillos.
Por desgracia él nunca había podido tener hijos, así que cada invierno, en secreto, compraba varios juguetes y por las noches los dejaba en las puertas de sus casas, disfrutando de al escuchar sus risas desde la montaña.
Santa Claus se presentó en su cabaña y se sorprendió al darse cuenta de lo similares que eran. Belsnickel, igual de asombrado, lo invitó a pasar y le sirvió una taza de chocolate.
—Estoy buscando ayudantes alrededor del mundo, que me ayuden a repartir regalos entre los niños —le informó Santa–, sé muy bien cuanto amas darles alegría en esta época y por eso creo que tú puedes ser perfecto para el trabajo. Tú te encargarás de representarme ante los chicos que viven en el pueblo y los alrededores.
—Pero Santa, yo soy solo un pobre viejo, no soy nada comparado contigo —le dijo Belsnickel con tristeza—, ni siquiera puedo mostrarme ante los niños porque les doy temor. ¿Por qué crees que siempre les dejo sus regalos a escondidas?
–Ellos te amarán una vez que comiences a hacerlo tú mismo —le aconsejó Santa—, yo también soy viejo pero me siento joven de corazón. Y cada vez que salgo de casa para repartir mis obsequios, los niños me agradecen y yo siento su amor incondicional. ¿No quisieras lo mismo para ti?
El anciano ermitaño se quedó pensando y finalmente, aceptó representar a Santa Claus.
—No te preocupes por bajar al pueblo, ahora todos los años recibirás los juguetes que quieren los niños y que hago en mi fábrica.
Desde aquella Navidad, Belsnickel no volvió a ver nunca más a Santa Claus pero sabía bien que pensaba en él desde el Polo Norte. Y cada año, el 24 de Diciembre, se ponía muy contento al ver el enorme trineo cargado de regalos que esperaba afuera de su puerta, listo para ir a visitar a los niños.
Belsnickel se hizo muy popular en el pueblo y pronto todos dejaron de temerle. Los más pequeños siempre se alegraban con su presencia y hasta hoy, su leyenda continúa siendo una de las más hermosas de Alemania.

(Fuente Cuentos cortos para niños)

6. 'El hombre de jengibre'

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La cocina se llenó del olor dulce de especias, y cuando el hombre de jengibre estaba crujiente, la vieja abrió la puerta del horno. El hombre de jengibre saltó del horno, y salió corriendo, cantando - ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jengibre!
La vieja corrió, pero el hombre de jengibre corrió más rápido. El hombre de jengibre se encontró con un pato que dijo
- ¡Cua, cua! ¡Hueles delicioso! ¡Quiero comerte! Pero el hombre de jengibre siguió corriendo.
El pato lo persiguió balanceándose, pero el hombre de jengibre corrió más rápido. Cuando el hombre de jengibre corrió por las huertas doradas, se encontró con un cerdo que cortaba paja.
El cerdo dijo - ¡Para, hombre de jengibre! ¡Quiero comerte! Pero el hombre de jengibre siguió corriendo. El cerdo lo persiguió brincando, pero el hombre de jengibre corrió más rápido.
En la sombra fresca del bosque, un cordero estaba picando hojas. Cuando vio al hombre de jengibre, dijo - ¡Bee, bee! ¡Para, hombre de jengibre! ¡Quiero comerte! Pero el hombre de jengibre siguió corriendo. El cordero lo persiguió saltando, pero el hombre de jengibre corrió más rápido.
Más allá, el hombre de jengibre podía ver un río ondulante. Miró hacia atrás sobre el hombro y vio a todos los que estaban persiguiéndole.
- ¡Paa! ¡Paa! exclamó la vieja. - ¡Cua, cua! graznó el pato. - ¡Oink! ¡Oink! gruñó el cerdo. - ¡Bee! ¡bee! — baló el cordero.
Pero el hombre de jengibre se rió y continuó hacia el río. Al lado del río, vio a un zorro. Le dijo al zorro:
- He huido de la vieja y el pato y el cerdo y el cordero. ¡Puedo huir de ti también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jengibre!
Pero el zorro astuto sonrió y dijo:
- Espera, hombre de jengibre. ¡Soy tu amigo! Te ayudaré a cruzar el río. ¡Échate encima de la cola!
El hombre de jengibre echó un vistazo hacia atrás y vio a la vieja, al pato, al cerdo y al cordero acercándose. Se echó encima de la cola sedosa del zorro, y el zorro salió nadando en el río. A mitad de camino, el zorro le pidió que se echara sobre su espalda para que no se mojara.
Y así lo hizo. Después de unas brazadas más, el zorro dijo:
- Hombre de jengibre, el agua es aún más profunda. ¡Échate encima de la cabeza!
- ¡Ja, Ja! Nunca me alcanzarán ahora rió el hombre de jengibre.
- ¡Tienes la razón! chilló el zorro. El zorro echó atrás la cabeza, tiró al hombre de jengibre en el aire, y lo dejó caer en la boca. Con un crujido fuerte, el zorro comió al hombre de jengibre. La vieja regresó a casa y decidió hornear un pastel de jengibre en su lugar.

7.  La Leyenda del árbol de Navidad

Érase una vez un leñador, que estaba casado con una joven a la que amaba mucho. Como la quería mucho, quería que tuviera cosas buenas para comer y una casa siempre cálida y por eso pasaba mucho tiempo en el bosque cortando leña, en parte para revenderla y en parte para calentar su casa, que tenía una bonita chimenea. En Nochebuena regresaba tarde a casa como de costumbre y vio, mirando hacia arriba, un hermoso abeto alto y majestuoso. Estaba tomando medidas para ver si podía cortarlo cuando se dio cuenta de que entre sus ramas, en la noche más oscura, podía ver las estrellas y que su luz parecía brillar directamente desde las ramas.
Fascinado por este espectáculo, decidió en ese momento dos cosas: la primera era que dejaría el abeto viejo donde estaba y la segunda que tenía que mostrarle a su esposa esta hermosa vista: luego cortó un abeto más pequeño, lo llevó al frente de la casa y allí. encendió pequeñas velas que colocó en las ramas (sin prender fuego accidentalmente al árbol). La esposa del leñador, desde la ventana, vio el árbol tan iluminado y se enamoró de él hasta el punto de dejar de hacer el asado. A partir de ese momento, la bella esposa del leñador siempre quiso tener un abeto encendido para Navidad y los vecinos, al encontrarlo hermoso a la vista, pronto imitaron al leñador. Este uso luego se expandió y el árbol de Navidad se convirtió en uno de los símbolos de la Navidad.

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