Detectar el maltrato en niños es complicado si no lo cuentan, pero científicos argentinos tienen un plan: buscar la respuesta en la saliva

Un equipo de investigadores argentinos han desarrollado un test para detectar el maltrato infantil a partir de la saliva.

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Laura Ruiz Mitjana

El maltrato infantil no siempre es fácil de detectar; no siempre deja marcas visibles, ni siempre se denuncia. A menudo, los niños no pueden o no se atreven a contarlo por miedo o vergüenza.

¿Cómo intervenir entonces, si no hay señales claras? Un grupo de científicos argentinos cree haber encontrado una pista biológica que podría marcar un antes y un después: la saliva.

La saliva para detectar el maltrato infantil

Sí, así como lo lees. Investigadores de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en colaboración con el Hospital de Niños Pedro de Elizalde, están desarrollando una herramienta innovadora que podría detectar el maltrato infantil a través de una muestra de saliva. ¿Cómo? Buscando lo que se conoce como biomarcadores epigenéticos.

Estos biomarcadores no alteran los genes en sí, sino la forma en que se expresan. Es decir, son cambios químicos en el ADN provocados por el entorno, y el estrés crónico, el abandono o el abuso pueden dejar huellas en ellos.

Esta línea de estudio se llama epigenética, y lo que plantea este equipo argentino es revolucionario: si el cuerpo responde a la violencia, ¿por qué no buscar esas respuestas en sus rastros biológicos?

Identificar el trauma antes de las consecuencias

El objetivo del estudio es claro: identificar señales del trauma incluso antes de que se vean las consecuencias emocionales o físicas. Muchas veces, el maltrato se camufla, se normaliza o no deja lesiones externas.

Pero eso no significa que no afecte profundamente al desarrollo emocional, neurológico y físico del niño. Por eso, contar con un método que lo detecte de forma temprana puede cambiar el destino de muchos.

Y lo más prometedor es que estas huellas epigenéticas pueden revertirse. A diferencia de las mutaciones genéticas, estos cambios no son permanentes. Eso significa que, si se detecta el daño a tiempo, se puede intervenir y acompañar adecuadamente, mejorando el pronóstico de salud mental y física a largo plazo.

Ciencia y salud pública, unidas

Este proyecto, además de ser un avance en investigación básica, es una apuesta por una ciencia aplicada, útil y humana. El equipo liderado por el doctor Eduardo Cánepa, del Laboratorio de Neuroepigenética y Adversidades Tempranas, trabaja codo a codo con el área de salud mental del Hospital Elizalde, donde se recolectan las muestras y se hace el seguimiento de los niños y niñas. Según explicó Cánepa en la UBA:

“La idea es ver si a partir de una simple muestra de saliva se puede observar cómo el cuerpo responde a la violencia. Y si eso puede utilizarse como diagnóstico precoz, antes de que se manifieste de otra forma”.

Además de detectar casos de maltrato, esta tecnología permitiría también evaluar cómo evoluciona cada menor con el tiempo, y si necesita una atención más intensiva. En otras palabras: no se trata solo de mirar el pasado, sino de actuar en el presente para mejorar el futuro.

Una base de datos argentina para una realidad local

Aunque hay estudios similares en otros países, el equipo insiste en que no se puede aplicar directamente lo que se ha descubierto en contextos distintos. Las condiciones sociales, económicas y culturales influyen en cómo reacciona el cuerpo al trauma.

Por eso, este trabajo con niños y niñas argentinas es fundamental: se está construyendo una base de datos propia, adaptada a nuestra realidad, que permitirá diseñar políticas y estrategias más efectivas.

El camino no es fácil. Los análisis epigenéticos son costosos y muchas veces requieren tecnología que no está disponible en el país. Aun así, el equipo sigue adelante, convencido de que esta investigación puede salvar vidas y prevenir años de sufrimiento.

Este avance demuestra el potencial de la ciencia argentina y su compromiso con los derechos humanos. Porque detrás de cada muestra de saliva hay una historia. Y si esa historia no puede contarse con palabras, quizás el cuerpo pueda hablar por sí solo.

Una vez más, la ciencia nos recuerda que escuchar, a veces, también significa aprender a leer lo que no se ve.

Foto | Portada (Freepik)

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