La cara B de las altas capacidades: ansiedad y perfeccionismo en los niños que las tienen

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Laura Ruiz Mitjana

“Tu hijo es superdotado.” Suena como una buena noticia, ¿verdad? Muchos padres imaginan inmediatamente a un pequeño Einstein feliz entre libros, creando inventos o ganando olimpiadas de matemáticas...

Pero lo que casi nadie te dice es que, detrás de ese brillo intelectual, muchas veces se esconde una carga emocional intensa, invisible… y a menudo solitaria.

Porque tener altas capacidades no es solo pensar más rápido o saber más. También puede significar sentir más intensamente, preocuparse más profundamente y exigirse más y más. En este artículo hablaremos de esa otra cara —la cara B— de las altas capacidades: la ansiedad y el perfeccionismo.

Perfeccionismo y autoexigencia en las altas capacidades

Martina tiene 9 años. Ha sacado un 9,7 en su examen de sociales, pero rompe a llorar porque “no es un 10”. Su madre intenta consolarla, pero ella repite una y otra vez que ha fallado. Su mente brillante analiza, compara y rumia sin parar.

¿Te suena? No es raro. En un estudio publicado en Roeper Review por Patricia A. Schuler se encontró que el 87,5 % de adolescentes con altas capacidades mostraban tendencias perfeccionistas, y que un 29,5 % se ubicaba en el rango de perfeccionismo neurótico, caracterizado por altos niveles de ansiedad y preocupación por los errores.

El artículo destaca cómo el ideal de “siempre hacerlo bien” no es una motivación, sino una losa que aplasta. El perfeccionismo en estos niños no es “querer mejorar” sino miedo al error, miedo al juicio, miedo a defraudar. Lo que debería ser una oportunidad para disfrutar aprendiendo se convierte en una carrera con obstáculos.

Altas capacidades emocionales… ¿una bendición o una tormenta?

Lo que a menudo pasa desapercibido es que las altas capacidades intelectuales suelen venir acompañadas de una alta sensibilidad emocional.

Dabrowski, psicólogo polaco, ya hablaba en los años 60 de las sobreexcitabilidades: intensidades emocionales, sensoriales, imaginativas o intelectuales que convierten a estos niños en “sentidores” profundos. Un elogio si sabes canalizarlo. Un laberinto, si no.

Cuando a los 6 años te angustias por el cambio climático o por la posibilidad de que tu perro se muera algún día, no eres un niño dramático. Eres un niño que procesa el mundo con profundidad… pero sin las herramientas emocionales para sostenerlo.

La paradoja del “niño que lo tiene todo”

Socialmente, aún cuesta comprender que un niño con altas capacidades pueda sufrir. La imagen del “genio feliz” impide ver su vulnerabilidad. Por eso, muchos no piden ayuda.

Y muchas veces, sus señales de ansiedad pasan por alto o se confunden con “manías”, “rigidez” o “exceso de responsabilidad”.

“¿Cómo va a estar mal si va bien en el colegio?”

Ese es el error: el éxito académico no protege del sufrimiento emocional. De hecho, puede amplificarlo.

Qué podemos hacer como adultos

No se trata de bajarle el nivel, ni de decirle que no sea tan exigente. Se trata de validar su experiencia emocional, de enseñarle que el error no lo define, que su valor no está en su rendimiento. Aquí van algunas ideas para acompañarlo:

  • Pon el foco en el proceso, no en el resultado. En vez de felicitar por el 10, valora su esfuerzo, su curiosidad o su forma de pensar.
  • Normaliza el error. Comparte tus propias meteduras de pata con naturalidad. Que te vea equivocarte y reírte después.
  • Ayúdalo a salir de su cabeza. Actividades sensoriales, deporte o juegos con el cuerpo ayudan a desconectar del bucle mental.
  • Cuida el lenguaje que usas. “¡Qué listo eres!” suena bien, pero refuerza el vínculo entre valor y rendimiento. Prueba con: “Me encanta cómo has pensado esto” o “Eres muy tú, y eso me gusta”.

Ver más allá de las altas capacidades

Los niños con altas capacidades necesitan un entorno que los entienda no solo como mentes brillantes, sino como personas completas: con miedos, intereses, dudas, sueños... No están hechos para encajar en moldes, y por eso sufren cuando se les exige ser perfectos.

Ayudémosles a entender que la excelencia real no es no fallar, sino atreverse a ser uno mismo con todo lo que eso implica. Incluso con lágrimas por un 9,7.

Porque detrás de una mente extraordinaria, hay un corazón que también necesita espacio, compasión y calma.

Foto | Portada (Freepik)

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