Cuando somos padres, la relación con nuestros hijos nos hace rescatar cualidades de la niñez que estaban dormidas. Muchas veces se nos olvida que además de enseñar, guiar y educar a los niños, también podemos aprender de ellos.
Con nuestro hijo podemos disfrutar con cualquier actividad, aunque a nosotros nos parezca rutina; si nos ve barrer, como quiere imitarnos, seguro que nos pedirá que le dejemos la escoba para hacerlo él. Y aunque esté interrumpiendo nuestra labor, debemos prestarle atención y disfrutar de este juego.
Los niños no tienen prejuicios que a los adultos nos impiden experimentar libremente. Si a tu hijo le apetece hacer cosas nuevas, sin planificar, puedes dejarte llevar, te sorprenderás y te sentirás mejor. Muchas veces es preferible sentir que pensar, dejar de vez en cuando un poco de lado la razón y vivir las propias sensaciones. Los niños son niños, se muestran sin tapujos, son espontáneos y sinceros, y con ellos nosotros debemos recuperar nuestra espontaneidad, mostrarnos ante los demás sin miedo a lo que podrán pensar, superando la timidez o el sentido del ridículo.
Los niños en cierta manera son sabios, y lo padres debemos alentar el despliegue de esa sabiduría. Aprender de nuestro hijo es una forma de alentar el niño que fuimos una vez.
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