La increíble historia de una madre que adopta a los bebés que nadie quiere porque van a morir

La increíble historia de una madre que adopta a los bebés que nadie quiere porque van a morir
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La naturaleza no es infalible, y menos desde que el ser humano se ha dedicado de manera indiscriminada a atentar contra ella, y esto quiere decir que a veces sucede lo que jamás querríamos que sucediera: que algunos bebés lleguen al mundo enfermos, con malformaciones o problemas serios que hacen que tengan los días contados.

Por suerte para ellos, por suerte para todos, hay personas con una bondad infinita (quizás deberíamos llamarles ángeles) como Cori Salchert, una mujer y madre que adopta a los bebés que nadie quiere porque están enfermos o tienen alguna complicación que les hace considerarse en situación terminal.

Quién es Cori Salchert

Tal y como nos explican en Today, Cori es una mujer que trabajó como enfermera experta en duelo perinatal, madre de ocho hijos, que comparte su vida con su marido Mark, residiendo en un hogar al que ambos denominan "la casa de la esperanza". Así la llaman desde que en el año 2012 decidieran empezar a adoptar a los bebés con diagnósticos terribles, de esos que dicen que no podrán vivir mucho tiempo, y de los que ya nadie se hace cargo emocional.

Son niños que vienen de familias a las que les resulta difícil aceptar la condición de sus hijos, y de algunas que no son capaces de soportar la idea de presenciar el final de sus vidas.

El primero de los bebés que adoptaron fue Emmalynn, que vivió 50 días junto a ellos hasta que un día falleció en los brazos de su madre adoptiva. Desde entonces, tanto la pareja como sus hijos decidieron dedicarse a cuidar de estos bebés, para ayudarles en sus últimos días.

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Cori Salchert baña a Charlie junto con su hija de 22 años

Ya lo vivió como hermana

Salchert tuvo una hermana pequeña, Amie, que de bebé contrajo una meningitis que le afectó seriamente a nivel cerebral produciéndole una acusada discapacidad. Por este motivo, Amie estuvo viviendo unos años en una residencia de niños con necesidades especiales hasta que un día, a los once años, pudo salir por la puerta. Ese día, sola, llegó a una zona con agua en un campo de golf y allí murió ahogada. Cori no pudo soportar la idea de lo sola que se debió sentir intentando entender por qué no podía respirar y por qué nadie le ayudaba.

Ya con su título de enfermera empezó a trabajar con todo tipo de pacientes, siendo sus preferidos los que estaban cerca de decir adiós a la vida y los que estaban en el otro lado, diciendo hola por primera vez: los recién nacidos.

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La hija de Cori, de 14 años, abraza a Charlie

En la planta de maternidad descubrió el extraño sentimiento de llegar para ver cómo tu vida iba a cambiar para bien y marcharse con los brazos vacíos por una muerte al final del embarazo o después de nacer, y sintió la necesidad de hacer algo por esas familias, de ayudarles. Allí donde muchos profesionales prefieren no estar por el dolor, ella vio la oportunidad de ayudar.

Así acabó trabajando en la Hope After Loss Organization, una organización diseñada para ofrecer ayuda y tratar de aportar esperanza a las familias cuyos bebés habían fallecido, momento en el que tuvo problemas serios de salud: una enfermedad autoinmune empezó a dañar sus órganos digestivos y requirió de varias cirugías y de mucho tiempo en la cama. Preguntándose cómo iba Dios a redimir aquel dolor, recibió una llamada preguntándole si podría hacerse cargo de una bebé de dos semanas que no viviría mucho tiempo.

Y así llegó Emmalynn

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La niña había nacido sin parte de su cerebro y los médicos dijeron que no había esperanza para ella. Les explicaron que estaba en estado vegetativo, incapaz de ver ni oír, y que solo respondía a estímulos dolorosos. Cori y su familia estudiaron el caso, la situación, y aceptaron cuidar de ella explicando que en realidad no le hacían un favor, sino que en realidad era para ellos un privilegio, pues fueron ellos quien le pusieron el nombre y quienes la acogieron como una más de la familia.

Su alternativa era vivir en un hospital, sola, alimentada por una bomba hasta que su cuerpo dijera basta, así que se la llevaron a casa donde la cuidaron y le dieron amor los 50 días que ella vivió.

Fueron días en que todos los miembros de la familia se involucraron en su cuidado, en darle amor, cariño, y en tratarla como a una más. Casi dos meses que les llevó a acompañarla en sus últimos minutos, con el dolor de la pérdida, pero la ilusión y la emoción por hacer lo mismo con otro bebé.

Y entonces llegó Charlie

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En octubre del 2014 recibieron en su familia a Charlie, un bebé que por entonces tenía cuatro meses, con un diagnóstico de daño cerebral que limita su vida. Sin saber muy bien cuál era su esperanza de vida, sí supieron que son niños que no suelen vivir más de dos años.

Charlie tiene 19 meses y en el pasado año tuvo que ser reanimado hasta en diez ocasiones. Ahora, viviendo gracias al soporte vital que le proporcionan un montón de tubos y máquinas, se ha decidido que la próxima vez que su corazón falle no harán nada por evitarlo, sino acompañarle y darle cariño, como hasta ahora, dejándole ir.

Antes de ese momento, la familia está haciendo todo lo posible por hacerle sentir uno más. Se lo han llevado con ellos siempre que han podido y hasta se hicieron con una cama lo suficientemente grande como para que el niño recibiera sus cuidados conectado a las máquinas mientras ellos podían acurrucarse con él y abrazarle.

Qué gran regalo

Lo que para muchas personas supondría una carga, un impedimento para seguir con sus vidas, para Cori es un gran regalo. Así lo considera ella, un regalo por poder formar parte de la vida de estos bebés, con la capacidad de aliviarles un poco el sufrimiento, de darles cariño y afecto y de ver que ellos, con solo eso, y a pesar de lo que sufren, son capaces de devolver una sonrisa a cambio, agradecidos.

Fotos | iStock, Today
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