¿A quién se parece mi bebé?

¿A quién se parece mi bebé?
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Hace unos días comentamos el tema de los parecidos de los bebés desde un punto de vista más o menos científico, hablando de las probabilidades de parecerse a los padres o a los abuelos según la carga genética de nuestros bebés.

Hoy quiero comentar el tema desde un punto de vista más social y personal (mi manera de verlo puede no ser extensiva al resto), ya que el tema de “a quién se parece mi bebé” o mejor dicho, a quién se parece tú bebé, es uno de los temas de conversación preferidos por familiares y amigos.

Lo cierto es que es algo automático, es llegar los familiares y ver al bebé recién nacido y las frases salen solas, como sin pensar: “¡Uy! ¡Cómo se parece a Luís!”, “¡Pero si tiene los ojos de su madre!”, “¡La boca es del abuelo Isidro, el de Fuentealbilla!”.

Corre la leyenda de una madre que estaba presente en el parto de su hija que, al ver salir la cabeza de su nieto, gritó: “¡Tiene los ojos del abuelo!”. Los profesionales se giraron hacia la buena mujer con expresión de duda y asombro (¿Mande?) y ella, casi más asombrada aún, les dijo que ella no había dicho nada (¿Eso lo he dicho yo?).

Vamos, que parece ser que no hay otro divertimento que seccionar virtualmente a los bebés para ver de cuántas personas están compuestos.

Si el tema lo dejáramos aquí no habría demasiado inconveniente. El problema llega cuando los familiares del padre aseguran que se parece a su familia y cuando los familiares de la madre aseveran que se parece a la suya.

Y ya no digamos si encima lo apellidan: “¡Uff! ¡Es García, García!” (García dos veces significa que no admite discusión), las caras de los Martínez son entonces un poema, porque ellos piensan que es un calco del abuelo Anselmo, que en paz descanse (y cuyo nombre les habría encantado que llevara el bebé).

Así se generan las primeras disputas y discusiones (doy fe, que lo he vivido) de familias luchando porque su estirpe genética sea reconocida por los demás en el bebé que acaba de llegar, auténticas batallas campales que se alargan en el tiempo (los bebés crecen y su fisonomía va cambiando) en las que cada cual tira con fuerza de su extremo de la cuerda para que el nudo del centro quede en terreno amigo.

¿Y quién tiene razón?

Pues todos en cierta manera y ninguno a la vez. Los ojos de un niño no son los del abuelo, ni su nariz la de su madre, ni la barbilla del padre. Son suyos y punto. Se parecerá a uno y a otro, porque para eso es el heredero de los genes de ambas familias, pero aprenderá gestos y ademanes por imitación, pudiendo semejarse más por su modo de actuar a quien menos se parecía al nacer.

Yo crecí, supongo que como muchos niños, con la cantinela de “parecerme a”, fueron tantas las veces que me lo decían, que al final pensaba que tenía que ser como esa persona y que, si no lo era, estaba defraudando a mis familiares.

Es por ello que ahora, cuando alguien dice que mis hijos se parecen a mí, digo “ah, puede ser”, y cuando dicen que se parecen a mi mujer digo, “ah, pues sí”, básicamente por cortesía (aunque sí es cierto que se parecen a ella) y cuando se habla de otros niños trato de zafarme de la conversación, que luego, sin comerlo ni beberlo, dices que se parece a Pascual, te miran diciendo “¡anda, cómo se va a parecer al chiflao ese!” y tú te ves respondiendo que “me refería a que se le da un aire físico, no quería decir que el niño parezca un loco…” (da igual, ya has metido la pata).

Foto | Flickr (bradbrundage)
En Bebés y más | ¿A quién se parecerá mi bebé?, En la planta de maternidad: tipos de familias

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