Él siempre dejaba el cepillo de dientes en el lado izquierdo del lavabo. Al principio te parecía tierno, como una 'prueba' de que estaba ahí. Pero ahora... te molesta, te dan ganas de esconderlo en un cajón. ¿Qué ha pasado?
No eres una desagradecida por sentirte así ni te pasa nada grave. Lo que te ocurre tiene nombre, tiene causa y tiene salida. Porque en pareja, lo que al principio nos hace tanta ilusión, con el tiempo puede cambiar.
A veces el amor no se rompe por grandes discusiones, sino por pequeñas erosiones cotidianas que no sabemos traducir. ¿Qué puede haber detrás de todo ello?
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Me molesta todo de mi pareja: ¿es esto el “desencantamiento”?
En parte sí. La psicología de las relaciones explica este fenómeno como una fase común del vínculo afectivo. No es el final del amor, sino el final de una idealización inconsciente.
Durante la fase de enamoramiento, nuestro cerebro libera dopamina, oxitocina y norepinefrina. Vemos lo que queremos ver. Nuestro foco está en lo que nos une, no en lo que nos diferencia (¡eso ni siquiera existe para nosotros!). Pero pasado ese “chute químico”, llega la convivencia emocional real: esa donde el otro deja de ser proyección y se convierte en persona. Con sus luces pero también sus sombras y sus defectos, como los nuestros.
Y ahí es donde empieza el baile: lo que antes era “espontaneidad”, ahora lo vives como “irresponsabilidad”. Lo que era “detallista”, ahora lo sientes como “pegajoso”. Ups.
Cuando tus heridas hablan más que tú

Muchas veces, lo que nos molesta no es lo que el otro hace, sino lo que nos activa internamente. Por ejemplo: antes te hacía gracia que te corrigiera palabras en inglés. Ahora sientes que te ridiculiza. ¿Ha cambiado él o han cambiado tus límites? ¿Por qué ahora te duele tanto?
La psicología nos invita a mirar más allá del gesto superficial. A veces tu pareja activa sin querer alguna herida antigua: de validación, de control, de sentirse ignorada, de no ser suficiente. Lo importante no es el acto, sino la historia emocional que despierta.
¿Por qué nos molesta más cuanto más queremos?
Porque la intimidad lo amplifica todo. Cuanto más nos vinculamos, más expuestos estamos. No solo al otro, sino a nuestras propias vulnerabilidades.
La pareja es ese espejo que no podemos evitar mirar. Y a veces no nos gusta lo que refleja. Además, en la rutina es fácil caer en una "economía emocional de baja inversión": damos por hecho al otro, perdemos la curiosidad, dejamos de preguntar cómo está. Y lo que no se cultiva, se marchita. Por eso es tan importante cuidar el amor.
Microresentimientos: eso que nos aleja
John Gottman, uno de los mayores expertos en terapia de pareja, descubrió que no son los grandes conflictos los que rompen una relación, sino el desprecio acumulado en los pequeños gestos.
Cada vez que te callas lo que te molesta, que no expresas una necesidad, que haces una crítica pasivo-agresiva… algo se desgasta. Y cuando eso se acumula, incluso lo más inocente (como cómo mastica) te puede parecer insoportable.
Por ejemplo: “Siempre deja los calcetines tirados y me dice que no los ve. Antes me reía. Ahora pienso que no me respeta”.
¿Ves? No es el calcetín. Es lo que representa. Lo que hay detrás.
¿Y ahora qué hago con esta incomodidad?
La clave no está en reprimir lo que sientes, ni en exigir que tu pareja cambie por completo. La clave está en traducir esas molestias en información emocional útil.
Pregúntate:
- ¿Qué me está queriendo decir esta molestia?
- ¿De qué necesidad no expresada habla?
- ¿Es un cambio en él/ella o en cómo yo me siento?
Y luego, comunícalo. No desde el reproche (“es que tú siempre…”), sino desde el vínculo (“últimamente noto que…”).
Amar después del enamoramiento
El amor maduro no consiste en que todo nos guste. Consiste en aprender a mirar al otro entero: con sus formas raras de doblar las toallas, sus pausas eternas para responder y sus frases que a veces duelen.
En cierta forma, amar es poder decir “esto me molesta” sin miedo a romper nada. Y escuchar “entiendo cómo te sientes” sin ponerse a la defensiva.
Porque al final, lo que más une no es evitar el conflicto, sino saber atravesarlo juntos. Y quizá, solo quizá, un día veas de nuevo el cepillo de dientes mal colocado… y sonrías. Porque sigue ahí. Porque aún estáis. Porque ahora sí os miráis de verdad.
Foto | Portada (Pexels)
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