Juguetes inteligentes, ¿hacen "tontos"?

Juguetes inteligentes, ¿hacen "tontos"?
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Parece claro que cada vez más los niños y niñas se inclinan por los denominados “juguetes inteligentes”, aquellos en los que prima la tecnología, que van acompañados de mando a distancia y en los que los “efectos especiales” brillan en todos los sentidos.

Cantar en playback, dibujar en una pizarra digital, montar en bici sin salir de casa, muñecos-robots que hablan y hacen casi de todo, cuentos interactivos, ordenadores para niños… Y, aunque sin duda estos juguetes estimulan la inteligencia manipuladora y tecnológica de los pequeños, creo que mucha imaginación se pierde en el camino.

No creo que estos juguetes hagan niños tontos, como me pregunto en el titular, incluso algunos son verdaderos ingenios con los que a mí misma me gustaría jugar. Pero sí creo que esos juguetes, caros carísimos, junto a otros muchos juguetes del mismo estilo van a limitar el estilo de diversión de los pequeños y trastocar su sentido de lo importante, de lo necesario.

El otro día comentaba con mis alumnos cuestiones acerca del valor que damos a las cosas, cuando discutían acerca de cuánto les había costado (hablan como si les costara a ellos, pero son los padres, claro, los que desembolsan) una Play Station. De cómo “antes” no teníamos ordenadores, ni vídeojuegos, ni Internet y sin embargo disfrutábamos con otras cosas. De cuando el “Simon” era el no va más en modernidad y tecnología.

Se quedaron realmente sorprendidos cuando les confesé que, de pequeña, uno de mis juegos favoritos cuando estaba sola eran “los trapos”, unas telas de seda de varios colores y tamaños con los que me montaba todo un escenario y un vestuario: podía ser desde una princesa en un castillo medieval a un pirata asaltando un barco. Cuando el juego era en grupo, las posibilidades aumentaban. Y sólo con los trapos.

Lo mismo podríamos aplicar a los palos de escoba que hacían de espada, a los cartones, piedras y plantas que hacían las cocinas con los más variados menús, el escondite, la comba, el pollito inglés o aquel muñeco desgastado que ni lloraba ni se meaba, al menos en realidad, pero que lo hacía todo en nuestra mente y al que adorábamos y no dejamos hasta que se le caían los brazos de viejo…

Por cierto, que alguno de estos viejos muñecos divierten mucho a mi bebé ahora. Esperemos a ver qué pasa cuando crezca…

En fin, sólo me resta decir, ¡cómo cambian los tiempos!

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