Cuando los amigos dejan de lado a un niño: cómo ayudarle a gestionar el rechazo

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Laura Ruiz Mitjana

El otro día una paciente adulta me contaba en sesión que unas compañeras del trabajo habían ido a una celebración sin ella; lo vio por redes, y no la habían avisado. Eso le dolió mucho.

No solo por el hecho en sí (porque puedes pensar, quizás se han olvidado, no hay una mala intención detrás...), sino porque, explorando, nos dimos cuenta de que esa experiencia "trivial" la había conectado, sin darse cuenta, con una herida de rechazo muy profunda de su infancia. Me decía "es una tontería, lo sé...", pero no lo es.

Y es que cuando era niña vivió una "broma" de sus amigos que consistía en hacerle el vacío durante días (y luego, otras experiencias también dañinas). Esto es un trauma relacional, y evidencia cómo el rechazo en la infancia deja huella.

Por qué el rechazo infantil deja huella

Todo esto duele, porque para un niño, ser parte del grupo (el sentido de pertenencia) no es solo importante: es vital para su construcción emocional y social. Entonces, ¿cómo se sienten los niños cuando sus amigos los rechazan? ¿Sabías que el rechazo duele físicamente? ¿Cómo ayudarlos?

Los adultos solemos reaccionar rápido: “No le hagas caso”, “ya se le pasará”, “mañana jugarán contigo”. Pero cuando le decimos eso a un niño, estamos pidiendo algo imposible: que no le importe algo que biológicamente le importa.

Según un estudio de Naomi Eisenberger y Matthew Lieberman, publicado en Science, el rechazo social activa en el cerebro humano las mismas regiones que el dolor físico (la corteza cingulada anterior).

Y no estamos hablando solo de adultos. En niños, este efecto es incluso más potente, porque su sistema nervioso está en pleno desarrollo y su necesidad de pertenencia es estructural. Así que no. No es “una tontería”. Es neurobiología, corazón, historia emocional.

Según un estudio, el rechazo social activa en el cerebro humano las mismas regiones que el dolor físico.

Cuando le dicen “tú no”: así puede sentirse

El rechazo social en la infancia no siempre se presenta como un portazo. A veces es un “tú no” dicho sin mirarte, es que no te elijan para un equipo. Un silencio que se alarga en medio de un juego.

O una excusa sutil, como le pasó a Clara, de siete años, que llegó a casa diciendo: “Hoy no han querido que jugara porque decían que el juego ya había empezado y no podía entrar”. No lloró, pero cenó sin hablar.

Y en esos momentos, el niño no solo se pregunta “¿qué he hecho?”, sino algo mucho más complejo: “¿qué soy yo para ellos?”. No nos lo dice con esas palabras, claro, pero su comportamiento –evitar el cole, volverse más irritable, sentirse invisible...– es su forma de gritarlo.

Lo que no se ve: la narrativa interna del niño

Cuando un niño es rechazado, construye un relato interior. Y lo peligroso no es el rechazo en sí, sino el significado que le da. Si ese niño interpreta que no es suficiente, que no merece pertenecer, que hay algo mal en él, esa historia se queda. A veces durante años.

Por eso, acompañarlo no es resolver el conflicto por él, ni buscar nuevos amigos como quien busca recambios. Acompañarlo es ayudarle a reinterpretar lo que ha vivido, sin negarlo, sin dramatizar, pero tampoco disfrazándolo.

Cómo ayudar sin trivializar

No hay fórmulas mágicas, pero sí podemos poner en práctica algunas acciones, como:

  • Ayúdale a poner nombre a lo que siente, aunque sea incómodo: “¿Fue una sensación de quedarte fuera? ¿Como si ya no te quisieran ahí?”. Dar nombre a lo invisible es el primer paso para no sentirse raro ni solo.
  • Evita buscar culpables externos o soluciones exprés. En vez de “esos niños son malos”, puedes decir: “A veces los demás actúan sin pensar. Y a veces, eso duele. Vamos a ver qué se puede hacer con eso, juntos”.
  • Enséñale a hablarse con cariño. Que no se diga “soy tonto” o “nadie me quiere”. Puedes preguntarle: “Si un amigo tuyo se sintiera como tú hoy, ¿qué le dirías?”. Luego invítale a decirse eso a sí mismo.
  • No le hagas luz de gas emocional. Nunca le digas “no es para tanto”. Si para él lo es, lo es.

Acompañar el rechazo y transformarlo

El rechazo, cuando se acompaña bien, puede ser un punto de inflexión. Puede enseñarle a un niño a poner límites, a elegir amistades más nutritivas, a reconocer su propio valor... Y no se trata de evitar que sufra –eso es imposible–, sino de estar ahí para que no se pierda dentro de ese dolor.

Para que se sienta acompañado. Porque un niño acompañado en el rechazo puede volverse más compasivo con él mismo y aprender que sigue siendo importante y valioso, aunque no todos lo escojan todo el tiempo.

Foto | Portada (Freepik)

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