Es mejor equivocarse que ser un esclavo y hacerlo todo bien‏

Es mejor equivocarse que ser un esclavo y hacerlo todo bien‏
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Hoy empiezo fuerte esta entrada diciéndolo ya todo con el título. A la hora de educar a un hijo es mejor que se equivoque a que sea un esclavo y lo haga todo bien. O yo al menos lo prefiero así.

Somos muchos los adultos que como niños crecimos en un clima más o menos autoritario en el que detrás de nuestras decisiones estaba siempre el juicio de nuestros padres (“esto lo has hecho bien”, “esto lo has hecho mal”) y a menudo, y con el paso del tiempo, sus palabras ya no se posicionaban detrás, sino que iban delante, antes de nuestra decisión.

Sé obediente para ser un niño bien educado

La razón de tener a nuestros padres encima para evitar que nos equivocáramos y la razón de hacernos saber enérgicamente cuándo nos habíamos equivocado (con gritos o castigos) era la de conseguir que fuéramos obedientes, algo que al parecer es signo, en los niños, de buena educación.

A ojos de quien mira a un niño obediente, es un niño que no molesta, que se comporta bien, que sabe estar ante los demás, que hace caso a sus padres, y eso parece que es lo correcto. Sin embargo, un niño que obedece a los demás es un niño que toma pocas o ninguna decisión y es un niño con muy poca capacidad analítica de las situaciones.

Será por costumbre (los niños acaban acostumbrándose a no escoger y a seguir simplemente los mandatos de sus padres) o será para evitar los enfados de sus padres y jueces, pero los niños acaban siendo niños modélicos, de esos que muchas madres enseñan con orgullo o de esos que son copias de sus padres porque hacen exactamente lo mismo que ellos y, sin embargo, son esclavos. Son esclavos que lo hacen todo bien y no se equivocan, esclavos que hacen lo que les dicen los demás.

Pongamos que estos niños obedientes, incapaces de tomar decisiones propias (si les preguntas algo miran a sus padres para saber qué deben responder), crecen. Cuando son niños resultan ser modélicos y bien educados, sin embargo nadie admira a un adulto incapaz de saber qué camino tomar, muy indeciso, con poca personalidad y con poca capacidad para resolver los problemas que se le presentan.

Prueba tú, equivócate y aprende

Mejor equivocarse que ser obediente

“¿Para qué nos caemos, Bruce?”, le dijo Thomas Wayne a su hijo. El niño le miraba pensativo, esperando la respuesta. Acercóse el padre a quien en el futuro sería conocido como el hombre murciélago y le dijo, casi en un susurro, como quien cuenta un secreto: “Para aprender a levantarnos”.

Este fragmento, que he relatado como recuerdo de la película Batman Begins, no es otra cosa que un grito a la libertad de los niños, esa libertad que les permite elegir, tomar decisiones, desarrollar su personalidad, acertar y equivocarse, mantenerse de pie, aunque sea en la cuerda floja y caer, más de una vez, para aprender a levantarse.

Nuestro papel como padres es el de educar a nuestros hijos para que ellos mismos vayan escogiendo si arriesgarse o no y estar ahí para, cuando caigan, ayudarles a levantarse si nos necesitan. Cada error es una oportunidad para aprender cómo hacer algo de otra manera. Cada error abre una nueva puerta a la creatividad y a la inventiva, a la lógica. Cada fallo ayuda a los niños a pensar.

Si no les dejamos equivocarse, si nos anticipamos o si seguimos con la cantinela de querer que nuestros hijos sean obedientes sólo haremos de ellos ciudadanos obedientes, con poca capacidad crítica, con poca capacidad para pensar soluciones a los problemas que vayan surgiendo y con la necesidad, a menudo o siempre, de alguien superior que les diga hacia dónde tirar: “¿Cómo voy a elegir un camino si mi camino ha sido siempre dictado por mis mayores? ¿Cómo sé cuál es la mejor opción, si nunca he tenido que escoger nada?”.

El que nunca elije nunca se equivoca y lo hace todo bien. El que nunca elije no conoce las consecuencias reales de hacer algo mal y tiene problemas para anticipar los errores (cómo voy a saber qué pasa si me equivoco si nunca me he equivocado) y problemas para solucionarlos.

Juguemos ahora a que estos niños, los que han podido elegir y equivocarse crecen. Serán personas capaces de elegir y anticiparse a los errores, tendrán personalidad para decir “sí” y para decir “no”, serán autónomos e independientes y tendrán claro el camino a seguir. Podrán errar, como todo humano, pero sabrán intentarlo de nuevo o sabrán ser honestos y no hacerlo si el riesgo es mayor que el beneficio.

No tengo una bola de cristal y esto sólo son conjeturas e hipótesis, pero a bote pronto, es lógico que crezcamos siendo bastante parecidos a cómo crecimos.

Yo no quiero niños obedientes que se porten siempre bien. Yo quiero niños que hagan cosas de niños y se equivoquen, metan la pata y aprendan con ello, para que en el futuro sean buenas personas porque quieran serlo y no porque yo les he impuesto la bondad como mandato y para que vivan la vida que ellos han decidido vivir (y no la que yo he decidido que vivan).

Fotos | Martin Pettitt, mrsraggle en Flickr
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