
Hay algo que nunca se enseña cuando te conviertes en madre o padre: lo difícil que es sostener la calma cuando llevas todo el día sosteniéndolo todo.
Y ahí estás tú, repitiendo por quinta vez que es hora de ponerse los zapatos, cuando tu hijo te mira con la calma de un monje zen y te contesta: “Estoy jugando”. Y tú, que hace cinco minutos estabas repitiendo mantras mentales para no perder los nervios, los pierdes.
Lo que sigue ya lo sabes: voz más alta de lo que querías, mirada que se apaga en sus ojitos, culpa que se enrosca como una serpiente silenciosa... El error ya está hecho. Pero hay algo más importante que el error: lo que haces después.
El valor del perdón
Pedir perdón a un hijo no te quita autoridad. Te da humanidad. Les enseña que equivocarse es parte de ser persona, lo normaliza, y que reparar es una forma de amar, de construir, de mejorar.
Pero no vale cualquier frase. Decir “perdón” sin presencia es como un abrazo sin brazos. Por eso, aquí van tres frases honestas, sinceras y que abren la posibilidad de reparar ante el error. Son ideas pero, ¡hazlas tuyas! Y adáptalas a cada caso.
1. “Lo que hice no estuvo bien. Estoy aprendiendo a ser tu madre/padre igual que tú estás aprendiendo a ser niño.”
Esta frase rompe la máscara de la perfección adulta. Porque no, no nacimos sabiendo educar. Cada día improvisamos con lo que tenemos: sueño, cansancio, amor, dudas...
Decírselo a un hijo con honestidad es un regalo. Les muestra que el amor no es rigidez, sino flexibilidad emocional. Que la autoridad no es gritar más fuerte, sino mirar más profundo.
- Ejemplo: Le quitas el cuaderno con brusquedad porque no quería dejar de dibujar para cenar. Luego, con voz tranquila, le dices:
“Lo que hice no estuvo bien. Estoy aprendiendo a ser tu madre, igual que tú estás aprendiendo a ser niño. Y a veces no lo hago como me gustaría.”
2. “Te hablé desde mi enfado, no desde mi amor. Pero tú mereces palabras que vengan desde el amor.”
Esta frase es un acto de justicia emocional. Porque no es lo mismo decir algo desde la frustración que desde el vínculo. Y los niños lo notan. Aunque no entiendan la semántica, sí sienten el tono, el gesto, la vibración.
Al decir esto, le reconoces algo fundamental: que es digno de respeto incluso cuando tú estás desbordado. Que no fue su culpa que tú explotaras. Aunque también es válido que puedas enfadarte, y es normal que ocurra.
- Ejemplo: Estás preparando la mochila a toda prisa y gritas: “¡Siempre igual, llegamos tarde por tu culpa!” Después, cuando lo ves más callado de lo normal, te acercas y le dices:
“Antes te hablé desde mi enfado, no desde mi amor. Pero tú mereces palabras que vengan desde el amor. Lo siento.”
3. “Hoy me equivoqué. Pero me importas tanto que quiero hacerlo mejor contigo mañana.”
A veces, el perdón necesita una promesa. No una promesa vacía, sino un compromiso: voy a intentarlo otra vez. Porque educar también es reeducarse. Y los niños no necesitan adultos que no fallen, sino adultos que no huyan después del fallo.
Esta frase les da esperanza. Porque no se queda en el error. Abre un camino. Les dice: te veo, me importas, y no me voy a rendir contigo.
- Ejemplo: Le ignoraste cuando te pidió ayuda porque estabas al teléfono, y después te diste cuenta de que se había sentido solo. Te acercas antes de dormir y le susurras:
“Hoy me equivoqué. Pero me importas tanto que mañana quiero estar más presente para ti.”
Abrir el corazón a la reparación
Ninguna de estas frases es cómoda. Pero son necesarias. Porque al pedir perdón desde el corazón, les enseñamos a nuestros hijos algo que nunca olvidarán: que amar no es no equivocarse, sino volver una y otra vez a mirar a los ojos y decir aquí estoy.
Y que los vínculos verdaderos no son perfectos. Son valientes. Y ante el error, recuerda ser compasivo contigo mismo, recordarte que lo estás haciendo bien y que como persona que eres, también te equivocas. Y no pasa nada, siempre y cuando estemos dispuestos a reparar, ¿no crees?
Foto | Portada (Freepik)