El ángel de la guarda de los niños en el parque

El ángel de la guarda de los niños en el parque
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Hace unos días os hablé del ángel de la guarda de mi hijo Aran, ese que nunca he visto pero llegó un buen día para quedarse y salvar a mi hijo de unas cuantas, y hoy he querido de acordarme de los ángeles de la guarda de los niños del parque.

Se trata de unos ángeles que tienen mucho trabajo, demasiado, básicamente porque muchos padres confían demasiado en ellos. Hacen bien su función, son eficientes y no piden nada a cambio, pero no son infalibles, así que muchos padres harían bien en no cederles todo el protagonismo de vigilancia, porque algún día podrían llevarse un buen susto.

Me di cuenta de que existían también en el parque el día que vi caer a un niño de unos seis años de una estructura de un parque que estaba a unos 3 metros de altura.

Mi hijo mayor, que entonces tenía 4 años, se empecinó también en subir y (tonto de mí) le dejé hacerlo. Sin embargo no le quité el ojo de encima y, cuando quiso bajar, hice las mil y una para evitar que corriera ningún riesgo.

Ese niño, en cambio, jugaba en las alturas bajo la atenta mirada de nadie. Unos minutos después de irnos a otro sitio el niño se cayó. “Ploff”, se oyó al caer en la arena del parque. Nadie se acercó a ayudarle. El niño se levantó quejoso, pálido del susto y quizás pálido del golpe, sujetándose un brazo que le dolía demasiado y caminando hacia un banco, donde su madre no lo vio caer (probablemente ni siquiera lo vio subir, ni jugar ahí).

Allí le explicó a su madre que se había caído y que se había hecho mucho daño. Yo pensé en todas las posibles lesiones externas e internas que un niño (o un adulto) puede hacerse al caer de una altura de tres metros y aluciné al ver que su madre se limitó a decirle un “Bueno, pues si te has hecho daño ahora te quedas aquí a mi lado”, mientras giraba de nuevo la cabeza para seguir con la conversación que mantenía con otras madres.

El niño se quedó a su lado (probablemente lo habría hecho incluso cuando su madre le hubiera dicho que se fuera a seguir jugando), mientras la sombra de un edificio altísimo iba comiéndose el sol a medida que pasaban los minutos. Ese edificio tan alto no es más que uno de los hospitales que tenemos en mi ciudad, que está en el centro, a dos minutos andando del parque en el que estábamos.

Ese día me di cuenta de que también existen ángeles de la guarda en los parques. Pero no fue sólo ese día, porque por desgracia he visto a niños que desaparecen, niños que lloran sin el amparo de sus padres, niños que hacen volteretas involuntarias en un tobogán, niños que pasean solos entre los columpios balanceantes como quien camina despistado por un campo de minas, y niños cuyos ángeles de la guarda han llegado un poco tarde, ya sangrando, alejándose con sus padres a grito de “Ya no volvemos más”.

He visto mucho y mira que he pisado poco los parques. Quizás lo he visto porque para ver hay que mirar. Quizás lo he visto porque mientras yo vigilaba a mis hijos, otros padres no vigilaban a los suyos. En cualquier caso, existan o no los ángeles de la guarda, cada día tienen más trabajo, y eso no es buena noticia.

Foto | Svenstorm
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