"Mi hijo pequeño se autolesiona cuando se enfada": qué hacer (y que no) ante este comportamiento en niños en edad preescolar

"Mi hijo pequeño se autolesiona cuando se enfada": qué hacer (y que no) ante este comportamiento en niños en edad preescolar
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El autocontrol emocional es algo que los niños van aprendiendo con el tiempo, ayudándose de técnicas que podemos enseñarles para volver al estado de calma. Pero hasta que aprenden a autorregularse, es frecuentes que ante determinadas situaciones que les generan frustración o rabia los niños pequeños reaccionen de múltiples formas.

Una de ellas es mediante la autolesión, es decir, dañándose a sí mismos; un comportamiento que causa una gran confusión en los padres, que no saben cómo actuar para frenarlo. Te explicamos por qué algunos niños actúan de esta forma y qué podemos hacer para evitarlo.

¿Por qué se hacen daño a sí mismos de manera intencionada?

Ante una situación que les desborda, algunos niños pequeños se muerden el brazo con rabia, otros se arrojan al suelo con fuerza golpeándose en la cabeza, otros se tiran del pelo... las manifestaciones de autolesión en niños pequeños son numerosas, y para los padres que las presencian resultan muy impactantes.

Estas conductas autoagresivas son la forma que tiene el niño de dar salida a sus emociones, o de llamar la atención del adulto frente a una situación que le está provocando malestar.

Ya hemos visto en varias ocasiones como las rabietas forman parte del desarrollo normal del niño, y de su propia inmadurez cerebral. Y es que los niños no nacen con la capacidad de autorregular sus emociones, por lo que necesitan del acompañamiento adulto para entenderlas y canalizarlas de forma saludable.

¿Cuando tienen lugar este tipo de manifestaciones?

enfado del niño

Algunos niños comienzan a presentar este tipo de comportamientos en su etapa de bebé, aunque lo más frecuente es que se de entre los dos y tres años, cuando el niño aún no ha adquirido la capacidad verbal suficiente para expresar lo que siente.

A medida que vaya creciendo y dominando el lenguaje, será más fácil enseñar al niño a tolerar su frustración y canalizar sus emociones. Por ello, los expertos aconsejan consultar con un especialista si este tipo de comportamientos se prolongan más allá de esta edad, si tienen lugar con frecuencia o si nos preocupan especialmente.

Qué podemos hacer para evitar estos comportamientos

Ante este tipo de situaciones, lo primero que debemos hacer es actuar con paciencia, mucho amor y acompañamiento, de manera que el niño no se sienta solo y confuso en su forma de gestionar lo que está sintiendo. Además, a través de nuestras muestras de cariño y contención emocional estaremos asegurándonos de que el niño no se autolesiona por falta de contacto físico o soledad.

A continuación, desde la calma debemos hablar con el niño de lo ocurrido, ayudándolo a poner palabras a lo que no sabe verbalizar y le ha podido llevar a esa situación de máxima tensión (frustración, celos, ansiedad, nervios, ira...) Recordemos la importancia de transmitirle que tiene derecho a sentir cualquier emoción, pero la forma de canalizarla jamás debería resultar dañina para él o para los demás.

Posteriormente, debemos tratar de analizar las causas que le llevan a actuar de esa forma: ¿creemos que es fruto de la inmadurez y del desconocimiento a la hora de gestionar sus propias emociones?, ¿o podría tratarse de una llamada de atención? Y este caso, ¿hay algo que esté ocurriendo últimamente en su entorno que le lleve a actuar así?

Y por último, ofrezcamos al niño las herramientas que necesita para gestionar esos momentos que le superan. Podemos aplicar la técnica de la tortuga, de la que os hablamos hace unos días, apoyarnos en recursos educativos como los libros centrados en las emociones, practicar ejercicios de respiración consciente... Todo ello desde la calma, el amor y el acompañamiento respetuoso.

Lo que no debemos hacer en estos casos

rabietas en niños

Cuando la autolesión se produce como una respuesta a la frustración, muchos padres optan por dar al niño lo que pide en ese momento con el fin de evitarle el disgusto y proteger su integridad física. Pero esta forma de proceder del adulto contribuye a que el comportamiento del niño se mantenga en el tiempo.

Otra reacción frecuente, y que suele ser fruto del estrés o angustia que provoca la situación, es gritar o enfadarse con el niño. Pero ya hemos visto en numerosas ocasiones que los gritos son dañinos y no educan, y en este caso concreto pueden resultar especialmente perjudiciales, pues lo que el pequeño más necesita es el amor y el acompañamiento por parte de sus padres.

Por supuesto tampoco debemos ignorar al niño ante este tipo de comportamientos, pues sus rabietas son la forma que tiene de expresarnos algo que está sintiendo y no sabe comunicarnos de otro modo. Así que si en ese momento le damos la espalda, nuestro hijo recibirá el mensaje de que no nos importan sus sentimiento ni lo que le está ocurriendo. Es decir, se sentirá desplazado, incomprendido y humillado.

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