¿Crees que tu hijo sufre estrés? Síntomas de alerta y cómo debemos actuar

El estrés es una respuesta del cuerpo ante cualquier estímulo que la persona percibe como angustioso, desagradable o con dificultad para adaptarse a ello. A priori, podríamos pensar que los niños se crían en ambientes con factores menos estresantes que los adultos, pero lo cierto es que en los últimos años el número de niños y adolescentes con estrés ha aumentado de forma considerable.

Situaciones familiares o sociales (un divorcio, el nacimiento de un hermano, una mudanza, el ritmo diario de vida, las noticias del mundo, la muerte de un ser querido ...), factores relacionados con la escuela (un cambio de colegio, exámenes, deberes, bullying...) o aspectos del ámbito de la salud (enfermedades, alergias, dolor...) pueden suponer una causa de estrés para el niño. ¿Qué síntomas deben alertarnos y cómo podemos tratarlo?

Síntomas de estrés en niños

Si bien no siempre es fácil reconocer el estrés en los niños, existen ciertas señales que pueden indicarnos que algo no va bien. En cualquier caso, debemos tener en cuenta que cada niño es único y que, por tanto, puede reaccionar de manera distinta ante el estrés. Incluso una misma situación vivida al mismo tiempo por dos niños (por ejemplo, dos hermanos ante el divorcio de sus padres) puede llevarles a responder de forma diferente.

Los síntomas de estrés en la infancia son diferentes a los que se presentan en la etapa adulta porque los niños perciben y entienden el mundo de manera distinta. Igualmente, también variarán los síntomas en función de la edad.

Niños menores de cinco años

  • Estado de irritabilidad constante: niños que lloran con frecuencia o tienen rabietas a menudo sin que sea habitual en ellos

  • Problemas relacionados con el sueño: aparecen pesadillas, insomnio, miedo a irse a dormir, miedo a la oscuridad...

  • Retrocesos en su desarrollo: comienzan a hacerse pis encima a pesar de controlar esfínteres desde hacía tiempo, aparecen dificultades con el habla (tartamudez, mutismo selectivo...), manifiestan comportamientos más infantiles a lo que se espera por su edad...

  • Cambios de apetito

Niños mayores de cinco años

  • Cambios de humor: irritabilidad, llantos sin motivo, agresividad, mal humor, negatividad, apatía, rabia, incapacidad para gestionar las emociones, baja tolerancia a la frustración...

  • Cambios de comportamiento: hacen cosas para llamar la atención, comienzan a pelearse con sus hermanos u otros miembros de la familia, dan contestaciones fuera de lugar, se les ve preocupados o ansiosos, presentan fobias repetinas o miedos recurrentes...

  • Cambios en el colegio: bajo rendimiento académico o malas notas (en comparación con sus calificaciones anteriores), pérdida de concentración, desmotivación o desgana...

  • Cambios en sus rutinas diarias: desgana o pereza para afrontar el día a día o las actividades cotidianas, cansancio, desmotivación...

  • Cambios de apetito: comen de forma compulsiva o, por el contrario, comienzan a manifestar desgana o apatía por la comida

  • Problemas relacionados con el sueño: pesadillas, miedo a irse a dormir, comienzan a mojar la cama cuando ya tenían un perfecto control de esfínteres...

  • Síntomas físicos: a menudo los dolores de cabeza o de estómago sin ningún motivo aparente suelen ser los síntomas más destacables de estrés infantil, pero también pueden surgir otros relacionados con la salud bucodental o un aumento de crisis asmáticas

¿Qué podemos hacer ante esta situación?

Si sospechamos de estrés en nuestro hijo lo mejor es consultarlo con su pediatra o con un profesional especialista en terapia infantil para que, a través de una valoración, conozcamos el motivo o motivos que están provocando esa situación.

Pero al margen de las pautas que nos ofrezca el especialista, nosotros también podemos llevar a cabo una serie de medidas que ayuden a nuestro hijo a controlar y reducir su estrés:

  • Proporcionarle un correcto descanso y asegurarnos de que duerme el número de horas que le corresponde

  • Vigilar su alimentación para que esta sea rica y variada

  • Animarle a que haga ejercicio físico. La actividad física le ayudará a liberar energía y a sentirse mejor, pero si además la practica en nuestra compañía estaremos fortaleciendo vínculos y pasando un rato divertido en familia. Nadar, montar en bici, salir a correr o a pasear por el campo... Lo importante es oxigenarse, liberar la mente y disfrutar juntos.

  • Fomentar la comunicación

Es importante que los padres nos comuniquemos con nuestros hijos diariamente, dejar de lado el móvil y disfrutar del tiempo en familia: hablar, interesarnos por su día, sus problemas o preocupaciones y también compartir con ellos las nuestras.

Podemos ayudarnos de recursos para fomentar esa comunicación, tales como el debate, los juegos, los libros... En definitiva, se trata de encontrar tiempo de calidad para pasarlo con nuestros hijos y darles confianza para poder hablar de cualquier tema.

Igualmente, es importante consensuar con ellos las decisiones familiares. Obviamente habrá temas que sólo podrán ser tratados por los adultos, pero en aquellos en los que el niño pueda manifestar su opinión, ésta debería ser escuchada y tenida en cuenta.

  • Reforzar las conductas positivas

Es importante que los padres desterremos el NO y los castigos como formas de educar a nuestros hijos, y apostemos por nuevas formas de comunicación y el refuerzo de conductas positivas. Esto aportará confianza a nuestros hijos, les hará sentirse más fuertes y seguros y ayudará a mejorar su autoestima.

  • Trabajar las emociones

Hablemos con nuestro hijo sobre sus emociones y recordemosle que sentir enfado, tristeza o miedo, por ejemplo, es algo normal y que todos experimentamos alguna vez. Sin embargo, es bueno que entienda que esos sentimientos no deben frenarle en su día a día o impedirle disfrutar de las cosas bonitas.

Por eso, es importante enseñarle a gestionar lo que está sintiendo, a sacarlo fuera, a entenderlo y a tratar de recuperar su estado de calma. Podemos ayudarnos de recursos como la lectura de ciertos cuentos, juegos o trucos, la escucha de música relajante, baños calientes, control de la respiración....

Igualmente, si creemos que una determinada situación va a ocasionar estrés a nuestro hijo, debemos hablarlo con él, averiguar los motivos que provocan su ansiedad y trabajar juntos para tratar de evitarlo.

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