Las 11 cosas que decimos habitualmente a los niños y que jamás les diríamos a un adulto

La forma en la que criamos a nuestros hijos influye en el desarrollo de su personalidad, en su autoestima y en la adquisición de habilidades que le servirán para toda la vida.

Por fortuna, cada vez más familias son consciente de la importancia de criar con respeto, desterrando los castigos y el autoritarismo, que lejos de educar nos desconecta de los hijos.

Sin embargo, a la hora de educar todavía caemos en ciertas actitudes y conductas tóxicas que no siempre somos capaces de identificar porque están demasiado normalizadas. Trasladar estas situaciones al mundo adulto nos ayudaría a identificar qué errores habituales cometemos en la crianza de los hijos y qué conductas deberíamos evitar.

He aquí algunos ejemplos:

"No llores... que pareces un bebé; que no es para tanto; que te pones muy feo..."

Quizá en un intento de consolar al niño que llora, muchos adultos caen en el error de infantilizar o ridiculizar sus sentimientos, menospreciando su llanto con frases hirientes y de consecuencias negativas para su desarrollo.

Con frecuencia restamos valor a lo que el niño está sintiendo o no les prestamos el debido sostén emocional cuando llora, a pesar de que nunca haríamos eso con otro adulto.

Y si no, basta con pensar en lo frío y desagradable que resultaría decirle a un amigo que nos está contando un problema, que "no llore, porque no es para tanto". En este caso, lo que nuestro amigo necesitaría sería un abrazo, que le escuchásemos sin juicios, le apoyásemos y le permitiésemos expresarse libremente .

Si tan claro lo vemos con los adultos, ¿por qué no actuamos de la misma forma con los niños?

"¡Levántate del suelo, que no es nada!"

Imagina que vas con un amigo por la calle cuando de pronto se tropieza y cae al suelo. Apuesto a que rápidamente le ayudarías a levantarse y te interesarías por su estado. No se te pasaría por la cabeza decirle cosas como "venga, levántate, que no es nada", "¡tienes que mirar por donde vas, qué patoso eres!", "no seas teatrero; ¡vamos, arriba!...

Sin embargo, cuando un niño se golpea o se cae no siempre le prestamos la debida atención ("no fue nada", "ya pasó", "venga arriba, que tú eres un valiente"....). Incluso muchas veces le ignoramos, pues tras ver la caída tenemos la certeza de que no se ha hecho daño y simplemente llora para "llamar nuestra atención".

Pero es necesario comprender que en esta situación el llanto del niño no es únicamente un sinónimo de dolor. También puede deberse a la frustración por haber fallado, a la necesidad de sentirse arropado en un momento vulnerable o simplemente por desear el consuelo de su persona de referencia.

"¡Quédate aquí sentado y piensa en lo que has hecho!"

Tras un "mal comportamiento" del niño, muchos adultos todavía recurren al llamado "tiempo fuera" o "silla de pensar" como mecanismos de modificación conductual. Así, apartando al niño de la actividad que estaba realizando mientras se le obliga a "pensar en lo que ha hecho", esperamos que recapacite sobre sus actos, tome conciencia de ellos, pida perdón y cambie su actitud.

Traslademos esta situación a la vida adulta.

Imagina que estás cocinando y la comida se te pega o el resultado final no es el esperado (quizá por distracción, porque no has elegido los ingredientes adecuados, por falta de práctica, porque tienes un mal día y estás preocupado con otros temas...): ¿cómo te sentirías si los comensales te criticaran, humillaran y te obligaran a recapacitar sobre el plato que has preparado hasta encontrar el error cometido?

Apuesto a que la situación te resultaría sumamente desagradable. Te sentirías fatal; triste, enfadado, frustrado y humillado. Seguro que se te quitarían las ganas de volver a intentar cocinar, o si lo hicieras, estarías tan resentido que no querrías invitar a nadie.

Pero, ¿y si en lugar de este trato humillante alguien te mostrara con respeto cuál ha sido el fallo (por ejemplo, el asado permaneció en el horno más tiempo del indicado) y te ayudara a encontrar una solución (añadir sal y especias podría mejorar el sabor)?

"¿Te ha comido la lengua el gato?"

Imagina que te invitan a una fiesta en la que no conoces a la mayoría de asistentes, y por ello te cueste entablar conversación. De pronto, una persona se acerca a ti y con un tono sarcástico te pregunta ante todos los presentes: "¿Por qué no hablas? ¿Acaso te ha comido la lengua el gato?" ¡Sería una situación realmente humillante!

Pero en cambio, esta frase se la decimos con mucha frecuencia a los niños tímidos o inseguros ante una situación que desconocen, que tienen miedo de hablar en público o que simplemente prefieren permanecer en silencio.

Démosles tiempo, espacio y respetemos la forma de ser de cada niño sin abochornarle con frases hirientes como esta u otras similares.

"Tienes que compartir"

¿A cuántas personas le hemos dejado el reloj estos últimos días? ¿Y el móvil?¿Y el coche? ¿Y nuestra casa? ¿Y nuestro bolso? Si la respuesta es "a nadie" parece claro que no estamos compartiendo nuestras cosas con los demás.

Para los niños, los juguetes son su propiedad más preciada, y si están jugando con ellos y no quieren prestarlos, debemos respetarlo y no arrebatárselos para dárselos a otros. Y es que en este tipo de situaciones, los adultos solemos confundir la importancia de enseñar a los niños a ser solidarios con el hecho de que otras personas se adueñen de sus pertenencias sin su consentimiento.

Los niños necesitan nuestra ayuda y enseñanza para aprender qué significa "compartir", pero deben ser ellos quienes decidan cuándo, cómo y qué juguetes dejar a los demás.

"Pórtate bien y haz caso"

¿Te imaginas diciéndole a tu pareja "pórtate bien cuando vayamos a casa de mi madre, si quieres que te compre ese regalo que tanto te gusta"? ¿O amenazando a tu amigo con la frase "como no hagas lo que te digo, te quedarás sin el plan de cine de esta tarde".

El hecho de que otro adulto quiera imponernos su voluntad mediante amenazas o chantajes no solo resulta violento, desagradable e irrespetuoso, sino que no lo toleraríamos bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, lo hacemos una y otra vez con los niños, quizá ante la falta de otros recursos que nos ayuden a educar con respeto.

Pero es necesario comprender que amenazar y manipular a los niños (aunque sea sutilmente o mediante premios) para que hagan lo que queremos tiene consecuencias negativas para su desarrollo, además de no ser un método educativo ni respetuoso.

"Saluda con un beso, no seas maleducado"

¿Te sientes cómodo prodigando muestras de afecto a gente que no conoces? ¿Te gusta realmente saludar con dos besos o un abrazo a un desconocido, o lo haces por una cuestión social?

Los niños no entienden de normas sociales  y para ellos, besar a alguien desconocido no es agradable ni tiene lógica, por lo que es normal que se nieguen a hacerlo sin que esto signifique que sean unos "maleducados".

"¡Eres un pesado, me tienes harto!"

¡Qué desagradable sería que un familiar o amigo te dijera "lo pesado que eres" y "lo nervioso que le pone tu actitud"! Ambas son frases hirientes, despectivas y denotan una absoluta falta de respeto hacia los sentimientos y necesidades del otro.

Si entre adultos encontramos estas frases fuera de lugar, ¿por qué se las decimos a los niños con tanta frecuencia e impunidad, desconectándonos por completo de sus necesidades reales?

"¿Tienes ya novio/novia?"

¿Cuántas veces les preguntamos a los niños si tienen novio o novia? ¿Cuántas veces tratamos de ganarnos su confianza con preguntas descaradas que violan su intimidad y que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros?

En este sentido, es muy probable que nos hayamos topado a lo largo de nuestra vida con personas atrevidas y desvergonzadas que se creen con el derecho de opinar sobre nosotros o nuestro cuerpo, sobre nuestra relación de pareja o la crianza de nuestros hijos. Pero si como adultos, estas situaciones nos incomodan y desagradan, ¿por qué las repicamos con los niños? ¿Acaso sus vidas y su intimidad son menos importantes que las nuestras?

"Hasta que no te termines todo el plato, no te levantarás de la mesa"

Imagina que estás comiendo en un restaurante y el camarero te dice que no se llevará tu plato hasta que te lo termines todo. O acudes a comer a casa de tus suegros, y tu suegra te reprocha que te hayas dejado comida porque "ha estado toda la mañana cocinando" y "si no tienes hueco para la comida, tampoco lo tendrás para el postre".

Ridículo e inverosímil, ¿verdad?

Pues entonces, ¿por qué no respetamos a los niños cuando no quieren comer más? ¿Por qué les chantajeamos, amenazamos o castigamos si no se terminan todo el plato? ¿Por qué pasamos por alto sus gustos, pero los adultos jamás comeríamos algo que nos disgustara?

En muchas ocasiones, lo que se esconde detrás de este tipo de reacciones es una preocupación hacia la salud del niño. En ese caso, lo recomendable es consultar con el pediatra, pero no obligar nunca a comer.

"No interrumpas la conversación de los mayores"

Qué rabia daba cuando éramos niños y nos decían eso de "calla, que los mayores estamos hablando", y teníamos que permanecer callados un buen rato porque nunca nos cedían la palabra. Y todo para ver que entre ellos, los adultos, se pisaban continuamente los diálogos y no respetaban los turnos.

Si jamás se nos ocurriría decir algo así a un adulto con el que estamos conversando, ¿por qué acallamos de esta forma tan brusca a los niños cuando tratan de decirnos algo? Podemos enseñarles la importancia de no interrumpir y esperar al turno de palabra de una forma positiva, educativa y respetuosa.

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