¿Ayudamos a los niños a recuperar sus espacios en las ciudades?

¿Ayudamos a los niños a recuperar sus espacios en las ciudades?
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Cuando dice Tonucci que la ciudad es más insegura cuando no hay niños por las calles, se refiere a que los menores tienen la capacidad para controlar a los adultos, y hacer que estos sean mejores personas y conductores modélicos. Razón no le falta, aunque paradójicamente la retirada forzosa de nuestros hijos de las calles, ha ocurrido precisamente por nuestra propia percepción de que estas son inseguras para ellos.

Entiendo que la cuestión del tráfico en las poblaciones, y más aún en los entornos de los colegios, puede originar diversos miedos en los padres: para calmarnos quizás debemos empezar a educar (sin miedos) a los niños, pero también hacer que se sientan más responsables. Otra cosa es el miedo a que el niño desaparezca, a ello ha contribuido la difusión de noticias que todos lamentamos, y con cuyos protagonistas nos solidarizamos. Sin embargo…

La etiquetada en su momento como “peor madre de América” Lenore Skenazy, comentó cuando se armó el gran revuelo por la decisión que acerca de su hijo Izzy tomó cuando este tenía 9 años (y que os cuento más abajo), que estadísticamente un menor tendría que pasar 750 años en la calle para ser secuestrado en una ciudad como Nueva York.

¿Por qué os cuento todo esto? porque si no hacemos nada para evitarlo, los niños podrían perder las calles definitivamente, y con ello ello también perderán la capacidad de ser más autónomos en sus desplazamientos por las ciudades, y de establecer relaciones meditadas con su entorno. No todo es tan negro como lo pinto, porque la iniciativa de Trazeo en España, y todas las que surgen entorno a los ‘caminos escolares’ son muy loables. Sin embargo, los peques también deberían poder ‘salir’ para jugar, para situarse en los espacios en los que conviven viviendas, vehículos, adultos, pero que les son negados a ellos. Sucede que si nosotros teníamos cierta libertad para movernos por las calles a partir de una determinada edad (en mi caso seis si iba acompañada de niños más grandes, diez si iba sola), ahora los que somos padres nos hemos olvidado de eso y hemos creado reservas (como las llama Gregorio Luri en un libro que tengo pendiente de reseñar) infantiles a dónde pueden ir si les llevamos, y en las que podrán o no realizar determinadas actividades dependiendo de si se lo permitimos.

Esta tendencia ha originado los llamados ‘padres / madres helicóptero’ revoloteando constantemente alrededor de los hijos, queriendo entrometernos; y mostrando un comportamiento que se prolonga con los años. Más tarde cuando el hijo adulto (al que seguimos considerando poco más que un bebé) estudia fuera, debe perpetuar un juego en el que sus padres insistentemente le dan consejos diarios hasta sobre cómo presentar sus apuntes.

Pregunta trampa: ¿los niños están más seguros dentro de casa o en la calle?

¿Os resulta difícil de contestar? ¿os acordáis de cuándo hablábamos sobre si los peques se pueden quedar solos en casa? Porque el problema ya no es si están dentro, sino lo que están haciendo (se entiende sin una mínima supervisión), me refiero a que un uso inadecuado de Internet puede acercar más a un niño a las intenciones de un depredador sexual, que el hecho de que se pasee por su barrio o su pueblo.

Hace poco el tutor de mi hijo mayor nos llamaba la atención a los padres en una reunión convocada debido a que algunos alumnos habían participado en insultos a través de Whatsapp. Y nos decía precisamente esto ‘no entiendo cómo impedís el contacto de los niños con la calle, y después les dejáis hacer lo que les de la gana con los dispositivos que tienen conectividad’.

¿Qué ganamos los adultos cuándo los niños participan en la vida de los pueblos y ciudades?

Jugando en la calle

Parece claro que los niños están ejerciendo su ciudadanía si lo hacen, para hacerlo deben poder desenvolverse con cierta soltura (y no siempre acompañados de adultos). Si ellos saben lo que necesitan y les permitimos pedirlo, avanzamos en la construcción de las ciudades.

Cuenta Tonucci (de nuevo) que hay estudios que demuestran que la minoría que conduce vehículos se apropia del espacio público, y el resto no lo puede disfrutar. Pero el espacio público genera ‘ciudad y ciudadanos’, y para ser ciudadano no hay un límite de edad.

También ganamos por lo que comentaba al principio: los niños ayudan a que las calles no sean tan inseguras, porque su presencia marca, y los tenemos como referencia

¿Qué ganan los niños?

El caso de Leonore Skenazy suscitó cierta controversia puesto que permitió que su hijo Izzy realizara el trayecto entre Upper East Side y su casa en Midtown (se tardarían unos 50 minutos caminando) en metro. Previamente le había proporcionado el billete, un plano con las estaciones, dinero para emergencias (20 dólares) y calderilla para utilizar una cabina telefónica.

Sucedió en 2008, y cuando el pequeño llegó emocionado a casa, le devolvió a su madre el beso que esta le había regalado al partir. Izzy conocía para entonces bien el trayecto, y sabía que debía estar atento. Pero es que además su madre le había estado transmitiendo confianza desde que era prácticamente un bebé, y no sólo conocía las reglas de la seguridad vial, sino aquellas que sutilmente los padres transmitimos para evitar consecuencias imprevistas en la relación con otras personas (ya sabéis: ‘si tienes problemas, busca un adulto de confianza y pide ayuda’ y cosas por el estilo).

¿Qué pasó cuando lo contó en el medio de información con el que colabora?, pues que la gente se le echó encima y la tildaron como “America’s worst mom”. Sin embargo había sido una buena madre, porque enseñó a su hijo a tener autonomía, y calcular los riesgos, y jamás expuso su integridad física. Por cierto, se cuenta como anécdota que un año más tarde Izzy realizó un viaje en tren a casa de unos amigos, también solo, y el conductor llamó a la policía extrañado al ver un menor de esa edad viajar sin adulto, resultó que está permitido que puedan ir así desde los 8 años, y se quedó en un incidente.

Ganar en autonomía y seguridad en uno mismo

Tonucci asegura que se debería permitir a los niños desde los seis años ir solos a la escuela, y también jugar en la calle. Claro que para llegar a eso se debe hacer un trabajo educativo en casa, y deben concurrir otros factores no directamente relacionados con la función parental.

Por ejemplo: el entorno de los colegios debe ser seguro, y los conductores en general podrían ser más cuidadosos en cualquier tramo de las calles y carreteras, pero especialmente dónde se supone que hay niños. Uno de los casos más llamativos de imprudencias de este tipo es el recientemente ocurrido en Birmingham, donde unos conductores abandonaron el coche tras haberlo empotrado literalmente contra un colegio, no es un despiste precisamente.

En la práctica podríamos decir que todas las personas que se ven imposibilitadas para transitar por la ciudad debido a una mala adaptación del urbanismo a las necesidades particulares, simbolizan la exclusión - así, con todas las letras - de la convivencia y la participación ciudadana

Para combinar autonomía e integridad personal, es necesario que los padres empiecen a revisar sus propias percepciones acerca del tema, por ejemplo si se es asustadizo, difícilmente se transmite calma y reflexión al cruzar la calle. Y es importante que los niños sepan que confiamos en ellos, tanto como recordarles frecuentemente las recomendaciones que deben aplicar.

Ser ‘más niño’

Ser niño no es sólo tener que ir a la escuela, que cuiden de ti y te procuren el sustento… ser niño es también jugar. ¿Es jugar tener decenas de juguetes? ¿lo es que tus padres te digan por qué tobogán tirarte? puede que sí, o puede que no. Pero muchas veces jugar no es más que decidir a que y con quien, poder abrir la puerta de casa sin que te sigan los adultos.

A la vez descargan la energía que se acumula a esas edades: lógico puesto que se mueven libremente y ejercitan muy bien sus músculos.

Corriendo en la calle

Darles ‘libertad’ no es despreocuparse de ellos

Lo digo para que nadie piense mal. Los niños que salen a jugar en la calle tienen una hora para volver y avisan a sus padres de ‘adónde van’, como hacíamos nosotros de niños. Regresan a merendar cuando es hora y comparten ideas, juegos; también buscan soluciones a pequeños problemas y se exponen levemente a algunos riesgos que les hacen fuertes (se suben a los árboles, etc.).

Los adultos hacen de adultos y velan por su seguridad, aconsejan cuando es necesario, y observan cuando deben hacerlo. Amar a los hijos es también querer que aprendan a tener cuidado, experimentando ellos mismos las posibilidades.

¿Veis como no es tan malo que sepan desenvolverse en la calle? Ahora bien, es tarea de todos encontrar el equilibrio entre el uso público de la ciudad y el privado, para asegurar que los niños no van a quedar arrinconados. Sin duda un trabajo arduo, pero merece la pena, y los frutos los disfrutarán nuestros hijos, y nuestros nietos.

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