Trabajé hasta el día del parto y me reincorporé dos días después: no tenía opción

Soy madre de dos hijos y, por fortuna, el embarazo de cada uno de ellos transcurrió sin complicaciones. Pero aun así soy consciente de que no pude disfrutarlos tal y como otras madres me han contado que lo hicieron. Aunque entre ellos hubo siete años de diferencia, tanto en un caso como en el otro, y por diferentes circunstancias, trabajé hasta unas horas antes del parto.

Y aunque me prometí cuando quedé embarazada de mi hijo pequeño que no cometería la equivocación de estar ante el ordenador pocos días después de que naciera, sucedió: me encontré con mi hijo recién nacido al pecho y atendiendo al teléfono.

Me preguntan que si me arrepiento, que si ahora lo haría de otra manera. Y no tengo otra respuesta: lo ideal es cuidarte y disfrutar de tu embarazo, una de las épocas más únicas de nuestra vida y, por supuesto, poder quedarte embelesada horas y horas mirando a tu bebé, sin otra cosa que hacer. Pero no tuve opción, así que de nada sirve desear que hubiera sido de otra forma.

Aun así, quiero compartir mi experiencia personal, por si puede ayudar a otras madres que se enfrenten a una situación similar, porque la conciliación laboral y personal no existe para todas por desgracia; es una realidad y hay que asumirla lo mejor posible. También se supera.

Un embarazo muy estresante y agotador

Ser un alma inquieta a quien le gusta probar diferentes trabajos tiene su parte buena, pero también inconvenientes. Yo soy una prueba de esta afirmación. Periodista de vocación y de corazón, llevo escribiendo desde el colegio, y nunca he querido dedicarme a otra cosa. Pero también soy una persona muy curiosa, que no se cansa de aprender y de involucrarse en nuevos proyectos.

El problema surge cuando también deseas formar una familia y ser madre. ¿Cómo compaginar largas jornadas de trabajo (trabajos) con las citas médicas durante el embarazo, el cansancio de las últimas semanas y después la crianza de tus hijos?

Era reportera en televisión, con lo que implica el estrés de ir corriendo de un sitio a otro para cubrir varias noticias, ayudar al cámara con el equipo, horas en el coche, mucho tiempo de pie, grabaciones interminables en el estudio... Y, además, colaboraciones con una agencia de prensa por las noches y fines de semana.

Joven y con contrato temporal, mis jefes me amenazaron con despedirme si me cogía una baja o perdía algún día de trabajo, así que procuraba programar todas las consultas y pruebas prenatales que se podían por la tarde y mi compañero, el cámara, me llevaba a los análisis y me esperaba en la puerta con el coche. Cuadrar todo esto generaba un estrés añadido poco saludable para mi bebé, y para mí.

La falta de tiempo me animó a ir caminando a todas partes para hacer algo de ejercicio y a comer de manera muy saludable por la noche y los fines de semana, para contrarrestar el picoteo más insano en presentaciones y ruedas de prensa, hacía cenas ligeras y sanas, y nunca me saltaba las cinco comidas diarias.

Cuando trabajaba en casa, procuraba hacerlo siempre con los pies en alto y levantarme a menudo.

El mejor momento del día era cuando tumbada en el sofá, antes de dormir, mi pequeñaja comenzaba a moverse dentro de mi tripa, como si me saludara y me recordara que estaba bien, que no me preocupara.

Por fortuna terminé mi contrato una semana antes de la fecha de parto, porque mi barriga estaba tan enorme que tropezaba constantemente porque no veía el suelo y las piernas estaban siempre hinchadas. Solo me quedaba pendiente un evento de la agencia de prensa, y a descansar. O eso pensaba yo.

Ya en la cena de trabajo las madres veteranas me comentaban que tenía cara de parturienta, que la tripa estaba muy baja, pero les respondía que era el cansancio del último trimestre, que aún me quedaba una semana. Ellas tenían razón: al día siguiente, mientras veía una película en el cine, comenzaron las contracciones. ¡Ni un día de embarazo para mí!

No pasaba nada. Me quedaba toda una vida junto a mi bebé, que nació preciosa, sanísima. En dos días estábamos en casa, habituándonos a nuestra nueva vida. Y vienen de la agencia, que si les puedo hacer un pequeño favor, que me llevará poco tiempo. Pero el primero se convierte en más.

Ya no puedes estar centrada en el trabajo más importante de tu vida: tu recién nacida.

Mismos errores en el segundo embarazo

Por razones económicas mi marido y yo esperamos seis años para intentar ser padres de nuevo y, cuando decidimos que había llegado el momento, me quedé embarazada en unos días. Estábamos muy felices los tres y como era autónoma soñaba con disfrutar de los nueve meses de embarazo, de cuidarme y cuidarle.

Los que tenéis varios hijos habréis comprobado, como yo lo hice entonces, que trabajando fuera de casa y con un hijo mayor lo de encontrar tiempo para ti, es bastante complicado: ir al colegio ida y vuelta, al trabajo, controles prenatales, deberes, baño, cenas, cuento nocturno, cumpleaños infantiles... Y todo mientras tu barriga no para de crecer (mucho más rápido que en el primer embarazo) y el estrés vuelve a apoderarse de ti.

En mi caso, todo se complicó porque me implicaron (o me impliqué) en un proyecto nuevo, así que, al trabajo diario en casa para varias editoriales, tuve que sumar un horario laboral en la oficina. Cierto es que como autónoma me organizaba los horarios para ir a mis consultas médicas y pruebas, pero aun así sentía que debía de demostrar que, aunque estaba embarazada podía cumplir con mi trabajo como cualquiera y como responsable de la nueva publicación, no podía ni quería fallar.

Recuerdo a la directora editorial suplicándome que “aguantara” a parir hasta que lo cerrara todo, algo que parecía del todo imposible los últimos días, cuando por experiencia sabía que en cualquier momento me pondría de parto.

Pero mi hijo se compinchó conmigo porque no decidió nacer hasta cinco horas después de cerrar las pruebas de imprenta, lo último. Sí, solo unas horas después. De hecho, esa tarde tenía monitores y llamé para posponerlos para el día siguiente y así terminar el trabajo pendiente.

Fue llegar a casa y acostarme porque me sentía muy cansada, y al rato levantarme para ir al baño y romper aguas. Avisamos a mi madre que dormía en la habitación de al lado para que cuidara a mi hija, que estaba con nosotros en la cama y nos fuimos al hospital. Menos de dos horas más tarde ya tenía a mi bebé entre los brazos.

Niños sanos... ¿y estresados?

¡Qué afortunada he sido con mis hijos! También el pequeño nació perfecto, sin sufrir, y sin problema médico alguno. ¡No podía pedir más!

Nos fuimos a casa menos de 48 horas después, y vuelta a empezar con llamadas de teléfono del trabajo, artículos urgentes y, en menos de una semana, de pie en la fiesta de presentación de la nueva revista. Eso sí, mi aparición fue visto y no visto porque mi niño me esperaba en casa para comer y mis pechos a rebosar de leche me recordaban lo mucho que me necesitaba.

En aquellos momentos odiaba ser autónoma, quería renunciar a esa falsa libertad de trabajar en diferentes sitios.

¡Lo que hubiera dado por ser una trabajadora por cuenta ajena, con un horario laboral estándar y una baja maternal!

Porque esa era otra: como autónoma, la prestación para maternidad no llega ni para pagar los pañales, al menos así era en mi caso, por lo que necesitabas completar los ingresos. Pero al final todo fue bien y mi pequeño se crio feliz y sano.

Lo que ya no tengo tan claro es si le habré trasmitido mi estrés durante la gestación, porque siempre ha sido un bebé y es un niño inquieto, imparable, lo que las madres llamamos “agotador”.

Y si os preguntáis si nuestros hijos se resienten de esa falta de atención durante la gestación, os puedo asegurar que al menos en mi caso, no. Los dos son muy cariñosos, confiados, buenas personas y creo (o al menos espero) que hemos creado una buena relación entre nosotros.

Cierto es que no les he dedicado el tiempo 100% en exclusiva, pero los momentos en que puedo estar a su lado, sí que intento hacerles sentir que son el centro del universo.

Siempre he procurado que se sintieran acompañados, que pudieran contar conmigo y creo (o una vez más espero) haberlo conseguido. Me las he ingeniado para llevarles y recogerles del colegio, no saltarnos los controles médicos, cuidarles cuando estaban enfermos, sin perderme tutorías graduaciones, festivales escolares...

Echando la vista atrás a esos primeros años, me maravillo de haberlo logrado “sola”, sin ayuda, y me doy cuenta de que realmente la vida era muy estresante para mí, como lo es para muchas, muchas mamás, pero no para nuestros hijos.

Así que al final de mi reflexión personal vuelvo a preguntarme si me arrepiento de haberlo hecho así. Y mi respuesta es la misma: me hubiera encantado disfrutar más de mis recién nacidos pero la vida elige el camino y me tocó que fuera así. Al menos, me lancé a la maternidad, aunque no fuera el mejor momento laboral.

Si os planteáis ser o no madre por miedo a no poder conciliar, espero que os sirva mi ejemplo.

Los hijos son el mejor de los regalos y hay muchas formas de demostrarles nuestro amor y lograr que se sientan felices. Entonces, tú también lo eres.

Eso sí, mejor si puedes disfrutar de tu baja maternal. Tu salud física y emocional te lo agradecerán. ¿Qué opinas del tema? ¿También lo has tenido difícil para conciliar? Compartir nuestras experiencias pueden ayudar a otras madres que ahora estén pasando por una situación similar. ¿Te animas a compartir tu historia?

Fotos | iStock

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