Conectar emocionalmente con el niño antes que corregir su comportamiento es clave para educar de forma positiva

Los niños, al igual que los adultos, tienen la necesidad natural de pertenecer a un grupo y de sentirse queridos, integrados y valorados. Esta pertenencia y conexión favorece el desarrollo de su autoestima y felicidad, al tiempo que fomenta la autonomía y favorece el buen comportamiento.

En este sentido, el psicólogo y psiquiatra austriaco, Rudolf Dreikurs, consideraba que los malos comportamientos infantiles eran fruto de una falta de conexión y pertenencia, algo que muchas veces los adultos no somos capaces de ver.

Esto nos lleva a cometer el error de querer corregir de inmediato la mala conducta del niño sin ver lo que hay detrás de ella, algo que no solo no es educativo, sino que puede acabar dejando una huella emocional en nuestros hijos.

La importancia de conectar antes que corregir

A ninguno nos gusta sentirnos ignorados, invisibles o invalidados por otros. Como seres sociales que somos buscamos continuamente la aceptación de nuestro grupo mediante las aportaciones y la conexión. Pero con demasiada frecuencia los niños pierden esa conexión con nosotros, fruto de su inmadurez y falta de habilidades sociales.

Y es que, como ya explicamos en este artículo, el cerebro de los niños funciona de una manera muy diferente del de los adultos. Los más pequeños están fundamentalmente dominados por su cerebro emocional, mientras que en los adultos prima el cerebro racional. Esto explica que los niños se vean a menudo dominados por sus emociones, siendo incapaces de escucharnos, de razonar o de dialogar ante una situación de estrés, como puede ser una rabieta.

Cuando esto sucede, el niño pierde la conexión con el adulto, y para recuperarla es fundamental el acompañamiento empático, positivo y respetuoso.

Pero los adultos no siempre actuamos correctamente, y en demasiadas ocasiones nos centramos en querer corregir el comportamiento del niño de una manera inmediata (¿quién no ha dicho alguna vez aquello de "¡obedece!" o "¡pórtate bien!"), en lugar de conectar previamente con sus necesidades para dar la respuesta más adecuada en cada caso.

Así, por ejemplo, cuando el niño está teniendo una rabieta queremos que se calme de inmediato, cuando agrede a otro niño le instamos rápidamente a pedir perdón, y si consideramos que ha tenido un comportamiento errático, le apartamos o castigamos para que piense en lo que ha hecho y rectifique su conducta.

Pero gritar a nuestro hijo, castigarlo, enfadarnos con él o amenazarlo no solo no es respetuoso sino que le provoca más tensión, estrés y frustración, bloqueando aún más su cerebro e impidiéndole aprender de lo ocurrido, que es al fin y al cabo lo que los adultos buscamos cuando corregimos.

Por el contrario, si somos capaces de conectar con nuestro hijo, sabremos ver las necesidades emocionales que hay detrás de su conducta, y esto a su vez nos permitirá corregirle de una manera positiva, respetuosa y sobre todo, educativa.

¿Cómo podemos conectar con el niño que está teniendo un mal comportamiento?

Cambiar nuestra mirada. En primer lugar es fundamental que cambiemos nuestro enfoque y nuestra forma de mirar ese comportamiento. Y es que a menudo hacemos primar nuestros intereses por encima de las necesidades del niño, y tachamos de "mal comportamiento" a los comportamientos normales y naturales de la infancia.

Respirar y controlar nuestras propias emociones. Entender que nuestro hijo no se está comportando mal a propósito o con el objeto de molestarnos es otro paso importante para conectar con sus necesidades. También es importante que estemos calmados a la hora de dirigirnos al niño y nos hagamos cargo de nuestras propias emociones sin responsabilizar al niño de ellas.

Averiguar qué hay detrás de ese comportamiento. Como decimos, el mal comportamiento infantil se debe a una falta de conexión con el adulto o el grupo de referencia. Esa pérdida conexión puede deberse a una necesidad física (hambre, sueño, necesidad de descanso, sobreestimulación...) o  emocional (necesidad de acompañamiento, querer pasar más tiempo con papá y mamá, tener problemas en el colegio o con algún amiguito...) que no está siendo cubierta.

Demostrar al niño que nos importa e interesa. Cuando somos capaces de acompañar al niño y sostenerle emocionalmente, le estaremos demostrando que nos importa lo que le ocurre y que estamos a su lado. En ningún momento debemos darle la espalda, ignorarlo o reprimir sus emociones, sino enseñarle a gestionarlas de forma positiva.

Todos estos pasos podrían resumirse en uno solo: desde la calma, transmitir a nuestro hijo el mensaje de que nos importa, le amamos y queremos comprenderle para poder ayudarle. Cuando el niño percibe esa conexión amorosa por parte del adulto es muy probable que su comportamiento mejore, favoreciendo también la escucha, el diálogo y el aprendizaje de los propios errores.

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