Cuando tu bebé nace prematuro y nada es como esperabas

Tener un bebé prematuro es una de las vivencias más duras en la vida de una pareja, tanto si es el primer bebé como si no lo es, porque es algo que nadie espera y para lo que nadie te prepara.

Desde el positivo del test, los padres se hacen a la idea de que el embarazo durará más o menos nueve meses, que el parto sucederá al final de ese término y que en uno o dos días, si el parto ha sido en el hospital, podrán volver a casa ya no como pareja, sino por fin como familia.

Ya no controlas nada de tu parto

El primer golpe que te llevas es el de la sorpresa, nada positiva, de que tu bebé va a tener que nacer ya, antes de tiempo. No estáis preparados para ello todavía, ¡no es el momento! Pero ahí estáis, muertos de miedo viendo como todas las expectativas que os habíais hecho se esfuman.

Que habíais redactado un plan de parto para dar a luz a un bebé a término y ni lo sacáis… Ahí se queda, en el bolso, porque ya no tenéis ganas ni fuerzas de pedir nada de todo aquello, sino simplemente de que todo vaya bien.

Cedéis el control absoluto del parto a los profesionales porque solo queréis abrazar a vuestro bebé y que todo pase, que es lo más importante sin duda, pero no deja de ser una especie de pérdida.

Se lo llevan…

Una vez nace el bebé no podéis hacer eso que tanto habíais leído que podríais hacer: el piel con piel. Eso de dejarlo sobre tu pecho y agradecer al mundo entero que por fin lo tienes ahí; oler su cabecita, acariciar su espalda, sentir su calorcito y notar cómo después de un parto agotador estás exultante, cargada de energía y de amor para tu bebé, deseando disfrutar cada segundo con él.

Pero no. Se lo llevan. Porque pesa poquito y porque es prematuro. Su salud depende de que actúen con mayor o menor premura y aquello de “Donde mejor está es con su madre” ya no es cierto, no en ese instante. De nuevo, sabes que es lo mejor para el bebé, pero no deja de ser otra pérdida.

Cuando lo ves, tan frágil, con esos cables…

Pueden pasar minutos, o pueden pasar horas hasta que lo ves, según haya sido el parto. Porque si ha sido cesárea pasarán bastantes horas hasta que puedas levantarte e ir a 'neonatos' a estar con él. Solo tendrás las fotos que traiga tu pareja en el móvil, y ahí verás a tu bebé, chiquitín, tan frágil, con esos cables, con la sonda que le entra por la nariz. El amor y el miedo entremezclados; las ganas de cogerlo y el temor de hacerlo.

Y así llega el momento en que por fin lo ves ante ti, ahí en la incubadora, y te das cuenta de que es tu hijo pero no eres libre para cuidarlo como el resto de madres, que si quieren lo cogen, si quieren lo dejan en la cunita otra vez, si quieren lo tienen constantemente en el pecho, abrazados… y están las 24 horas juntos si hace falta, incluso los dos en la cama.

Tú no estás en tu cama, estás en un sofá de hospital en su cubículo de la unidad de neonatos, allí donde los más pequeñitos y enfermos luchan por salir adelante, y solo tienes ganas de que te den buenísimas noticias, que el peso suba, que evolucione bien y que os podáis ir de allí cuanto antes, a pesar de que el miedo es tremendo, porque la responsabilidad parece mucho mayor.

El método canguro ayuda mucho. Ayuda a que el bebé engorde, evolucione mejor, esté más tranquilo. Y ayuda a la madre y al padre a reconciliarse, ni que sea un poco, con la situación. No se puede elegir lo que estáis viviendo, no era vuestra opción, pero ya que ha sucedido, poder tenerlo cerquita del cuerpo parece el mejor comienzo para saber que lo cuidaréis siempre, que ya nada os separará.

Cuando llega la noche

Entonces llega la noche y mamá va a la planta de maternidad, donde se sigue recuperando del parto o cesárea en ausencia de su bebé. Su bebé, ese que está tan cerca pero a la vez está tan lejos. Y a veces lloras… Miriam lloraba, cuando Aran nació antes de tiempo. Porque nuestro hijo estaba en otra planta y ella estaba en su habitación, intentando dormir mientras oía a otros bebés con sus madres. Intentando dormir sabiendo que ningún bebé la despertaría con sus gemiditos, pidiéndole teta.

“¿Pero qué te pasa, si tu bebé está evolucionando bien?”, pregunta la familia. “Pues que esto no es para nada lo que esperábamos. Porque intento hacerlo lo mejor que puedo, pero todo escapa a mi control. ¿Cómo ser madre, cómo hacerlo si no puedo hacer nada?”.

Claro que entiende que debe ser así, y claro que es feliz porque su bebé está vivo y parece que cada vez mejor, pero no partimos de la base de que esperaba que algo malo sucediera, sino todo lo contrario. Es situación estresante y fuera de lo común. Nadie espera recibir a un bebé que trae tanta vida consigo y tiene que luchar por mantenerla.

Cuando le dan el alta

Y así llega el terrible día en el que te dan de alta. Miriam lo agradeció, porque teníamos también a Jon y ella sentía que ya no era ni la madre de uno, ni la madre del otro. “Al menos así podré estar con Jon, mi niño… al menos sabrá que sigo estando para él”. En realidad no eran tantas horas las que estaban juntos, porque había que seguir amamantando a Aran, pero para Jon era un poco más normal, dentro de lo anormal de la situación, que mamá estuviera en casa por la noche y durmiera otra vez con él.

Pero cuando no hay hermano mayor, ese día es terrible. Terrible porque mamá vuelve a casa y ya no está embarazada, y tampoco entra por la puerta con su bebé, como tantas veces había imaginado. Es otra pérdida, otro golpe, otra de las razones por las que los padres de bebés prematuros necesitan apoyo.

¿Y si en la UCIN ponen horarios?

Esto depende mucho de cada hospital, pero cuando nació Aran, por una cuestión de hacer las cosas con un poco de orden, había horarios para poder estar con los bebés. Cada tres horas los padres podían entrar para alimentar a su bebé y quedarse el rato que hiciera falta (una o dos horas), para luego salir y volver en la tercera hora.

Dijimos que la lactancia debería ser a demanda, pero insistieron en que así ella tendría más tiempo para producir leche, y que no nos preocupáramos porque después de la toma le podíamos dar biberones de leche artificial para que tomara así unos 60 ml en total.

Me he ido a nuestro caso, y supongo que así lo que explico deja de ser representativo, pero lo explico como muestra de lo que muchas veces pasa: los deseos de los padres, incluso las recomendaciones, pueden quedar en segundo plano por los protocolos de cada unidad y porque en una situación así lo último que deseas es acabar discutiendo con nadie.

Cuando Miriam se extrajo leche entre tomas para intentar que el suplemento posterior a la toma de pecho fuera de su leche se enfadaron sobremanera y la acusaron de traer en un bote la leche que Aran debía mamar: “Y ahora, ¿qué leche le vas a dar?”. “La del pecho”, respondió. “¿Cómo, si te la has sacado? Ahora no tendrás nada”. “Pero si la leche del pecho no se acaba, sigue saliendo…”. “Y si sigue saliendo, ¿por qué te la has dejado de sacar? ¿Por qué no has seguido sacando más y más?”. Y acabó llorando… la hicieron llorar. Porque tuvieran o no razón, que no la tenían, podrían haberle dicho las cosas de muchas maneras, pero no de esa. Solo era una madre tratando de hacer lo mejor por su bebé.

El día que os vais a casa

Y así sigue la lucha del bebé, y la de los padres, totalmente desubicados, para salir adelante de la situación. A veces a papá se le acaba ya la baja paternal y vuelve al trabajo. Ella todo el día en el hospital hasta que llega él, de noche sola en casa mientras él va a dar las tomas de leche extraída que ella no da mientras duerme. Y así los dos siguiendo con sus vidas en una situación tan compleja como tener a tu bebé ingresado en el hospital requiriendo de tiempo, afecto, alimento de mamá casi a todas horas (o cada tres según protocolo) y la esperanza de poder salir de allí en cuanto sea posible.

Y no hablo de si hay que hacer alguna operación al bebé, con la incertidumbre que ello conlleva, o si hay que estar pendiente continuamente del saturador, por si hace apneas y hay que irle dando cafeína para ayudarle, o tantas otras cosas que pueden suceder, y que hacen que los padres tengan que aprender a ser, en cierto modo, “enfermeros” del bebé, para poder seguir cuidando de él al llegar a casa. No es lo que esperaban, seguro.

Así que el día que os vais a casa no es el final, sino el principio de otra situación que no todo el mundo entiende. Estás en casa, pero no pueden venir visitas (o no pueden apenas recibir visitas), así que tienes que ir diciendo a todos, deseosos por venir a veros, que ya les avisaréis, en lo que no deja de ser otro tipo de encierro. Claro que por un hijo se hace eso y mucho más, lo que haga falta, pero es otra situación totalmente diferente a la que los padres esperaban. Y la familia también, claro, que apenas puede ir a veros.

¿Y qué más da, si el bebé al final está bien?

Pues si el bebé al final está bien está claro: eso es lo importante. Pero eso no quita que los padres se sientan en muchos momentos perdidos, abrumados, al no tener el control de la situación, y asustados, porque la incertidumbre relacionada con los cuidados es mayor que con un bebé a término.

Al final, lo que quiero aportar con esta entrada es un poco de realidad a aquellos padres que no saben qué es tener a un bebé prematuro, y apoyo a los que lo viven o han vivido. Para que sepan que no son los únicos que se han sentido así, y para que los demás sepan cómo pueden llegar a sentirse y cuál es el apoyo que pueden llegar a necesitar.

Ánimo papá; ánimo mamá: sois tan valientes como vuestro bebé.

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